El caso ibérico se asemeja al etrusco sólo en la temprana producción local de vino, pero no en la adopción profunda de elementos culturales helenos. Nada impediría que fueran orientales -semitas- los rasgos originarios del banquete orientalizante en Iberia, documentado en las tumbas principescas, o en su versión mitológica en los relieves del monumento de Pozo Moro, aunque nos parecen probables unas raíces indígenas aún anteriores. Sin embargo,una vía especialmente productiva es la comparación con el caso de los pueblos célticos. Si ensayamos una aplicación, no mecánica sino flexible, a los datos ibéricos conocidos del modelo propuesto por Dietler (v. supra, Apdo. I.D.), podemos proponer que, en una primera fase tartésica y pre-ibérica, el vino tendría una función de bebida distintiva de élites aristocráticas o de una posible monarquía, con escasez de producto -proporcionado por los fenicios y/o griegos- y presencia de vajilla de lujo. No desarrollaremos este periodo aquí, porque se sale de nuestro marco cronológico, pero los datos de Huelva -tanto La Joya como otras excavaciones- apuntan claramente en este sentido. Posiblemente el enterramiento de Pozo Moro (c. 500 a.C.), con su juego individual de vino y perfume -similar a algunos ajuares e imágenes etruscas- marcaría el final de este periodo.
En una segunda fase, a partir de principios del s. V, parece aplicable un esquema similar al modelo 'Ródano' de Dietler, esto es, un uso más extendido del vino (probado y facilitado por la producción local y por la presencia abundante de ánforas en zonas del interior), utilizado como medio de cohesión social en torno a grupos dirigentes que regularían su distribución en funerales, 'fiestas de mérito' u ocasiones similares, generando una deuda ante la imposibilidad de reciprocidad por parte de los invitados a tales fiestas, que deberían entonces contribuir en forma de trabajo o prestaciones militares. Esto no significa que toda la población tuviera acceso diario al vino: los datos de la Qúéjola, con una fortificación protegiendo un centro de almacenamiento de vino, parecen indicar un estrecho control de este producto por parte de la aristocracia. El caso de Cancho Roano parece responder a un modelo similar.
Este modelo de consumo evolucionaría a partir de fines del s. V dentro de una sociedad ibérica en la que las diferencias de status no se marcan ya por un estilo de vida sustancialmente diferente entre los grupos sociales, ni por unos funerales sustancialmente diferentes, (como lo fueron antes dentro del concepto de monarquias orientales sacras defendido por Almagro Gorbea) sino que, como hemos mostrado para el s. IVa.C., fundamentalmente se distancian mediante la acumulación, la ostentación de armas y la capacidad de redistribución. El caso de la necrópolis de Los Villares, con la acumulación de vasos griegos en dos tumbas distintivas del s. V a.C., puede ser transicional entre las dos subfases dentro de este modelo de uso del vino -y de sociedad: el ritual muestra una complejidad aparentemente mayor al de otras tumbas, pero no hay una exclusividad evidente de elementos de cultura material como podía haberla, por ejemplo, en las tumbas principescas de La Joya, y no es fácil precisar el carácter del grupo -relativamente reducido- de asistentes a la ceremonia funeral en la que se depositaron los vasos áticos. A partir de principios del s. IV a.C. ya no hay duda: la jerarquía se expresa sobre todo por acumulación, no por cualidad.
El fenómeno de extensión en el uso del vino, a partir de unos comienzos claramente exclusivistas, principescos o incluso monárquicos, evolucionaría ligado a la producción local hacia un modelo de redistribución por grupos aristocráticos hacia colectivos de hombres libres guerreros, según indican los ajuares de las necrópolis del s. IV a.C.
Las virtudes sociales del vino hacen que sea muy adecuado para su bebida en contextos con un contenido ceremonial, y en momentos como funerales de personajes de cierto rango, o, incluso, en cualquier funeral de un miembro libre de la comunidad. En todo caso, los indicios son de que si su consumo llegó a extenderse más allá de los grupos más poderosos, hasta los grupos de guerreros libres, en época ibérica el vino no llegaría a tener la difusión que alcanzó en época romana, aunque los caldos locales pudieron llegar a abastecer en determinadas ocasiones al conjunto de la población. Parece pues a nuestro juicio probable que el vino fuera un producto inicialmente -ss. VIII/VII a.C.- reservado a los grupos aristocráticos más altos, cualquiera que fuera la forma que éstos tomaran. También es probable que con los inicios de la producción indígena del vino, y a partir del s. V a.C., su uso fuera extendiéndose a grupos libres inferiores, quizá guerreros-campesinos, por una combinación de mayor disponibilidad del producto y de fenómenos de redistribución y de emulación, aunque los procesos -relativamente complejos- de vendimia, pisado, prensado, fermentado y almacenamiento debieron ser durante mucho más tiempo controlados por quienes tenían la capacidad de hacerlo. Los almacenes de Cancho Roano, y las fortificaciones de Benimaquía y de la Quéjola apuntan en este sentido. Las escasas importaciones de ánforas griegas a partir del s. V a.C. (v. supra), como las documentadas en el pecio de El Sec, podrían interpretarse en este contexto como productos exquisitos destinados a la mesa de quienes, una vez extendido parcialmente el uso del vino local a capas de la población algo más extensas, mediante fiestas de mérito, banquetes funerarios, etc. quisieran así seguir manteniendo un elemento visible de distinción consumiendo vinos o aceites de importación.
