martes, 30 de noviembre de 2010

Alejandro Magno llega al Centro Arte Canal

Alejandro Magno se prepara para la conquista del Centro Arte Canal. La exposición ‘Alejandro Magno. El encuentro con Oriente” estará presente en Canal desde el 3 de diciembre hasta el 3 de mayo de 2011.
Más de 300 piezas, procedentes de los museos más prestigiosos del mundo, explican las hazañas de unos de los líderes militares más importantes de la historia.
La muestra ha sido organiza por la Comunidad de Madrid y el Canal de Isabel II, en colaboración con la Fundación Curt-Engelhorn para los Museos Reiss-Engelhorn y el Instituto Arqueológico alemán. Las piezas que conforman la exposición procederán de más de 30 museos europeos y asiáticos, como los de Atenas, Basilea, Berlín, Bruselas, Dresde, Copenhague, Lisboa, Londres, Moscú, Múnich, Nápoles, París, Roma, Sofía, Tesalónica, Stuttgart y Viena.
Patrimonio Nacional, la Real Academia de la Historia o los museos del Prado, Arqueológico Nacional y de Sevilla también participan en esta exposición con piezas del patrimonio histórico español.
La exposición se ha organizado en diez ambientes encadenados que sugieren al visitante un viaje mágico por un fascinante pasado histórico hasta las alejadas e inmensas tierras del Asia central y de la India.
Piezas destacadas
Ladrillos esmaltados de la Puerta de los Leones de Babilonia (Museo de Berlín); diversos retratos de Alejandro (copias romanas o en monedas); tesoros de la necrópolis real de Macedonia; delicadas placas de marfil tallado de Afganistán, que ilustran el refinamiento de los reinos surgidos tras el paso de Alejandro Magno por aquellas remotas tierras; o las primeras figuras de Buda del arte hindú surgido como reflejo del arte helenístico.

MALEMORT 2010.Francia siglo XI

lunes, 29 de noviembre de 2010

Rueda Solar

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Viking Reykiavik 2011

martes, 23 de noviembre de 2010

jueves, 18 de noviembre de 2010

Mitología castellana - El ojanco

La DRAE recoge este término como un adjetivo aumentativo y despectivo, como sinónimo de “Cíclope”. J . M. de Barandiarán relaciona al ser mítico de un solo ojo, con los ogros o gigantes que aparece en cuentos castellanos como “El ojanco” y otros nombres parecidos. Estos cíclopes castellanos, también conocidos como “ojarancos” “ujancos” o “ojaranquillos”, se les representan como una especie de seres simiescos de barbas tan ásperas como cerdas de jabalí que le llegaban a las rodillas y así le tapaban el cuerpo, pues solía ir desnudo. Su peculiaridad era tener dos filas de dientes y un único ojo brillante que le ocupaba casi toda la zona frontal (y en algunos relatos populares se atribuyen además dos cuernos). Era ágil como las águilas y con una extremada fuerza. Habitan en montañas, cuevas, posadas o castillos. Suelen disponer de rebaños (pastores, como en La Odisea) o de un ejército y servidores coaccionados, y les gusta de la carne humana. El mito está emparentado con sus “primos”, el Xigante gallego y el Patarico asturiano, junto a su “hermano” cántabro el Ojáncanu.
Estos seres han sido recogidos no solo en leyendas, como ejemplo La cueva de los gigantones en Alcalá de Henares (Madrid) o El Gigante del Valle Estrecho en San Martín de los Herreros (Palencia). También en los cuentos populares castellanos [“Cuentos castellanos de tradición oral” (1983), “Cuentos populares de Castilla” (1946)] como también en relatos de escritores eruditos como Luis Vélez de Guevara en “El caballero del Sol” (1617). Mencionándose también en la obra de Fray Benito Jerónimo Feijoo, “Teatro crítico universal, tomo segundo” (1728) en contra de las supersticiones populares de la siguiente manera: "Ya se sabe que en ninguna parte de la Tierra hay Pigmeos, ni Ojancos, ni Hipógrifos, ni hombres con cabezas caninas, ni otros con los ojos en el pecho, ni aquellos de pie tan grande, que con él hacen sombra a todo el cuerpo, u otras monstruosidades semejantes."
Además, se conoce de su versión femenina, como la Ojáncana o en Piedrabuena (Ciudad Real) denominada la Ojanca. Ésta, era usada para asustar a los niños, cuyo nombre explicaban los lugareños en razón de que tenía un ojo muy grande.
En la provincia de Jaén se halla el municipio de Arroyo del Ojanco. Aunque aquí probablemente la palabra Ojanco no se refiera al mitológico ser, sí no a una confusión con la denominación de un batán y unas torres que posteriormente darian nombre al municipio. Estas torres y el batán eran conocidos antiguamente con el nombre de Oçanco. No hay tampoco testimonios en los cuentos, leyendas y mitos de la zona acerca de ningún ser denominado ojanco.

