domingo, 17 de julio de 2011

Vismarus, rey de los arevacos

Vismaro (s. III a.C.). Rey de la antigua tribu prerromana de los arévacos (siglo III a.C.). Según los autores clásicos los arévacos eran la tribu principal de los celtíberos, concretamente de los celtíberos ulteriores, es decir, los más alejados de Roma. Para Plinio su nombre derivaba del río Areva. Bosch Gimpera cree que el término de are-vaccei significaba vacceos del este, con lo que resaltaba, además de los vínculos de proximidad territorial, otros de parentesco entre las dos tribus. Para Schulten el término tiene un claro origen céltico, demostrado por la partícula -are (oriental) y la terminación en -acus, muy usual entre los pueblos celtas. Los arévacos se asentaban en la región del alto Duero y las comarcas de Atienza y Sigüenza en dirección a Hita. Fueron ciudades arévacas, entre otras, Numantia, Segontia (Sigüenza), Uxama (Osma) y Termantia (Termes). El carácter íbero de aquella tribu se plasmó en la táctica militar usada de defensa desde el interior de sus oppida. El componente céltico se reconoce en el nombre de sus caudillos y algunas de sus ciudades. Las obras de los autores clásicos han descrito con todo detalle la organización gentilicia en la que se basaba la estructura social de los arévacos. Los historiadores romanos, a falta de una palabra propia, usaron los términos genéricos de gentes, populi, gene o ethe para describirlo. Era un grupo muy jerarquizado en el cual la aristocracia gentilicia actuaba como grupo dominante del resto en todos los aspectos. Su poder y prestigio estaba basado en las riquezas acumuladas, así como en la posesión de grandes rebaños de ganado, la principal fuente de riqueza entre los arévacos. Como en otras regiones peninsulares, entre los arévacos se encontraban también poderosas comitivas o clientelas armadas que rodeaban a aquellos miembros de las aristocracias, que pasaban a ser miembros imprescindibles para el resto del grupo debido a su potencial económico y militar.
Tal fue el caso de Vismaro, que más que rey de los arévacos, o princeps como lo describió Livio, debe denominársele régulo o caudillo militar. En principio era la asamblea y el consejo de ancianos de la ciudad elegían por su mayor valía a un jefe militar, que era el encargado de la defensa durante un período determinado y que solía ser un año. Según algunos autores, el nombre de Vismaro no corresponde al territorio de los arévacos, por lo que posiblemente emigrado de otra región de la Meseta, llegó a convertirse en régulo de alguna ciudad de los arévacos. Vismaro mostró siempre una especial rudeza contra todo pueblo invasor, aunque protagonizó una alianza defensiva, junto a otro régulo arévaco llamado Moeniacoeptus, con el cartaginés Aníbal, en la cual llevó a participar a su pueblo en las luchas contra Roma. Su participación en aquellas campañas respondió, más que a componentes políticos, al deseo de obtener botín mediante al asalto y las rapiñas de otros territorios más ricos que el suyo. Al ser vencido por los romanos, Vismaro huyó dejando tras de sí un típico botín céltico compuesto de torques de oro, brazaletes y monedas.

martes, 5 de julio de 2011

¿Celtiberos? o simplemente celtas . Nuevas conclusiones sobre las raíces de España

La historia es un campo de batalla. En ella no siempre ha salido triunfante la verdad; muchas veces se ha impuesto la mentira en los libros o documentos llamados históricos. En otras ocasiones ha ocurrido justo lo contrario: después de haberse asentado la verdad verdadera en la historia. No sin enconada lucha. No ha dejado de recibir, sin embargo, acometidas o ataques para desban*carla, eclipsarla o tergiversarla. Aquí no reina la paz. Estamos seguros de ello. Durante dos mil años, los historiadores han sostenido que el núcleo de la España antigua correspondía a un pueblo bien definido: Los Celtiberos, una mezcla particular de los pueblos celtas procedentes de centroeuropa con los elementos ibéricos autóctonos. Sin embargo, la investigación de los últimos años ha desmentido esta perspectiva. La expresión “Celtibero” no significaría una mezcla de celtas e iberos, sino, simplemente, “los celtas de Iberia”. La Vieja España era mayoritariamente celta. Hemos de volver a escribir nuestra prehistoria.
Nuestros manuales escolares, a la hora de explicar la formación de los primeros pueblos peninsulares. todavía se hacen eco de las ideas de romanos y griegos sobre el asun*to: desde el valle del Guadalquivir hasta la actual Cataluña, por toda la costa mediterránea, los iberos; desde el Algarve portugués hasta el curso alto del Ebro, por toda la costa atlántica y cantábrica, y hasta el pirineo aragonés, los celtas; en medio, en las mesetas y valles del Ebro, el Duero y el Tajo, los celtíberos. Estos últimos serian el producto de la mezcla entre los primeros celtas que llegaron a la península y los pueblos ibé*ricos. El núcleo de España, por tanto, sería el producto de un mestizaje entre los elementos célticos procedentes del centro de Europa y los elementos ibéricos supuestamente autóctonos.
Esta certidumbre se basaba en las fuentes griegas y romanos, y muy especialmente en el testimonio del historiador griego Diodoro de Sicilia (siglo 1 a.C.), que escribe: "En otros tiempos, estos dos pueblos. los iberos y los celtas, guerre*aban entre sí por la posesión de la tierra, pero cuando más tarde arreglaron sus diferencias y se asentaron conjuntamente en la misma, y acordaron matrimonios mixtos entre sí, recibieron la apelación mencionada". Así explicaba Diodoro la existencia de esos "celtíberos" de los que hablaban ya Timeo y Polibio, y a los que Ptolomeo situaba entre el Moncayo y el Ebro. La cosa estaba clara.

