Las Vetones incineraban a sus muertos. Era un ritual céltico cuyo origen se puede encontrar en el corazón de Europa, en la cultura de los Campos de Umas. Los más poderosos guerreros se llevaban a la tumba su ajuar, quemado en una pira, frente a todos, tras estar en un altar de piedra, según los historiadores romanos, esperando a que las aves psicopompas se llevaran sus entresijos a otra vida.
Las excavaciones arqueológicas han contribuido a desvelar ciertas incógnitas de la vida y costumbres de los vetones. Es el caso del castro de la Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra, Ávila). Descubierto por Antonio Molinero en 1930, fue excavado por éste junto con Juan Cabré, que también se había encargado de otra gran labor en este campo; las excavaciones arqueológicas en el castro y la necrópolis de La Cogotas (Cardeñosa, Ávila). El importante cementerio de La Mesa de Miranda, conocido como “La Osera” junto con el de Las Cogotas, han aportado ricos datos sobre los vetones, como la estructura piramidal de lo poblados y la importancia de guerreros y artesanos en el escalafón social. Sin embargo, la evidencia de que los verracos tengan relación con elementos funerario no se basa en necrópolis vetonas, sino en los ejemplares encontrados en Ávila, procedentes de un cementerio romano de los alrededores de la basílica románica de San Vicente, enfrente de la muralla.
Las referencias acerca de las rituales vetones quedan patentes por la existencia de santuarios al aire libre, labrados en la misma roca del terreno. Es el caso del altar prerromano encontrado en San Mamede (Villardiegua de la Ribera, Zamora), el portugués de Panoias (Vila Real) o el altar de sacrificios del casto de Ulaca (Solosancho, Ávila), Este último es el más conocido por su situación, en el núcleo más grande de toda la zona habitada por los vetones, y portados los elementos que lo rodean. El altar rupestre está excavado en la roca del terreno y está rodeado por un espacio “sagrado”, o nemeton. Se compone de una superficie con dos pares de escaleras talladas que conducen a una plataforma con varias cavidades comunicadas en si. Su carácter sagrado ha sido determinado por paralelismos con el altar encontrado en el Castro de Panoias, que contiene inscripciones romanas aludiendo a sacrificios animales y humanos, en el ámbito de las culturas y dioses celtas. Se piensa que puede tratarse de un culto relacionado con el toro o con la Luna, por su situación en una de las zonas más elevadas de oppidum. El historiador romano Estrabón aludía en sus escritos a creencias relacionadas con el plenilunio en toda esta región. Tambien el arqueólogo Juan Cabré destacaba su exaltada heliolatría debido a unas cerámicas encontradas en Ciudad Rodrigo (Salamanca) y en armas del castro de Las Cogotas con motivos solares.
Respecto a otros cultos de significación astral, el arqueólogo F. Fabián afirma que unas piedras hincadas que denotan una diferenciación jerárquica de las zonas de la necrópolis de la Osera, están relacionadas con una constelación celeste.
Las excavaciones arqueológicas han contribuido a desvelar ciertas incógnitas de la vida y costumbres de los vetones. Es el caso del castro de la Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra, Ávila). Descubierto por Antonio Molinero en 1930, fue excavado por éste junto con Juan Cabré, que también se había encargado de otra gran labor en este campo; las excavaciones arqueológicas en el castro y la necrópolis de La Cogotas (Cardeñosa, Ávila). El importante cementerio de La Mesa de Miranda, conocido como “La Osera” junto con el de Las Cogotas, han aportado ricos datos sobre los vetones, como la estructura piramidal de lo poblados y la importancia de guerreros y artesanos en el escalafón social. Sin embargo, la evidencia de que los verracos tengan relación con elementos funerario no se basa en necrópolis vetonas, sino en los ejemplares encontrados en Ávila, procedentes de un cementerio romano de los alrededores de la basílica románica de San Vicente, enfrente de la muralla.
Las referencias acerca de las rituales vetones quedan patentes por la existencia de santuarios al aire libre, labrados en la misma roca del terreno. Es el caso del altar prerromano encontrado en San Mamede (Villardiegua de la Ribera, Zamora), el portugués de Panoias (Vila Real) o el altar de sacrificios del casto de Ulaca (Solosancho, Ávila), Este último es el más conocido por su situación, en el núcleo más grande de toda la zona habitada por los vetones, y portados los elementos que lo rodean. El altar rupestre está excavado en la roca del terreno y está rodeado por un espacio “sagrado”, o nemeton. Se compone de una superficie con dos pares de escaleras talladas que conducen a una plataforma con varias cavidades comunicadas en si. Su carácter sagrado ha sido determinado por paralelismos con el altar encontrado en el Castro de Panoias, que contiene inscripciones romanas aludiendo a sacrificios animales y humanos, en el ámbito de las culturas y dioses celtas. Se piensa que puede tratarse de un culto relacionado con el toro o con la Luna, por su situación en una de las zonas más elevadas de oppidum. El historiador romano Estrabón aludía en sus escritos a creencias relacionadas con el plenilunio en toda esta región. Tambien el arqueólogo Juan Cabré destacaba su exaltada heliolatría debido a unas cerámicas encontradas en Ciudad Rodrigo (Salamanca) y en armas del castro de Las Cogotas con motivos solares.
Respecto a otros cultos de significación astral, el arqueólogo F. Fabián afirma que unas piedras hincadas que denotan una diferenciación jerárquica de las zonas de la necrópolis de la Osera, están relacionadas con una constelación celeste.
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