martes, 16 de noviembre de 2010

Los trasgos castellanos

Muy arraigada la creencia de estos seres, descritos como un género de demonios «caseros, familiares y tratables», ocupados en hacer toda serie de burlas ridículas a las personas ( “Práctica de exorcistas y ministros de la Iglesia (1668) Benito Remigio Noydens). Parece ser que el origen del termino castellano “duende” proviene de la expresión "duen de casa" o "dueño de casa", por el carácter entrometido de los duendes al "apoderarse" de los hogares y encantarlos. Pero según Fray Fuentelapeña, a los duendes “…En castilla les llama trasgos, y en Cataluña Folletos…”. Una de las acepciones que recoge el DRAE sobre “trasgo” es la de “niños vivo y enredador”. Como botón, puede tomarse unos versos de Quevedo donde dice “A fugitivas sombras doy abrazos / en los sueños se cansa el alma mía; / paso luchando a solas noche y día, / con un trasgo que traigo entre los brazos”. Así mismo el DRAE describe al “duende” como “ … figura de viejo o de niño en las narraciones tradicionales”. Se les representan con forma humana y de unos 60 cm de altura, con la capacidad de hacerse invisibles o de mutarse en pequeños animales. Gustosos de morar desvanes, sótanos y bodegas en donde jugar y hacer ruidos por las noches.
Menciona Ángel del Pozo “En el siglo XVI la creencia en la existencia de los duendes era generalizada, de tal forma que era práctica forense en Castilla, así lo asegura el escritor Julio Caro Baroja en su obra 'Del viejo folclore castellano': «Que si una persona iba a habitar una casa y luego se enteraba de que en ella había duendes, podía abandonarla».” También alude las costumbres de estas criaturas “El tirar piedras y realizar pequeñas fechorías es una de las principales características de los duendes castellanos -también conocidos como martinicos o martinillos- para molestar y asustar a los humanos en sus casas, donde se introducen haciendo de ellas su residencia permanente.” En tierras burgalesas se recogen relatos de su existencia en el municipio de Cornejo (Merindad de Sotoscueva, Burgos) y famoso fue el duende de Horna (Burgos). Muchas veces vemos como una casa encantada es causa de trasgos y no de fantasmas. Siendo casos conocidos los duendes de Mondejar y Berrinches (Guadalajara), Los palacetes de Madrid (Palacio del Conde Duque, El Palacio de Cañete) o el duende del Retiro.
Cuenta de ello es la continua mención a estos seres en la literatura castellana del Siglo de Oro. Autores como Cervantes, Quevedo, Calderón de la Barca y tantos otros. Pudiendo recoger mención a estos “espíritus familiares” en relatos populares, tanto en las actas de la Inquisición o de la intervención de la Guardia Civil ya entrado el siglo XX.
Como podemos ver, los trasgos son criaturas del mundo mitológico castellano, relacionados con las travesuras o la maldad no tan mala.
Dicen que la palabra trastada procede precisamente de trasgo. Como sinónimo de: no hagas cosas de trasgos. Es decir; no hagas trastadas, travesuras.
En Asturias se les conoce como trasgu, algo muy relacionado con nuestro trasgo castellano. Naturalmente por que la propia mitología de toda esa Castilla la vieja, nace en las montañas y serranías de Cantabria y Asturias.
Muy posiblemente, la tradición o creencia de los trasgos, quizás con otro nombre. Procede de las viejas poblaciones pre romanas de la meseta central o del norte cantábrico. Criaturas malignas de la naturaleza, cuando el hombre vivía en los bosques, y hacía de ellos su hogar. Y que paso a ser un demonio menor de los hogares y casas, cuando este dejo los campos para vivir en casas, pueblos y masificadas ciudades.
Aunque mas adelante trataremos el mito de los trolls castellanos. Si podríamos decir que el trasgo es una especie de troll. Es decir, un ser mitológico o espíritu del mas allá, mágico no relacionado con el mundo de los hombres.