MAS CELTAS DE LO QUE SE PENSABA
Sin embargo, hacia los años 20 de este siglo empezó a valorarse de un modo distinto el peso de lo céltico en la formación de la España antigua. Pedro Bosch Gimpera, en su revolucionaria Etnología de la península ibérica (1932), relacionó los testimonios antiguos sobre la presencia de celtas en España con la existencia de campos de urnas -como los de las culturas célticas centroeuropeas- y los elementos lingüísticos disponibles. El resultado era sorprendente: la España antigua era mucho más céltica de lo que se pensaba. En la misma línea abundaron los trabajos de Caro Baroja, Blázquez y Antonio Tovar, ya en los años cuarenta. Los descubrimientos arqueológicos posteriores no han hecho sino reforzar esa tesis.
Ahora bien: como en otras muchas ocasiones, factores de orden político (o, más exactamente, ideológico) han deformado la realidad histórica. En efecto, la hipótesis del mestizaje celtibérico encajaba muy bien en los supuestos tanto de una cierta izquierda como de una cierta derecha cultural A la vieja derecha española, perpetua defensora de la peculiaridad hispánica frente a Europa, le gustaba mucho ese origen singular de la primera España, distinto al de franceses o alemanes, y que mediante la fusión de celtas e iberos prefiguraba la futura fusión de la hispanidad en América. Pero, del mismo modo, la izquierda cultural veía con muy buenos ojos ese origen mestizo de España, contrapuesto de forma radical a las pretensiones de "pureza racial" que mantenía la derecha cultural en otros países, y que podría dar razón del carácter "oriental" de España a través de la supuesta continuidad entre iberos, fenicios, árabes y judíos. Este tipo de prejuicios, tanto a la derecha como a la izquierda, han tenido por resultado que todavía hoy sea imposible plantear el asunto del origen de España con un cierto rigor histórico y sin ceder a pasiones intencionadas.
No obstante, la verdad histórica debe abrirse paso por encima de las modas ideológicas o de los tópicos del momento. Y la verdad histórica es que los llamados celtíberos eran, en realidad, celtas. A este respecto, las conclusiones de los lingüistas son inapelables: todas las inscripciones descifradas, en un área muy extensa que va desde el valle del Guadalquivir hasta el Pirineo oriental y desde la meseta sur hasta el Cantábrico, responden a un tipo de lengua céltica. ¿Significa eso que Diodoro de Sicilia se equivocaba, como las fuentes anteriores a él? Los clásicos tenían sus razones. Los celtíberos eran celtas, pero celtas que habían recibido el influjo cultural de la civilización ibérica que en ese momento se extendía por las costas mediterráneas, igual que los celtas franceses del Midi o los celtas italianos del sur de los Alpes entraron en contacto con iberos, ligures y etruscos. los celtíberos utilizaban una escritura de tipo ibérico. Quizá por eso se pensó en la hipótesis del mestizaje.
Pero mientras que las inscripciones en ibérico se resisten todavía a la traducción, las celtibéricas han podido ser descifradas, y lo han sido gracias a(os avances en el estudio de las lenguas indoeuropeas. El resultado de ese trabajo de desciframiento es inequívoco sobre la celtitud esencial de los celtíberos: celtas que en algún momento adoptaron los signos de una escritura ajena para escribir en su propia lengua. El elemento más importante en esta labor ha sido tal vez el bronce de Botorrita, cuyo carácter celta es indudable. Se trata, eso sí, de un celta peculiar, distinto al de otros lugares de Europa, muy arcaico y, además, diferente incluso al de otros hallazgos supuestamente célticos de la propia península ibérica, como los relativos al dialecto lusitano. Eso significa que la penetración celta en España fue muy temprana, en los primeros años del primer milenio a.C., y que desde entonces vino siendo ininterrumpida durante tres o cuatro siglos.
Pero hay más: el estudio del lusitano y el de los antiguos hidrónimos de la península permiten concluir que, con anterioridad a esta temprana penetración celta, hay que aceptar la (legada de otros grupos indoeuropeos, tal vez unos celtas aún no muy diferenciados del resto de los pueblos indoeuropeos, tal vez aquellos indoeuropeos primordiales que en algún momento constituyeron un sólo pueblo. Estamos ante unas hipótesis que tras los aportaciones de la lingüística pueden manejarse con absoluta garantía de seriedad. A todo ello hay que añadir evidencias como el origen céltico del nombre de Argantonio, el célebre rey de Tartessos, en el extremo sur de la península, y que permite sospechar, cuando menos, la presencia de una aristocracia de carácter indoeuropeo en una civilización hasta ahora tenida por exclusivamente ibérica. El carác*ter claramente hercúleo del mito tartéssico de Habis (o Habidis), muy estrechamente emparentado con otros héroes semejantes del ámbito céltico, parecen avalar esta sugerencia, así como el culto religioso al jabalí, al ciervo, al caballo y al toro, extendido por toda la península.

