El primero de esos episodios tuvo por escenario el valle del Ebro y lo llamé en alguna ocasión "el primer sitio de Zaragoza". La invasión franca se produjo en el año 541 y de ella nos da breve pero exacta noticia una excelente fuente histórica contemporánea: la Crónica Cesaraugustana: En este año -dice- los reyes francos, en número de cinco, entraron en Hispania por Pamplona, vinieron a Zaragoza y la sitiaron por espacio de cuarenta y nueve días, produciendo una despoblación que afectó a casi toda la provincia Tarraconense. Las fuentes francas son, afortunadamente, mucho más ex-presivas y ofrecen relatos pormenorizados de la invasión. Se trató, sin duda, de una expedición militar importante, encabezada por los hermanos reyes Clotario y Childeberto, acompañado éste por tres hijos suyos. Zaragoza resistió, y cuando la situación se hizo insostenible, los zaragozanos pusieron su esperanza en la ayuda divina: hicieron un ayuno riguroso y una procesión penitencial desfiló sobre los muros de la ciudad llevando la túnica de san Vicente Mártir. Los francos creyeron que los asediados estaban lanzando un maleficio; pero, informados por un prisionero, llamaron al obispo de la ciudad, Juan, y le ofrecieron levantar el sitio a condición de que les entrega-ra, -y así lo hizo- la estola del santo mártir.
Levantado el cerco, ¿cuál fue el definitivo éxito militar de la expedi-ción? Los historiadores francos dicen que los invasores pudieron regresar a las Galias llevando consigo un gran botín que habrían tomado, no en Zara-goza pero sí en el resto de la provincia Tarraconense. Pero esta versión del éxito relativo de la expedición es contradicha por san Isidoro que afirma que los francos fueron expulsados de España non prece sed armis -no como fruto de súplicas sino por las armas-. Según uno de los dos relatos de la Historia Gothorum, los francos fueron perseguidos por un ejército visigodo enviado por el rey Theudis, al mando del duque Theudiselo, su futuro sucesor en el trono. Éste habría cortado la retirada a los francos, que hubieron de comprar a muy alto precio una breve tregua para cruzar los Pirineos.
Pero la principal guerra franco-gótica de todos los tiempos fue la pro-vocada por el ataque franco-burgundio contra la Galia Narbonense en el año 589. Era el año de la solemne conversión de los visigodos al Catolicismo en el III Concilio de Toledo. La finalidad del ataque, inspirado por el visceral antigoticismo de Gontran de Borgoña -el monarca senior de la estirpe merovingia- no era otro que la expulsión de los visigodos de la Galia Narbonense, la única provincia transpirenaica que conservaron con posterioridad al final del reino de Tolosa. Se trató de una operación militar de gran envergadura y, aunque quizá sea exagerada la cifra de guerreros -sesenta mil- con que, según las fuentes hispanas contaba el ejército franco-burgundio, éste debía ser muy superior a sus rivales visigodos. La batalla de Carcasona constituyó por ello una deslumbrante victoria debida a la pericia militar del duque Claudio de la Lusitania, el mejor general de Recaredo, que no era godo de raza, sino hispano-romano y católico: un buen indicio del grado de integración alcan-zado por los dos elementos populares -romano y godo- de la ya denominada unitariamente gens gothorum.
La noticia transmitida por san Isidoro no puede ser más entusiasta: Recaredo obtuvo un glorioso triunfo sobre casi sesenta mil soldados francos que invadían la Galia, enviando contra ellos al duque Claudio. Nunca se dio en España una victoria de los godos ni mayor ni semejante; pues quedaron tendidos en tierra o fueron cogidos prisioneros muchos miles de enemigos, y la parte del ejército que quedó, habiendo logrado huir inesperadamente, perseguida por los godos hasta los límites de su reino fue destrozada. Juan de Bíclaro veía en su Crónica, contemporánea de estos hechos, un signo del auxilio de la gracia divina al católico Recaredo y a su pueblo, converso del arrianismo, y comparaba la gesta del duque Claudio con la de Gedeón, que venció con trescientos hombres a una ingente multitud de madianitas. La magnitud de la victoria visigoda en la batalla de Carcasona viene corroborada por el testimonio de las propias fuentes francas. Gregorio de Tours, que arroja la parte principal de la culpa sobre el duque Boso, comandante del ejército franco-burgundio, da unas cifras alarmantes: los francos habrían tenido cinco mil muertos y otros dos mil cayeros prisioneros.
José Ordalis Rovira
Levantado el cerco, ¿cuál fue el definitivo éxito militar de la expedi-ción? Los historiadores francos dicen que los invasores pudieron regresar a las Galias llevando consigo un gran botín que habrían tomado, no en Zara-goza pero sí en el resto de la provincia Tarraconense. Pero esta versión del éxito relativo de la expedición es contradicha por san Isidoro que afirma que los francos fueron expulsados de España non prece sed armis -no como fruto de súplicas sino por las armas-. Según uno de los dos relatos de la Historia Gothorum, los francos fueron perseguidos por un ejército visigodo enviado por el rey Theudis, al mando del duque Theudiselo, su futuro sucesor en el trono. Éste habría cortado la retirada a los francos, que hubieron de comprar a muy alto precio una breve tregua para cruzar los Pirineos.
Pero la principal guerra franco-gótica de todos los tiempos fue la pro-vocada por el ataque franco-burgundio contra la Galia Narbonense en el año 589. Era el año de la solemne conversión de los visigodos al Catolicismo en el III Concilio de Toledo. La finalidad del ataque, inspirado por el visceral antigoticismo de Gontran de Borgoña -el monarca senior de la estirpe merovingia- no era otro que la expulsión de los visigodos de la Galia Narbonense, la única provincia transpirenaica que conservaron con posterioridad al final del reino de Tolosa. Se trató de una operación militar de gran envergadura y, aunque quizá sea exagerada la cifra de guerreros -sesenta mil- con que, según las fuentes hispanas contaba el ejército franco-burgundio, éste debía ser muy superior a sus rivales visigodos. La batalla de Carcasona constituyó por ello una deslumbrante victoria debida a la pericia militar del duque Claudio de la Lusitania, el mejor general de Recaredo, que no era godo de raza, sino hispano-romano y católico: un buen indicio del grado de integración alcan-zado por los dos elementos populares -romano y godo- de la ya denominada unitariamente gens gothorum.
La noticia transmitida por san Isidoro no puede ser más entusiasta: Recaredo obtuvo un glorioso triunfo sobre casi sesenta mil soldados francos que invadían la Galia, enviando contra ellos al duque Claudio. Nunca se dio en España una victoria de los godos ni mayor ni semejante; pues quedaron tendidos en tierra o fueron cogidos prisioneros muchos miles de enemigos, y la parte del ejército que quedó, habiendo logrado huir inesperadamente, perseguida por los godos hasta los límites de su reino fue destrozada. Juan de Bíclaro veía en su Crónica, contemporánea de estos hechos, un signo del auxilio de la gracia divina al católico Recaredo y a su pueblo, converso del arrianismo, y comparaba la gesta del duque Claudio con la de Gedeón, que venció con trescientos hombres a una ingente multitud de madianitas. La magnitud de la victoria visigoda en la batalla de Carcasona viene corroborada por el testimonio de las propias fuentes francas. Gregorio de Tours, que arroja la parte principal de la culpa sobre el duque Boso, comandante del ejército franco-burgundio, da unas cifras alarmantes: los francos habrían tenido cinco mil muertos y otros dos mil cayeros prisioneros.
José Ordalis Rovira
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