No contamos con fuentes referentes al mundo ibérico propiamente dicho, pero quizá el texto ya citado de Estrabón referido al interior o norte peninsular pueda darnos una idea de cuáles pudieron ser las actitudes hacia el consumo del vino comenzaba a usarse en las áreas costeras propiamente ibéricas: "Beben zythos, y el vino, que escasea, cuando lo obtienen lo consumen en seguida derrochándolo en espléndidas comilonas familiares" (trad. A Garcia y Bellido). El vino, procedente del sur y este, donde llegó a ser abundante en época romana era comprado a mercaderes, como también hacían los Baleares.
En todo caso, y como puede mostrar el caso de El Amarejo, el vino debía coexistir con la cerveza, bebida inferior que en todo caso era corriente incluso en circunstancias señaladas como el banquete de bodas de Viriato. Tanto llamaba la atención esto a los griegos que nuestra fuente (posiblemente Polibio) habla de 'vino de cebada".
Opinamos que en Iberia, como en la mayoría de las antiguas sociedades mediterráneas, el consumo del vino debió ser un acto social colectivo, y que la costumbre de beber en solitario sería desconocida. En palabras de Seltman "Yet external aids are clearly required to help people to be natural and gay together and these are best obtained by song, by dance, and by drink. It must be real drink. Tea may be a boon, tomato-juice a medicine, but we need the grape for joy. Much may be done with spirits, and good beer is good food; but it is wine that maketh glad the heart of man". La acumulación de vasos de bebida en los depósitos de Los Villares, el almacenamiento masivo de vino en la Quéjola o Cancho Roano, la protegida producción de Benimaquía, son todos datos que apuntan hacia este uso colectivo.
Los paralelos etnográficos recientemente estudiados por M. Dietler, así como lo que sabemos sobre el mundo griego o etrusco, indican que probablemente también en Iberia las actividades, alegres o no, que incluyeran la consumición de cerveza o vino, estarían reguladas por una serie de normas implícitas o explícitas de las que nada sabemos, pero que, dados los contextos en que se documenta hasta ahora el uso del vino, tendrían dos componentes fundamentales: el religioso y el jerárquico.
Otro aspecto a determinar es si nos hallamos ante un consumo de carácter privado o público. Sin duda, en un banquete de bodas, en una libación funeraria o en un banquete funerario, el consumo en grupo se realiza dentro de un ámbito privado, pero ¿qué ocurre con el consumo colectivo de comida y bebida en el altar de Capote, quizá con motivo de un inminente asalto al poblado? o, ¿cómo interpretar la bebida colectiva de los numantinos antes de su último ataque?, o ¿qué pensar de un ritual dirigido por el dirigente alojado en el palacio-santuario de Cancho Roano?. Aquí quizá convendría hablar en términos de actividad pública y no sólo colectiva -si es que en tal estructura social puede hablarse de 'público' por oposición a lo 'privado' del rey, reyezuelo o jefe. Y es que en una sociedad como la ibérica quizá no sea fácil hablar en sentido estricto de lo 'público'. Por ejemplo, no es concebible en el estado actual de nuestros conocimientos un funeral público como el que defiende Murray para el caso de los héroes griegos, o, sobre todo, como el funeral público ateniense por los caidos en combate, el Patrios Nomos.
Con todo, un caso que nos llama la atención es el de la Sepultura 155 de la necrópolis de Baza, que contenía la famosa escultura. En las cuatro esquinas de la tumba aparecen cuatro ánforas con peculiar decoración pintada, sus bocas aparentemente comunicadas con la superficie exterior por sendas 'chimeneas' talladas en la roca cuya función no queda clara; cabría que estuviéramos ante canales para conducir libaciones desde la superficie a las ánforas, un sistema ampliamente documentado en el antiguo Mediterráneo. Por otro lado, en otro lugar hemos llamado la atención sobre el hecho de que en el centro de la tumba se documentaron hasta cuatro panoplias de guerrero, y no una más o menos grande, lo que es un caso insólito entre los ajuares con armas ibéricos. Entonces planteábamos la posibilidad de que cuatro grupos de sangre, o cuatro clanes hubieran depositado un ánfora en cada esquina y una panoplia en el centro, lo que podría indicar un ritual que desbordara el ámbito de lo 'privado'.
Más complicados son los casos intermedios de ceremonias o rituales, como podría ser el del funeral o boda de un rey o jefe, acto al que puede ser invitada toda la comunidad en una grandiosa 'fiesta de mérito: creemos que aquí estamos ante una consumición de carácter 'privado' aunque masiva y controlada por un personaje que es el dirigente político de una comunidad o incluso de una entidad política de importancia. Sin embargo, este tipo de banquete puede generar una deuda, si no es ocasional como una boda, sino periódico y frecuente; se generaría así un grupo social dependiente y ligado a un jefe, simbólica y nutricionalmente, por estos banquetes; sus consecuencias podrían afectar entonces al terreno de lo 'político' (no en el sentido heleno del término). Todo lo que venimos diciendo es coherente con la información disponible y con lo que sabemos de la estructura social ibérica del Sureste y probablemente de la Alta Andalucía a partir de comienzos del s. V a.C., pero a falta de fuentes literarias antiguas y referidas al área ibérica, y de iconografía explícita, queda como un marco probable pero en parte teórico. En realidad, la única evidencia arqueológica directa al uso social del vino deriva de la arqueología funeraria -salvo los casos de Benimaquía y la Quéjola, que apuntan como se ha dicho a un control aristocrático de la producción y distribución del vino, coherente con la propuesta de los párrafos anteriores.
Fernando Quesada Sanz