RESCRIBIR LA PROTOHISTORIA
Asi las cosas, nos encontramos con un panorama muy diferente al hasta ahora aceptado. Según los nuevos datos, la indoeuropeización de la península no habría sido un fenómeno marginal y tardío, sino intenso y temprano. Desde antes del primer milenio a.C., diversos pueblos indoeuropeos habrían entrado por los Pirineos dando nombre a los ríos y yendo a parar al extremo suroccidental de la Península. Después, un nuevo grupo de pueblos, quizá celtas o protoceltas, indoeuropeos con toda seguridad, habrían seguido el mismo camino, dando lugar a lo que los romanos conocieron como "lusitanos". Por último, y antes del siglo VI a.C., una nueva oleada, ya propiamente celta, se extiende por toda la península y ocupa las dos mesetas, la cordillera cantábrica (Vasconia incluida, como atestiguo el yacimiento de Cortes de Navarra), (as serranías levantinas, el Ebro catalán y la cuenca del Guadiana. Cuando los romanos llegan a España, en el 218 a.C., la península es étnica, lingüística y culturalmente indoeuropea y mayoritariamente celta, con excepción de la franja costera meridional, que es ibérica y está sometida al influjo fenicio. La aportación romana culminará la indoeuropeización de España.
En definitiva, la lingüística ha practicado sobre la historia antigua de España una operación semejante a la que llevó a cabo sobre la civilización Micénica. En el caso de Micenas, la opinión mayoritaria era que se trataba de una civilización oriental y pelásgica, heredera quizá de Creta, hasta que se descubrió que su escritura, el "lineal B", era en realidad una forma arcaica de griego; Micenas era indoeuropea. Del mismo modo, la investigación sobre los testimonios escritos de esta primera España ha llevado a la conclusión de que nuestra península fue, sobre todo, celta, aminorando considerablemente el peso del componente ibérico y cercanoriental. Por supuesto, quedan pendientes varios problemas: el primero, conocer el origen exacto de Tartessos y su civilización, para confirmar los indicios de presencia céltica en ella; el segundo, elucidar la procedencia y extensión de los iberos, saber si se trataba de un pueblo autóctono -quizás heredero de la civilización megalítica- o si procedía del norte de Africa; el tercero, resolver el problema de los vascos, de quienes se sigue ignorando si pertenecen al ámbito ibérico o si llegaron a España junto a las primeras oleadas migratorias; por último, desvelar la identidad de algunos otros grupos indoeuropeos que, verosímilmente, llegaron a España en época prehistórica y que siguen envueltos en una nube de misterio. Pero lo que ya no admite duda es que la protohistoria de España debe ser escrita de nuevo.

Jose Javier Esparza

-Francisco Villar: Los indoeuropeos y los orígenes de Europa. Lengua e His*toria, Ed. Gredos, Madrid, 1991 (especialmente la Parte V: "Los indoeuropeos en España').

-Guadalupe López Monteagudo: Los celtas de la Península Ibérica, apéndice a Venceslas Kruta: Los celtas, Edaf, Madrid, 1977.

-Francisco Marco Simón: Los celtas Biblioteca Historia 16, Madrid, 1991 (sobre todo el capítulo 5: "Los celtas en la península ibérica”).

Tarunno, ruedas solares, y cabezas cortadas

A Taranis/Júpiter se ofrecían cabezas humanas cortadas, siendo sus símbolos las ruedas y los espirales. Renard considera que los anillos o círculos concéntricos y las medas juegan un papel profiláctico análogo al que tiene asignado la rueda como atributo de Júpiter, es decir, los anillos tendrían un carácter astral.

Las «cabezas cortadas» en la Península Ibérica, Guadalupe López Monteagudo

lunes, 4 de julio de 2011

Los "reyes osos" y el escudo de Madrid

Entre el siglo V y el VIII, en toda Europa aparecieron monarquías de las que se sabe muy poco, situadas a medio camino entre la historia y la leyenda, pero todas ellas unidas por una constante: su común referencia al oso, como animal totémico; todas las leyendas urdidas en torno a estos monarcas hacen de ellos seres míticos.
El culto al oso entre los antiguos celtiberos queda atestiguado por distintas inscripciones en las que figura la palabra "arconi" o "arco" (idéntica en su raíz a "arkthos" y a la mítica y paradisíaca Arcadia) referidas a una diosa de la tierra y de la naturaleza.
Los germanos adoraron al oso y los godos trajeron hasta España este culto que quedó ligado a la nobleza visigoda superviviente después de la invasión árabe. El primer conde de Barcelona se llamó Bera (= el oso), y varios de sus sucesores Berenguer (= el que es como un oso).
Al producirse la invasión musulmana en España, se produjo una sacudida social mucho más grave que la que representó las invasiones germánicas. Las estructuras de la sociedad hispano-visigoda se derrumbaron y con ellas el Estado. El período legendario en la historia de España tiene su momento áureo desde que los musulmanes inician la invasión, hasta la culminación de la dinastía astur.
Del hijo de Pelayo, el primer rey de la Reconquista, Favila, solamente se sabe una cosa, pero ciertamente significativa, que murió abrazado por un oso. A la luz de la óptica legendaria y de las estructuras míticas medievales, este dato no hay que tomarlo como un desgraciado accidente, sino como la asunción por parte de Favila y de sus descendientes, de las características propias del oso: vigor, vitalidad, fortaleza, valor, energía, etc. que, mediante el acto del abrazo, quedarían incorporadas al rey. Este moriría como hombre para renacer en sus descendientes con fuerzas renovadas. Tal esquema, muerte/renacimiento es frecuente en las mitologías e iniciaciones medievales.
¿Por qué esta insistencia de la humandiad medieval en la figura de los osos y en su vinculación con las monarquías legítimas? Para entenderlo hay que alzar los ojos al cielo en la noche clara y contemplar que la respuesta está allí: las constelaciones llamadas Osas tienen una estrella de singular importancia en el cielo, la Polar, es decir, aquella en torno a la cual gira todo el firmamento y que indica el Norte.
La ideología medieval consideraba que el rey estaba dotado de una función polar: indicaba el camino a seguir, era inmóvil e ineccesible, frecuentemente su castillo se encontraba en una montaña elevada, o su trono se alzaba sobre el nivel del suelo en las salas palaciegas, y esto era así, por influencia divina.
Madrid es conocida como la villa del oso y del madroño, elementos que componen el escudo heráldico de la Capital. Las hojas peremnes del madroño lo relacionan con la inmortalidad, mientras que su color rojo púrpura lo entronca con la realeza imperial. No es por casualidad que exista una relación fonética -no etimológica- entre Madrid y madroño: las funciones que de una capital están contenidas simbólicamente en el madroño que junto con el oso rampante, sobre campo de plata, componen el escudo de Madrid.
La presencia del oso está justificada por la abundancia que hubo de este animal en otro tiempo; pero al mismo tiempo, el oso representa la fuerza y la potencia salvajes, violenta, primitiva e incontrolada que, al contacto con los frutos de la inmortalidad -madroño- será transformada en potencia ordenada, luminosa y rectora.

