sábado, 15 de mayo de 2010

Mitos y leyendas de Cantabria. El cántabro dios de la Guerra

Si algo ha sido considerado como característico del pueblo cántabro y ha sido transmitido a las sociedades futuras, es su gran belicosidad y su profundo apego a la guerra. Es cierto que la lucha ha caracterizado a este pueblo, al menos así se deduce de los testimonios de muchos autores antiguos, aunque no todo era guerra y salvajismo. Los apelativos que nos remiten a nuestra sociedad antigua no dejan dudas del fervor y ardor del cántabro en todos los aspectos que configuran la vida cotidiana, pero muy especialmente en lo tocante a la guerra.
La apelación a la belicosidad que los antiguos atribuían a nuestro pueblo es constante; si bien ésta parece ser verdadera, su resistencia y perseverancia no nos sitúan ante un pueblo salvaje, guerrero y sin instrucción, mas bien parece que nos encontremos con una sociedad bastante bien definida y en la que el ejercicio de la guerra no estaba sujeto al azar o la improvisación. La sociedad antigua que encontramos en Cantabria, sin duda estaba provista de un panteón divino acorde con un pueblo como el nuestro. Dentro de la triple división que un autor como Dumézil establece para el contexto social indoeuropeo, nos encontramos con sacerdotes, guerreros y agricultores. La presencia del guerrero es transpolable a la división triple de la funcionalidad divina. Este dios sería fuerte, poderoso, importante y muy venerado; dependiendo tanto del tipo de sociedad en la que nos encontremos o de la situación del pueblo en un momento determinado, es evidente que cada dios tiene una función bastante bien delimitada. Por tanto, un dios guerrero sería muy venerado en momentos de guerra o lucha. Sin duda, las guerras cántabras constituirían uno de los puntos álgidos de este dios. Esta sociedad estaba profundamente marcada por la guerra, al estilo de la edad de bronce que encontramos en la sociedad griega, donde los hombres luchan de contínuo y no comen pan, como signo de barbarismo y desprecio por la agricultura. Este tradicional salvajismo vinculado a nuestro pueblo parece estar alejado de nuestros antepasados. Esto no quiere decir que no se aplicaran con contundencia en la defensa de un determinado estilo de vida.
No contamos con ninguna representación de esta divinidad guerrera, sin embargo a tenor de los elementos que portaban los guerreros podemos imaginarnos los pertrechos del dios, ya que como estamos viendo semana tras semana cada sociedad crea su propios dioses a su imagen y semejanza. Es evidente que la iconografía no era demasiado apreciada por los montañeses, pues los restos son más que exiguos.
A este dios de la guerra se le tributaban numerosos sacrificios en su honor, fundamentalmente de animales, machos cabríos y caballos. Cabe también la posibilidad de que la conocida práctica de los concanos de beber sangre de caballo, fuera en realidad un ritual sacrificial que teniendo como elemento de ofrenda al équido, se venerara a una divinidad como la guerrera. Es ésta sin duda una teoría, no una certeza, aunque no descartable. La tradición celta y celtíbera nos invita a pensar en el sacrificio de humanos entre los propios cántabros, ya que estos se llevaban a cabo entre lusitanos, galos, caledonios, germanos..., aunque esto no significa que aquí también tuvieran lugar, es conveniente dejar esa posibilidad abierta.
Desconocemos el nombre que este dios recibía, si bien parece claro que sí pudiera poseerlo, pues los pueblos cercanos cultural y geográficamente así lo atestiguan. Es muy posible que se perdiera a raíz de la invasión romana, a partir de ese momento se habla de Marte. No sería el nuestro un caso aislado. Los romanos, poco amigos de usar la terminología indígena, eran más proclives a asimilar los dioses de los conquistados, otorgándoles su propia nomenclatura. Del ara del pico Dobra, que ya hemos mencionado en alguna ocasión, sacamos la divinidad de nombre indígena Erudino, asociada por algunos autores con una deidad guerrera, lo cual no se puede asegurarse de manera clara, al menos de momento.
El divino Marte de los cántabros contaría con la gran parte de los atributos que conocemos de los dioses de los pueblos vecinos. Un dios que es invocado en la batalla, con armas contundentes, astucia, crueldad e inteligencia. Sin duda protegería al guerrero, quien en ocasiones podemos considerar como una ofrenda para el dios. Es decir, la muerte del guerrero en el combate no es algo nefasto y terrible, sino que supone la inmolación y el sacrificio del hombre por su pueblo, por un estilo de vida y por un dios que ha de abrirle las puertas del Más Allá.
De nuevo es la epigrafía la que acaba por constatar lo que los sesudos estudios intuyen. En esta línea encontramos en la Comunidad de Madrid una inscripción en la que Marte es venerado por un cántabro:
CANTABER/ ELGUISM/IO, LUCI(I) P(VER)/MARTI/MAGNO/V(OTUM)S
(OLVIT) A(NIMO) L(IBENS).
El cántabro Elguismio, esclavo de Lucio, cumplió el voto con el gran Marte de buen grado.
Se habla en esta inscripción de una divinidad profundamente romana, la cual tenía consagrada el mes de Marzo, tiempo en el que se iniciaba la guerra, aplazada en la antigüedad durante la época invernal; algo ciertamente curioso, ya que en nuestro mundo, supuestamente civilizado, no se para nunca la guerra. A Marte se le representa con majestuosidad, pertrechado de escudo, lanza, casco y luciendo una larga melena patrimonio de los guerreros, lo cual no nos aleja en exceso de la estampa de nuestros esforzados antepasados. Nombres como Ares, Teutates o Tyr nos remiten a divinidades guerreras de pueblos de la antigüedad cercanos en el tiempo y el espacio a nuestras ancestrales montañas.
La pervivencia de algunos de estos dioses como el germano Tyr o el Marte romano la encontramos una vez más en el calendario, ya que el tercer día de la semana está consagrado al dios de la guerra. Así este día encuentra las siguientes denominaciones. Meurzh en bretón, Dienstag en alemán, Mardi en francés, Tuesday en inglés, Ziestac en antiguo alto alemán, Tiwesdaeg en anglosajón, Tysdarg en antiguo nórdico o Dies Martis en latín.
Juan Carlos Cabria

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