La mitología castellana en la literatura

Está muy extendida la idea que la literatura castellana es carente de elementos fantásticos. Pero esto es contradice si se consulta las obras del siglo XVII. El propio Cervantes, entre otros muchos, recogerá toda clase leyendas, mitos y fantasías propias del vulgo, para la realización de sus diversas obras. [Véase “Literatura Fantástica y de Terror Española del Siglo XVII”] Pero mucho de este material mitológico era descartado por ciertos escritores “eruditos” o bien atacado por algunos sectores como supersticiones del populacho.
A primera vista parece que Castilla no presenta material «maravilloso» (susceptible de relacionar con tradiciones paganas). No obstante, dicho material existe no sólo en los cuentos, sino también en las leyendas unidas a lugares geográficos donde la mayoría de las veces a la Virgen, los santos, las viejas o damas que donan tierras o castigan a los habitantes de un pueblo, les corresponde un papel activo. [“Las matres celtibéricas y los relatos sobre los orígenes de los territorios comunales castellanos” (1990) – Revista de Folklore, nº 110] Hoy no se puede hablar de un culto pagano o tradicionalmente alejado de la doctrina eclesiástica en los pueblos castellanos. Pero diversos autores han reconocido en diversos ritos y costumbres, la pervivencia de viejos cultos prerromanos. Las «matres» sufrieron el mismo proceso que otras divinidades menores circunscritas a estos territorios. Como las «dianas» (xanas asturianas) aparece ya en la baja época latina en el sentido de «hada nocturna»; en Castilla, «matre» (matrona) tomará las connotaciones de la fertilidad y al mismo tiempo diosa de los muertos, de los fantasmas nocturnos y maga poderosa. Gran parte del trabajo de campo realizado por Luis Díaz Viana (presidente de la Asociación de Antropología de Castilla y León) se ha centrado en Castilla para la realización de su libro. “Leyendas populares de España” (2008). Un total de 51 relatos y la mayoría de ellos con origen castellano. Ya que en palabras de Viana, Castilla es «una tierra rica en leyendas».
Pero al carecer de un renacimiento cultural que la rescatara ( romanticismos nacionalistas del Siglo XIX, tales como el vasco, gallego y catalán) ha propiciado que se perdiera gran parte de la mitología de las diversas regiones de raíz castellana. Además, siendo las áreas rurales castellanas las más castigadas por la despoblación y la posterior fracción de los territorios castellanos en diversas comunidades autónomas, han relegado estos mitos al ostracismo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Nueva traducción de la saga de Teodorico

Compuesta en Bergen (Noruega) durante el reinado de Hákon IV (1217-1263), es una de las obras más emblemáticas e importantes de la literatura germánica medieval. En ella se recoge a modo casi enciclopédico una serie de leyendas de origen básicamente alemán, estructuradas en torno a la figura central del célebre rey ostrogodo Teodorico el Grande.
Recordemos que el gran Teodorico, fue quien comando a los visigodos en Hispania contra los suevos. A quienes arrincono en el norte de Portugal. Venciéndoles en la batalla de río Orbigo. Haciéndose cargo del reino de los visigodos. No en vano el también era un gauta, un godo del este Se trata, en definitiva, de una obra fundamental de amena lectura que no sólo registra una rica información procedente de fuentes ya perdidas u ofrece interesantes versiones de otros relatos épicos conservados, sino que también constituye la única narrativa global que existe en la literatura del medievo sobre la vida y destino de uno de los monarcas más legendarios de todos los tiempos junto con Carlomagno y Arturo de Bretaña".