Ernesto Mila

El dios Lug o Lugoves el de las dos cabezas en la peninsula iberica

Según opinión actualmente casi unánime, debe ser Lug la divinidad céltica que César identifica con Mercurio y coloca a la cabeza del panteón galo y que, según mostró M. L. Albertos, sería la divinidad principal de los celtas peninsulares y, consiguientemente, de los celtíberos. En el territorio de éstos bailamos tres dedicatorias, dos de ellas ciertas y una probable, cosa inusual dada la parquedad de testimonios epigráficos del culto a este dios. La más importante de ellas, en la que el nombre de la divinidad aparece en forma pura, es la gran inscripción rupestre de Peñalba de Villastar (Teruel):

Eniorosei
uta tigino tiatunei
Trecaias to Luguei
Arianom comeimu
Eniorosei equeisuique
ogris alocas logias sistat Luguei tiaso
Togias.

Otra inscripción, que incluimos con ciertas eludas, procedente de Muro de Agreda (Soria), parece mencionar así mismo a esta divinidad48:

Lougesteric(o)... aram cum monument(o), o bien:
Louci(s) luteris aram cum monumen(o).

Finalmente, un tercer epígrafe está dedicado a los Lugoves, forma plural de Lug, por un individuo perteneciente al gremio de zapateros de Uxama, de donde procede la inscripción, quien indica además la gentilitas de la que formaba parte:

Lugovibus sacrum L (hederá) L(icinius) (hederá) Urcico(m) collegio
sutorum d(onum) d(at).

Las tres inscripciones se refieren al mismo dios, Lug o Lugu, cuyo nombre aparece en la gran inscripción de Peñalba por dos veces, como señaló Tovar, en forma de un dat,sing, en -uwei. La gran difusión del culto a Lug entre los celtas lo señalan los veintisiete topónimos esparcidos en el continente y las Islas Británicas, formados sobre él nombre del dios y cuya forma más generalizada es la de Lugudunum, siendo el caso más conocido el de la antigua capital de las Tres Gallas, la actual Lyon. En la amplia dispersión de estos topónimos formados sobre el nombre de Lug veía Tovar precisamente una de las pruebas más concluyentes acerca de la universalidad de su culto entre los celtas y de la unidad fundamental de los mismos antes de sus migraciones históricas.
Curiosamente, sin embargo, sabemos muy poco de Lug en las Galias, y los testimonios epigráficos fuera de la Península se reducen sólo a tres inscripciones.
El nombre de Lug se explica a partir de distintas etimologías sobre las cuales los linngüistas no llegan a un acuerdo. Para unos él nombre deriva de un radical *leuk,- brillar», y Lug sería un dios «luminoso», probablemente de carácter solar, lo que arecen corroborar algunos de sus epítetos. Para otros el teónimo deriva de un adical *leu/lu-g- con el significado de «oscuro, negro»; sobre éste se formaría el galo Hugos, «cuervo», del que derivaría él nombre de Lugu-dunum (Lyon) de acuerdo con la leyenda transmitida por el Pseudo-Plutarco acerca de la fundación en esta ciudad, en cuyo escudo aparece, efectivamente, el cuervo. Esta relación entre Lug y el cuervo queda reflejada en el abrigo de Peñalba por la representación del ave bajo la gran inscripción dedicada al dios. También un cuervo acompaña a Mitra, divinidad solar lo mismo que Lug, y en base a este nexo, creemos que bay que poner en relación con el culto a Lug los sacrificios humanos de fundación exhumados bajo la muralla de BU bilis, en los que un par de cuervos acompañan a una de las víctimas. La irazón o explicación de este rito en relación con Lug vendría dada por el carácter «plurifuncional» del dios en el que, sin embargo, parece predominar el aspecto protector, mágico y sacerdotal.
Más explícitas que las fuentes galas resultan las leyendas irlandesas, aunque plantean en cambio el problema de su fecha muy tardía y, por consiguiente, de hasta qué punto reflejan la personalidad originaria del dios. En la batalla de Mag Tured él es el jefe de los Tuatha Dé Danann y quien decide la victoria sobre los Foimoré. De Vries ha puesto de relieve las estrechas afinidades de Lug con Wotan u Odín, que también ha sido asimilado a Mercurio por los autores antiguos.
Ambos son cabezas de sus respectivos panteones y jefes de ejército. Ambos deciden una batalla divina o mítica, la de Mag Tured en las leyendas irlandesas, la de los Ases y Vanes en las escandinavas. Ambos combaten con una lanza (¿el rayo, el sol? ) y ambos usan la magia para la cual cierra Lug un ojo, mientras que Wotan es tuerto. Lug es maestro de poesía, al igual que Wotan es maestro de los escaldos y ambos se asocian o aconsejan con los cuervos. Lug.