jueves, 11 de noviembre de 2010

El invierno llego a Castilla


lunes, 8 de noviembre de 2010

La batalla de Tagus

Aníbal ya era general de las tropas cartaginesas. Y padecía el ansia del que sabe lo que quiere y pretende ponerse en marcha hacia ello.
Tras conquistar adrede y superficialmente a los Olcades, al sur del Tagus, los soldados vitoreaban las soldadas pagadas en Cartago Nova tras el saqueo de Cartala (Altea, en Polibio), capital de los Olcades, Aníbal tenía al ejército dispuesto y leal, y a la primavera siguiente atacó a los Vacceos, dedicando este esfuerzo a tener seguridad y dominio en su parte de la península para afianzar su guerra futura contra Roma, que para él ya era un hecho que debía desarrollar.
Tras la dura conquista de Helmántica y Arbocala, pues las gentes de estos lugares fueron fieros contra los cartagineses, los supervivientes renovaron fuerzas, allá en la oscuridad de las reuniones clandestinas con los Olcades aún furiosos que veían esperanza en la lucha contra el improvisado invasor.
Viajaron diplomáticos a hablar con los Carpetanos, mostraron los hechos, y tras divagaciones decidieron no esperar a que Aníbal y su ejército salieran de la tierra Vaccea, al menos no sin probar el vigor de los pueblos de Iberia, que aún sabían que preferían morir matando a ser puestos bajo un yugo eventual.
La fuerza peninsular, se acercó al ejército de Aníbal hasta que éste estuvo a orillas del Tagus, y en ese momento y por la retaguardia hicieron de las columnas de Aníbal, que cargaban alegremente su botín vacceo, una caos peligroso, y consiguieron poner nerviosos a los cartagineses…
Pero Aníbal no dio media vuelta y arriesgó al enemigo su bravo ejército en desventaja en el lugar de la acción. Por el contrario, vadeó el Tagus, y cuando llegó al otro lado, miró detenidamente el terreno, miró hacia atrás y dilucidó.
Pronto construían una empalizada los cartagineses con vigor y esfuerzo, tras haber dejado un espacio suficiente para albergar tropas enemigas entre el río y la empalizada.
Aníbal conocía a las gentes peninsulares: “Cruzarán”, pensó.
La fuerza peninsular, mientras los cartagineses construían la empalizada y se organizaban en sus tareas militares, trataba de tomar una decisión.
Los caudillos llegaron a la conclusión de que el desorden y el miedo causado en la retaguardia cartaginesa podría repetirse, pues ellos eran fuertes y belicosos, y eran unos cien mil hombres de guerra, fuerza mucho más numerosa que la de Aníbal, de indefinido número pero siempre menor. Darían mucho más miedo al enemigo, pues, si cruzaban el Tagus, río respetado y poderoso, con griterío ensordecedor y la cabeza bien alta, espada en mano y rabia vengativa. Luchar y morir luchando. Quizá así vencieran.
Error.
Aníbal esperó a que entraran un cierto número de hombres en el agua, aún esperó un poco más, y cuando los primeros hombres llegaban casi a la orilla cartaginesa, envió a la caballería a masacrarlos a todos, teniendo muy en cuenta la debilidad de un infante en un río contra un imponente jinete con facilidad de maniobra y de ataque así como de defensa. Los cascos chapoteaban y los jinetes gritaban. La fuerza de los Olcades, Vacceos y Carpetanos se entregeaba ya a la desorganización y entraban al río por donde fuera con rabia desmesurada. Los jinetes vieron cómo Aníbal daba la orden de que los elefantes, que eran cuarenta, fueran colocados en la orilla cartaginesa, como espectadores de la lucha fluvial, como el terrorífico destino o insalvable obstáculo para todos aquellos peninsulares que consiguieran burlar a la caballería. Y causaban pavor.
Los jinetes mataban y mataban con facilidad y ya todo eran infantes ahogados, retenidos por la corriente y después arrastrados por ella, muertos a manos cartaginesas, o muertos por los múltiples accidentes esta lucha causaba.
Y cuando llegaban algunos desdichados a la orilla cartaginesa, los elefantes, violentamente los pisaban y terminaban con sus vidas.
Y aún así detrás aún quedaban las tropas de infantería cartaginesa, que no habían movido un dedo y estaban frescas y ansiosas.
Aníbal, tras esperar y ver ya el caos ibérico, dispuso a los infantes en cuadro y de esta manera, a los que sobrevivían en la otra orilla, donde no estaban los cartagineses, los echó del territorio del río, y los persiguió y dispersó de manera que no pudieran volver como una pequeña fuerza superviviente, sino como cadáveres o como fracasados.
Los cartagineses vitorearon a su general y a ellos mismos. Los peninsulares, con fracaso, pero con honor, huían y se escondían esperando el destino fatal que les llegaría después, ya que Aníbal, deseoso de la guerra con Roma, y con la idea de dominación rápida e imponente de su parte de península, arrasó los territorios de los que participaron en esta escaramuza, y finalmente rindió a los Carpetanos.

Avaros el Arevaco


Avaros o Avaro, fue un representante numantino, más que un caudillo.
Durante el asedio al que fue sometida su ciudad por parte de los romanos durante la Guerra Numantina, Avaros fue destinado al frente de una embajada de cinco hombres que debía parlamentar con Escipión Emiliano. Su figura es especialmente conocida por el cruel final que le tuvo reservado el destino. Después de hablar con Escipión y de que éste le obligara a que la ciudad depusiera las armas y se entregara para que sus habitantes fueran tratados con mesura, Avaros presentó las condiciones a sus conciudadanos. Los numantinos dudaron de las palabras de Avaros y los otros cinco embajadores, y pensando que habían negociado con Escipión únicamente su seguridad personal, les dieron muerte.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Celtiberos, la guerra de fuego

Guerra de fuego es denominada la que los romanos llevaron a cavo contra los celtiberos; extraordinaria fue la naturaleza de esta guerra, así como el carácter interrumpido de sus enfrentamientos, pues las guerras de Grecia y Asia suele terminarlas generalmente un solo combate, raras veces dos y las mismas batallas suelen decidirse en un solo momento, el del primer choque y encuentro de fuerzas. En esta guerra, sin embargo, sucedió todo lo contrario. Pues la mayor parte de los combates los terminaba la noche y los hombres resistían con pleno animo son que sus cuerpos cediesen ante la fatiga, sino que, desistiendo de la retirada, renovaban la lucha con mayor ímpetu, como si estuvieran arrepentidos. De esta forma, apenas el invierno logro suspender esta guerra y la continuada serie de batallas: realmente, si alguien tiene interés en imaginarse una guerra de fuego, que no piense en otro conflicto bélico distinto a este.

Así se refiere el historiador griego Polibio (XXV, 1) al enfrentamiento que protagonizan romanos y celtiberos a mediados del siglo II C. Una “guerra de fuego” (pyros polemos)

jueves, 4 de noviembre de 2010

Consigue las portadas de Desperta Ferro

Mundo visigodo, Pan-Gothia

Para todos los interesados, Pan-Gothia, mundo visigodo. Ha sido abierto nuevamente con un nuevo formato. Podeis acceder a la pagina pinchando sobre la imagen

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ilustracion para Desperta Ferro Nº II

Ya esta a la venta el segundo numero de Desperta Ferro. Revista dedicada al mundo antiguo de Europa. Este segundo numero, dedicado íntegramente a la cultura celtica en Europa, con un apartado especial dedicado al mundo céltico hispano y las dos guerras mas importantes que sufrió; las guerras cantabras contra astures y cantabros, y las guerras celtibericas, contra los celtas de la meseta.
La imagen muestra a un gálata acometiendo a un hoplita "ligero" etolio, para "Brenno y el ataque a Delfos del 279 a. C.".

Recensión de Francisco Villar, Indoeuropeos y no indoeuropeos en la Hispania prerromana.