Distintos epítetos aplicados a Lug en los relatos irlandeses hacen pensar, como se dijo antes, en un carácter solar del dios. Se le llama, por ejemplo, lámfada («de larga mano»), que hace pensar quizás en los rayos del sol, y lonnbeimenech («el que golpea furiosamente») lo que combinado hace .pensar en Apolo «que hiere de lejos». Precisamente una explicación dada en Irlanda para explicar el epíteto de Lámfada es que tenía los brazos tan largos que ¡podía atarse los zapatos sin inclinarse. Gricourt ha estudiado cómo en un amplio área el sol ha sido tenido como el dios de los zapateros y, en general, de los trabajadores del cuero, al parecer por la sacralization transferida a las pieles por el contacto con los rayos del astro. En este punto hay que tener en cuenta que otro epíteto frecuente de Lug es el de sambildánach, «el que sabe hacer muchas cosas, hábil en muchas artes»; el cual explicaría el carácter de patrón de los artesanos y comerciantes supuesto en el dios celta, que habría permitido su identificación con el Mercurio romano y, por otra parte, el que un zapatero de Uxama dedique una inscripción al dios en su forma plural, los Lugoves.
Sobre la simbologia de los Lugoves y el significado de este plural las interpretaciones son contrapuestas. Para unos autores, como Sjoestedt o Le Roux, el plural Lugoves constituye un plural de majestad o indicador de un dios triple o una trinidad de dioses, interpretación que viene avalada por la existencia de tres foci en las aras gallegas de Sinoga de Otero y S. Vicente de Castillones y por la convención artística de los celtas de triplicar las figuras o dotar de tres rostros a las divinidades, con lo que se simbolizaría en un nivel platico el poder universal del dios que mira en todas las direcciones. Partiendo de la inscripción de Uxama, sin embargo, otros autores ven en el plural Lugoves la expresión de dos divinidades, relacionándolo con dos figuras del Mabigonion gales: las de Gwydyon y su hijastro Lleu llaw Gyffes, que son precisamente zapateros. A esta dualidad corresponderían los monumentos galos de «Mercurio y su hijo» que, como Gricourt apunta, expresarían la creencia en un dios maduro y un dios niño que son a la vez sucesivos y simultáneos; esta concepción, vinculada a un dios solar, expresaría la idea del cíclico renovamiento (invernal/estival) del sol.
Con respecto al culto de Lug en celtiberia, una cita relativa a la guerra numantina {De vir.itt. 59) arroja una luz interesante sobre la principal conmemoración del mismo: la Lugnasadh. Distintos especialistas han señalado que era ésta la principal festividad del calendario céltico: entre Beltaine (1 de mayo) que celebraba el aspecto solar, claro y apolíneo del dios y Samain ( 1 de noviembre) que celebraba su aspecto oscuro y sombrío, guerrero, la Lugnasadh (1 de agosto) conmemoraba su aspecto real y constituía una fiesta pública, en el momento en que el rey estaba en el culmen de su poder y a punto de recogerse los frutos de la cosecha. Lug la habría instituido para conmemorar la memoria de Tailtiu, hija de Madhmor, rey de España, que lo habría criado hasta la edad de coger las armas, estableciendo una «asamblea de Tailtiu» que se celebraba quince días antes y quince días después con certámenes públicos. Esta asamblea de toda Irlanda se celebraba en Tara, en el condado de Meath, y parece que históricamente se prolongó hasta aproximadamente el año 560 d. C. Por esto, dicen, la fiesta se llama Lugnasadh, que significa «el recuerdo de Lug». Pero otra traducción también puede ser «el matrimonio de Lug», lo que hace referencia al matrimonio del dios —aquí identificado con el rey— con la tierra (Tailtiu), pero también a que en esta fecha los padres concertaban los matrimonios de los hijos. La noticia relativa a la guerra numantina antes mencionada informa precisamente de que había un día o festividad del año en que los numantinos celebraban los matrimonios. Coincidió que en una ocasión, cuando el cónsul Mandno (137 a. C) llevaba el ejército a un lugar apartado de Numancia para remediar la absoluta falta de disciplina y desmoralización de las tropas, eo die Numantini forte solemni nuptum filias locabant et unam speciosam duohus competentibus pater puella condicionem tulit, ut ei illa nuberet qui hostis dexteram attulisset. Salen los pretendientes al campo y descubren precisamente al ejército romano que se retira y, dando aviso a la ciudad, lo atacan y colocan en la apurada situación que hizo aceptar a Mancino una capitulación deshonrosa.
Parece pues que había un día en que los celtíberos solían acordar las bodas de las hijas precisamente por parte de los padres y que este día, como vemos por las fuentes literarias, caía hacia mediados del verano. Esta suposición se basa en el hecho de que, aunque desde el 153-152 a. C. normalmente se adelantaba la toma de posesión del cargo de los praetor es de Hispània por razón de la guerra (App. Iber. 45), Mancino se dirigió a la Península no por tierra sino por mar (Livio, per. 55), por lo que verosímilmente hubo de esperar a comienzos de la primavera en que las condiciones de navegación en el Mediterráneo eran favorables; luego, una vez frente a la ciudad, libró varios combates en los que perdió siempre, hasta que la noticia de que los vacceos y los cántabros acudían en ayuda de Numancia le llevó a emprender la retirada en la que fue sorprendido por los celtíberos {Iber. 80; Plutarco, Tib.Grac. 5-6; Floro 1, 34, 5 etc.). Si tenemos en cuenta el tiempo que necesitó el cónsul para dirigirse de la costa a Celtiberia, a través de pueblos hostiles, y el necesario para desarrollar las operaciones que fracasaron antes de la retirada, podemos con cierta verosimilitud pensar que el hecho novelesco narrado por nuestra fuente acerca de las bodas numantinas acaecía hacia el verano y que, probablemente, constituye la única referencia de que disponemos acerca de una fiesta del calendario céltico estrechamente vinculada al culto de Lug cuya constancia tengamos en la Península Ibérica.