Las poblaciones y las lenguas prerromanas de Andalucía, Cataluña y Aragón según la información que nos proporciona la toponimia. Ediciones Universidad de Salamanca. Salamanca 2000

El proceso de indoeuropeización de la Península Ibérica es uno de los problemas más complejos a los que, desde hace ya muchos años, se enfrentan tanto la Prehistoria como la Lingüística. Es tal la cantidad de elementos en juego y de cuestiones a resolver que no resulta difícil augurar que serán muchas las generaciones de arqueólogos, filólogos, historiadores de la religión y antropólogos que investigarán y debatirán sobre este campo. El camino por recorrer es largo y, como es sabido, son pocos los puntos que han sido firmemente establecidos y, en consecuencia, aceptados por todos. No es este lugar para hacer balance de la cuestión: un muy breve resumen se podrá encontrar en un artículo que publicamos en un número anterior de Terra Nostra o una exposición mucho más detallada en la Parte V de otra obra del autor del que nos ocupamos aquí, Francisco Villar, Los Indoeuropeos y los orígenes de Europa, 2ª ed., Madrid 1996. Brevemente, recordaremos que parece clara la existencia de tres estratos lingüísticos indoeuropeos prerromanos: por un lado, el correspondiente al Alteuropäisch, por otro, el de la lengua de las inscripciones lusitanas y, por último, el celtibérico, existiendo posiciones encontradas sobre la naturaleza de cada una y el tipo de relaciones que pudieran haber existido entre ellas.
Este ya de por sí complejo panorama se ha visto más complicado, si cabe, por la hipótesis que presenta F. Villar en esta obra. En efecto, a lo largo de sus casi 500 páginas el autor intenta demostrar, a través del análisis de una ingente cantidad de material lingüístico, la presencia en la Península Ibérica de un estrato lingüístico indoeuropeo diferente a cualquiera de los otros tres detectados hasta el momento, un estrato de rasgos muy arcaicos que de confirmarse atestiguaría que el proceso de indoeuropeización de la Península fue mucho más complejo y profundo de lo que se había supuesto.
La obra comienza haciendo repaso de una serie cuestiones relativas a la Lingüística Comparada, en especial un alegato de la validez de su método y una descripción de sus características, para continuar con un amplio comentario de la historia de la investigación paleolingüística en España, desde los dislates del padre Astarloa hasta los autores contemporáneos como Gorrochategui o de Hoz, haciendo especial hincapié en la progresiva complejidad de las concepciones del substrato, desde el vasco-iberismo originario, tesis que no se cansa durante toda la obra de denostar, y con razón, hasta la identificación de los diferentes niveles actualmente admitidos: los ya mencionados indoeuropeos junto al vasco, tartesio, ibérico, etc.
Tras estos dos capítulos a guisa de introducción, se adentra en el examen del material recogido: topónimos, hidrónimos, antropónimos y etnónimos, material organizado en series en función de un componente principal que es estudiado en todos los aspectos filológicos posibles, tanto fonéticos como morfológicos, y del que ofrece su correspondiente distribución geográfica, tanto en la Península como en Europa, norte de África u Oriente Próximo. Así, uno a uno, van siendo analizados todos los elementos susceptibles de formar parte de este estrato, proponiendo el carácter indoeuropeo, entre otros, de los siguientes: uba-, relacionado con las raíces indoeuropeas para agua *ap, *ab, *up; ur, relacionado con el ide *(a)wer- / (a)ûr, agua, río, corriente; urc- con el ide *war- / *ur- más el sufijo ko; uc-, en el que se habrían reunido tres componentes diferentes: uko (diminutivo), uko (sufijo hidronímico que aparece en lituano) y un apelativo relacionado con ûkis (lugar de habitación) también presente en lituano, bai-, relacionado con el ide *gwhêi, brillar, etc. Al estudio de los elementos susceptibles de ser agrupados en series que califica de mayores sigue el de las series menores (tur-, turc- y murc-) y de aquellos, muy numerosos, que por su escasa aparición en las fuentes no pueden ser seriados, pero que responden a unas mismas características lingüísticas, así como el análisis de la antroponimia susceptible de ser relacionada con este estrato.
Una vez analizado el material, Villar se adentra en la caracterización de la lengua o lenguas responsables de esta hidronimia, toponimia y antroponimia, llegando a la conclusión de que no corresponde a ninguna de las lenguas indoeuropeas conocidas, siendo imposible su identificación con ninguno de los tres estratos indoeuropeos conocidos en la Península por diferentes razones (aquí no podemos dejar de mencionar que en su obra mencionada anteriormente relaciona el elemento tur-, presente en nuestro Turia, con el Alteuropäisch pp. 507-509), y sosteniendo que este estrato presenta fuertes relaciones con las lenguas itálicas y con las bálticas, generalmente, aunque no siempre, en las innovaciones con las primeras y en los arcaísmos con las segundas.
Durante toda la obra, y mediante el estudio de la distribución geográfica de los testimonios de este estrato se va evidenciando una concentración de estos elementos en dos áreas principales: la meridional y la ibérico-pirenaica, como el autor las denomina, que se corresponden con el área que hasta ahora se consideraba no indoeuropea (baste recordar la famosa frontera de los briga-). Resulta evidente que las consecuencias de las propuestas de Villar pueden resultar revolucionarias para nuestra protohistoria. El autor es consciente de ello y en un último capítulo analiza algunos de los etnóminos del área ibérica (ilérgetes, indicetes, volciani, etc.) atribuyéndoles etimologías indoeuropeas relacionadas con el estrato objeto del libro (seguras para dieciséis entre veintitrés, aunque posiblemente sean más todavía), lo que implica un masivo substrato indoeuropeo en todo esta área (Aragón, Cataluña y norte de Valencia), pero, sin embargo, renuncia explícitamente a intentar explicar el mecanismo de entrada de estas lenguas, emplazando a arqueólogos y prehistoriadores a abordar esta cuestión. Lo que sí sostiene es la imposibilidad de relacionar los Campos de Urnas con esta toponimia debido a motivos distribucionales (son prácticamente inexistentes en Andalucía) y cronológicos (relaciona el topónimo Alube de la Ilíada con el Guadalquivir y con los hallazgos micénicos allí efectuados, lo que dataría este estrato con anterioridad a las penetraciones de esta cultura. Por otro lado, considera que la densidad de este estrato casa mal con unos «recién llegados» como los Urnenfelder). No obstante, no parecen argumentos excesivamente fuertes: Infiltración y transformación de la cultura material son fenómenos que a menudo van parejos y aunque en la actualidad se tiende a ver en las transformaciones del bronce final tartésico influencias mediterráneas, algunos de los nuevos elementos no dejan de estar relacionados con el ambiente de las urnas, aunque tampoco podemos dejar de señalar que se ha hecho responsable a influencias del Mediterráneo los elementos indoeuropeos presentes en el tartesio. Por otra parte, la relación del Alube homérico con la Península no deja de ser una conjetura toponímica, apoyada sobre conjeturas cronológicas y arqueológicas, y en cuanto a la excesiva densidad que pueda presentar un substrato depende más bien de la profundidad de la «limpieza étnica» que de la antigüedad del proceso. Todo esto, no obstante, no deja de ser un mero comentario ante la superposición de esta toponimia y los Campos de Urnas en el área nordoriental peninsular, que resulta bastante sugerente y ante la propia naturaleza lingüística del substrato (sobre todo la presencia de elementos compartidos con diferentes grupos del «indoeuropeo nordoccidental») que no deja de evocar constantemente las ideas de H. Krahe sobre el «estado líquido» (flüssige Zustand) del complejo de las urnas desde el punto de vista lingüístico. No obstante, evidentemente es todavía muy pronto para intentar elaborar hipótesis arqueológicas sobre esta cuestión.
Un punto que quizá llame la atención a quienes han seguido la labor de Villar es el escaso espacio dedicado al paleoeuropeo y a sus presuntas relaciones con este estrato recién descubierto. Ya que ambas son lenguas ciertamente arcaicas y siguen un modelo distribucional diferente, aunque muy determinado en ambas por los cursos de agua, cabría esperar un análisis comparativo de ambas lenguas que nadie mejor que Villar está en condiciones de realizar. Estamos convencidos de que no tardará en abordar este problema.
En definitiva se trata de una obra destinada a tener un gran eco entre los especialistas no sólo en paleohispanística sino también en indoeuropeística y que abre nuevos caminos para el conocimiento del pasado de nuestros pueblos.
Olegario de las Eras.