Las cabezas cortadas en las Galias y en la Hispania celta


"Los jinetes galos, llevando cabezas colgadas delante del pecho de sus caballos y clavadas en las lanzas, entonando cánticos según su costumbre..." (Tito Livio)

"Los celtiberos cortan las cabezas de sus enemigos muertos en el combate y las cuelgan de los cuellos de sus caballos..." (Diodoro de Sicilia)

Solsticio de Verano 2011

Como ya comentamos en algún post anterior, este año nosotros no pudimos subir a nuestro lucus sagrado para celebrar el solsticio de verano. No obstante, algunos de nuestros amigos y camaradas si que lo hicieron. Tal es el caso del grupo Havamal, quienes se reunieron para celebrar el sol del verano bajo un viejo ritual nórdico. El siguiente video muestra con algunas fotografías como fue el acto.
Lamentablemente la distancia y determinadas cuestiones nos impidieron poder participar en el evento. Aun cuando por las crónicas escuchadas de los asistentes, puedo decir, que el ambiente místico, espiritual y ancestral poco tenia que envidiar a los originales días en los ancestrales abismos de los tiempos en Europa.
Sin ninguna duda esperamos y confiamos que este tipo de rituales que evocan el pasado pagano de la gran madre europea siguan adelante, y que algún día podamos compartir noche bajo nuestros diferentes dioses.

sábado, 2 de julio de 2011

Culto al oso en la Hispania celtibera

El culto a los animales salvajes que por su fiereza eran admirados por las sociedades guerreras indoeuropeas, era notable y estaba fuertemente arraigado entre los bárbaros.
En Hispania existen claros ejemplos de culto a los animales salvajes tales como lobos, osos o jabalís.
De entre todos es quizás el culto al oso el mas interesante, por su desconocimiento general, y por extenderse notablemente desde la época mas primitiva del hombre, hasta la alta edad media.
Del culto al oso pardo ibérico entre los pueblos de la Hispania celta, Plinio escribe:

cerebro beneficium inese Hispaniae credunt, occisorumque in spectaculis capita cremant testato, quoniam potum in ursinam rabiem agat.

Plinio (NH VIII, 130)


Lo que traducido aproximadamente viene a significar: En Hispana, se cree que su cerebro contiene un hechizo y queman el cráneo de los que son muertos en los espectáculos, habiéndose comprobado por testigos que quienes han tomado el cerebro del oso como bebida experimentaba la misma rabia del animal.
Según el escritor Frías en sus apuntes y reflexiones sobre las religiones celtibericas. Estas prácticas de magia homeopática son características de un nivel ideológico consubstancial a pueblos con una organización tribal y muestran el fondo primitivo del que surge la religión celtibérica una vez constituida.
En efecto todas estas tradiciones proceden a buen seguro del más arcano sentimiento ritual del hombre en Europa. Remontándose incluso a los tiempos pre indoeuropeos, donde las deidades de los hombres eran animales y bestias tales como bisontes, lobos u osos. Y precisamente de donde procede el culto a Cernunnos. Quien si bien es cierto que fue una deidad de los celtas. No menos cierto es que fue a su vez un dios prestado, o mejor dicho, heredado de los pueblos anteriores a la llegada de los indoeuropeos, el cual entraría dentro de los denominados dioses cornudos de las viejas culturas animistas y generalmente matriarcales.
Fuera o no herencia del primitivismo, lo cierto es que los primeros años de la religión celtibera, están fuertemente influenciados por un alto componente de animismo natural, donde los rituales salvajes tienen un notable protagonismo.
En todo este marco de creencias y tradiciones, el oso, o mejor dicho él espirito del oso, tenia por su fuerza, fiereza, y grandeza, un lugar privilegiado, algo que nuestros celtas compartían con los pueblos germanos.
Así pues y según escribió Plinio. Los celtas en la Hispania, refiriéndose en términos genéricos, ya que lamentablemente no especifica las tribus. Tenían la creencia de quemar los cráneos de los osos cazados u ofrecidos en juegos de espectáculos, a buen seguro rituales todos ellos cargados de simbolismo, por temor al propio espíritu del animal.
Aun así y dentro de la misma creencia, aquellos que bebían el cerebro del oso, conseguían un estado de trance místico, mediante el cual obtenían la fuerza, bravura y fiereza del oso.
La fiereza del oso... ese gran tesoro, ese gran grial perdido para los guerreros de cualquier tribu en esos años. No solo en la celtiberia, sino también en las tierras del norte. Donde los viejos pueblos germánicos pretendían conseguir el mismo fin por métodos diferentes.
Seguramente todos nosotros hemos recordado inmediatamente a los mas populares guerreros vikingos, los camisa de oso, los Berserker. Gentes que durante la alta edad media, aterrorizaron Europa por su fiereza. Y de quienes se decía, que poseídos por la fuerza del oso, ignoraban las heridas y el dolor en la batalla, atacando incluso a sus propios amigos en los momentos del frenesí violento.
Seguramente esta imagen no era muy diferente de cualquiera de la celtiberia, donde guerreros celtas en su mas amplio primitivismo, o quizás incluso proto célticos como los ya existentes en las culturas de las Cogotas de la meseta. Bebían en sagrados rituales el cerebro del oso, para intentar conseguir la fuerza divina del animal, y aplicarla en batalla.
El oso como ya hemos dicho, siempre ha sido admirado por los pueblos que han tenido a los guerreros como símbolo de honor de su sociedad. Siendo también animal sagrado para los visigodos, quienes como buen pueblo germánico, continuó conservando una creencia de culto al oso como animal totémico entre ellos.
De tal forma, que en el cantar del héroe pan gótico Waltario, éste tiene atributos de guerrero oso. Presentándose en sueños a sus rivales con la forma del animal. Lo que viene a demostrar a grandes rasgos, que aun en tiempos del cristianismo en la sociedad goda, tenían o existía una constante de creencias y supersticiones propias del paganismo. Incluso se cree a día de hoy, sin llegar a ser una teoría oficial. Que el rey de Asturias Favila, muerto por una osa en una cacería. No fue muerto por accidente, como la historia nos ha dado entender. Si no por intentar emular en proeza a su predecesor Pelayo. Enfrentándose de tal modo el rey godo astur a un animal totémico para su ancestral pueblo del cual él aun tenia sangre pura; el oso.
Así pues, Favila intentando conseguir la admiración de su propio pueblo, o el respeto de los nobles. Se enfrentó con una osa, no por casualidad, sino por admiración. Él era consiente, como lo eran los godos del valor mitológico, esotérico y simbólico que él animal tenia para su nación etnica en los tiempos antiguos. Por ello el rey astur decidió enfrentarse a un oso, sabedor de que si vencía habría conseguido una proeza digna de admiración para su pueblo, suficiente para poder ganar popularidad por su valor, dando así autenticidad a su cargo y su carisma como rey.
Hemos vito que el oso como animal totémico, ha jugado desde siempre un papel fundamental en los pueblos celta y germano en la península ibérica. Como animal relacionado con el poder, la fuerza, y la fiereza. Un Tótem que en la celtiberia hispánica estuvo representado por la diosa pan céltica Artio. Conocida entre algunas tribus de la península (las mas celtizadas) con el nombre de Arco u Arconi, entre los pueblos celtas de Siguenza (Castilla) el pirineo aragones (Sussetanos), las montañas astures, y los beturios de la betica.

Arconi el dios Oso

viernes, 1 de julio de 2011

Sacerdotes o druidas en Celtiberia

Uno de los grandes misterios de la Hispania celta, es el tema de los druidas. Tanto en las Galias, como en Britania o Irlanda, parece bastante demostrado que la existencia de una casta sacerdotal dedicada única y expresamente a ser guía espiritual y religiosa de las diferentes tribus. Muy por el contrario en España, aun cuando gran parte de las tradiciones, dioses o nombres de las tribus, tienen un marcado semejante con el pueblo de los galos, no se ha encontrado nada acerca de una casta sacerdotal común con estos, negando por tanto muchísimos autores la existencia de druidas en nuestra tierra.
Parece evidente que no existieron como tal, es decir, como se les conocía en las Galias y en Britania. Pero no obstante todos los autores y expertos sobre el tema, coinciden en afirmar la necesaria existencia en la Hispania celta, de una casta sacerdotal encargada de los cultos y rituales de las diferentes pueblos y tribus.
A este respecto M. S de Frías escribe:

La existencia de un culto público, en el sentido del que tributa el grupo extenso de parentesco o la ciudad por medio de especialistas a los que para entendernos podemos llamar sacerdotes, parece atestiguado entre los celtíberos por varios testimonios indirectos. Uno de ellos es el testimonio de Frontino (III 2, 4) de que Viriato cayó por sorpresa sobre los segobrigentes, celtíberos según Plinio (III, 25: ...Segobrigenses caput Celtiberiae...), cuando éstos realizaban sacrificios públicos: Viriathus, cum tridui iter discendens confecisset, idem Mud uno die remensus secures, Segobrigenses et sacrificio cum maxime occupatos oppressif. Otros es el hallazgo, en distintos lugares de Celtiberia, de espacios de culto generalmente organizados en torno a piedras sacrificiales, con cazoletas y canales excavados, cuyo fin parece haber sido recoger libaciones o la sangre de las víctimas. Cerca de Monreal de Ariza el marqués de Cerralbo descubrió un conjunto de ruinas con una de estas piedras de sacrificios. Consistía en un recinto poligonal abierto con bancadas que aprovechan el descenso de las colinas que rodean una pequeña hondonada y en los cimientos de algunas habitaciones en las que su descubridor creyó identificar la cárcel para las víctimas, una gran habitación para atletas que competirían durante las fiestas que se celebrasen, etc., todo ello con más imaginación que pruebas.

Parece evidente por tanto, que los celtas de nuestra tierra conocidos como celtiberos. Tenían una casta sacerdotal dedicada a los cultos, interpretación de augurios, y ritualización de las ofrendas a los dioses en lugares sagrados. Pero lamentablemente desconocemos su nombre, y hemos que dar por sentado que no fueron llamados ni conocidos como druidas, ya que si así hubiera sido nos habría llegado su nombre o testimonio como ocurrió en las Galias, Briania, Gales o Irlanda.
De cualquier forma es al mismo tiempo evidente, que toda sociedad con un lado espiritual o religioso, y la celtibera lo era. Necesita de un grupo de gentes dedicado únicamente a los asuntos de los dioses. Esa gente en Hispania existió como existió en Germania, aun cuando en ambos dos casos, no fueron conocidos, o no llamaron la atención de los romanos de forma suficiente como para que se les mencionara.

Sobre los templos paganos en la Hispania celtica


La evidencia arqueológica plantea por tanto la existencia de construcciones con funciones religiosas que generalmente se ubicaban fuera de los poblados o ciudades. Ello establece un límite a la afirmación de que no conocemos templos en Celtiberia a no ser cierta la sospecha del que corona la acrópolis de Tiermes.
Estos datos concuerdan con lo que sabemos de los galos de la época de César, que parecen no haber tenido templos tal como los conocían los griegos y romanos y que por influjo de éstos comenzaron a edificarlos. En este sentido, el establecimiento de templos dentro de las ciudades celtibéricas, como se sospecha en Tiermes y quizás en Numancia, es obra ya que muestra la influencia romanizadora.

Manuel Salinas de Frías - Caracteristicas generales de la religion celtibera

Baelisto dios del sol brillante, la luz y del fuego purificador

Baelisto es una deidad adorada por los celtas de la Rioja, los berones. No se han encontrado muchas referencias a este dios en la geografía hispánica. Tan solo la ya mencionada en la Rioja (Castilla) y en Asturias, tierra de los astures, donde aun hoy sobreviven algunos topónimos de pueblos que hacen relación directa al dios, como el pueblo de San Juan de Beleño, en la ya citada Asturias.
Muy posiblemente Baelisto y como ocurre con gran cantidad de dioses en las Galias y en Hispania, está vinculado a un lugar concreto. Por lo cual es complicado encontrar mas referencias al dios fuera de ese ámbito cultural o geográfico, al menos con el mismo nombre.
Andoni Saenz de Buroaga (Referencias al culto precristiano del monte Bilibio). Cree emparentar al dios de los berones Baelisto, con un culto a los montes y alturas, algo también muy extendido entre las religiones naturalistas como fue la celta. Esto no significa que fuera una deidad de los montes, aun cuando posiblemente ejerciera un poder sobre su territorio, sino quizás mas bien que para la nación de los berones el dios viviera en el monte Bilibio.
La composición del nombre Baelisto, parece vincularlo claramente con el radical Bhel “blanco / brillante” y la terminación “sto”, con “el que mas”. De tal forma una interpretación muy aproximada desde el punto lingüístico del nombre, nos dice que Baelisto significaría “el mas resplandeciente / el mas brillante”, es decir, el Sol.
Parece muy evidente que Baelisto tiene una relación directa con el también dios de los galos Belenos / Apolo, siendo ambos dos dioses símbolos no el poder del sol como tal, es decir, de la fuerza bruta o heroica. Sino de la luminosidad del sol, de la luz, del fuego. Yn dios que representa al fuego, como medio de luz, de grande, de poder purificador de las cochechas, ganado, y malos augurios. Así al menos estaba considerado en las Galias, donde los hermanos del otro lado del pirineo le consagraron la fiesta de Beltaine.
Aun cuando es cierto que muy posiblemente Baelisto sea el mismo dios Belenos de los galos, al menos comparte si simbolismo solar, luminoso y de fuego. No se puede demostrar y seguramente nuca podremos, por ello lo trataremos como un dios semejante pero no igual.
Baelisto será el dios purificador, el dios de la luz resplandeciente, el dios del sol como símbolo del fuego que purifica, que da perdón, que nos limpia de nuestras malas acciones cuando mostramos arrepentimiento.
Es un dios protector al que los galos ofrecían ganado para que atravesara las llamas de las fogatas en su honor durante el Beltaine para que de esta forma fueran purificadas de malas energías, a la par que protegidas.
Hoy en dia se cree ver en la tradicion soriana del “paso del fuego” una reminiscencia de los rituales celtas hispanicos de purificación. Donde los guerreros o gentes del pueblo, ccruzarian las brasas tiradas en el suelo, unos como símbolo de valor, y otros como símbolo purificador.