Entre el siglo V y el VIII, en toda Europa aparecieron monarquías de las que se sabe muy poco, situadas a medio camino entre la historia y la leyenda, pero todas ellas unidas por una constante: su común referencia al oso, como animal totémico; todas las leyendas urdidas en torno a estos monarcas hacen de ellos seres míticos.
El culto al oso entre los antiguos celtiberos queda atestiguado por distintas inscripciones en las que figura la palabra "arconi" o "arco" (idéntica en su raíz a "arkthos" y a la mítica y paradisíaca Arcadia) referidas a una diosa de la tierra y de la naturaleza.
Los germanos adoraron al oso y los godos trajeron hasta España este culto que quedó ligado a la nobleza visigoda superviviente después de la invasión árabe. El primer conde de Barcelona se llamó Bera (= el oso), y varios de sus sucesores Berenguer (= el que es como un oso).
Al producirse la invasión musulmana en España, se produjo una sacudida social mucho más grave que la que representó las invasiones germánicas. Las estructuras de la sociedad hispano-visigoda se derrumbaron y con ellas el Estado. El período legendario en la historia de España tiene su momento áureo desde que los musulmanes inician la invasión, hasta la culminación de la dinastía astur.
Del hijo de Pelayo, el primer rey de la Reconquista, Favila, solamente se sabe una cosa, pero ciertamente significativa, que murió abrazado por un oso. A la luz de la óptica legendaria y de las estructuras míticas medievales, este dato no hay que tomarlo como un desgraciado accidente, sino como la asunción por parte de Favila y de sus descendientes, de las características propias del oso: vigor, vitalidad, fortaleza, valor, energía, etc. que, mediante el acto del abrazo, quedarían incorporadas al rey. Este moriría como hombre para renacer en sus descendientes con fuerzas renovadas. Tal esquema, muerte/renacimiento es frecuente en las mitologías e iniciaciones medievales.
¿Por qué esta insistencia de la humandiad medieval en la figura de los osos y en su vinculación con las monarquías legítimas? Para entenderlo hay que alzar los ojos al cielo en la noche clara y contemplar que la respuesta está allí: las constelaciones llamadas Osas tienen una estrella de singular importancia en el cielo, la Polar, es decir, aquella en torno a la cual gira todo el firmamento y que indica el Norte.
La ideología medieval consideraba que el rey estaba dotado de una función polar: indicaba el camino a seguir, era inmóvil e ineccesible, frecuentemente su castillo se encontraba en una montaña elevada, o su trono se alzaba sobre el nivel del suelo en las salas palaciegas, y esto era así, por influencia divina.
Madrid es conocida como la villa del oso y del madroño, elementos que componen el escudo heráldico de la Capital. Las hojas peremnes del madroño lo relacionan con la inmortalidad, mientras que su color rojo púrpura lo entronca con la realeza imperial. No es por casualidad que exista una relación fonética -no etimológica- entre Madrid y madroño: las funciones que de una capital están contenidas simbólicamente en el madroño que junto con el oso rampante, sobre campo de plata, componen el escudo de Madrid.
La presencia del oso está justificada por la abundancia que hubo de este animal en otro tiempo; pero al mismo tiempo, el oso representa la fuerza y la potencia salvajes, violenta, primitiva e incontrolada que, al contacto con los frutos de la inmortalidad -madroño- será transformada en potencia ordenada, luminosa y rectora.
El culto al oso entre los antiguos celtiberos queda atestiguado por distintas inscripciones en las que figura la palabra "arconi" o "arco" (idéntica en su raíz a "arkthos" y a la mítica y paradisíaca Arcadia) referidas a una diosa de la tierra y de la naturaleza.
Los germanos adoraron al oso y los godos trajeron hasta España este culto que quedó ligado a la nobleza visigoda superviviente después de la invasión árabe. El primer conde de Barcelona se llamó Bera (= el oso), y varios de sus sucesores Berenguer (= el que es como un oso).
Al producirse la invasión musulmana en España, se produjo una sacudida social mucho más grave que la que representó las invasiones germánicas. Las estructuras de la sociedad hispano-visigoda se derrumbaron y con ellas el Estado. El período legendario en la historia de España tiene su momento áureo desde que los musulmanes inician la invasión, hasta la culminación de la dinastía astur.
Del hijo de Pelayo, el primer rey de la Reconquista, Favila, solamente se sabe una cosa, pero ciertamente significativa, que murió abrazado por un oso. A la luz de la óptica legendaria y de las estructuras míticas medievales, este dato no hay que tomarlo como un desgraciado accidente, sino como la asunción por parte de Favila y de sus descendientes, de las características propias del oso: vigor, vitalidad, fortaleza, valor, energía, etc. que, mediante el acto del abrazo, quedarían incorporadas al rey. Este moriría como hombre para renacer en sus descendientes con fuerzas renovadas. Tal esquema, muerte/renacimiento es frecuente en las mitologías e iniciaciones medievales.
¿Por qué esta insistencia de la humandiad medieval en la figura de los osos y en su vinculación con las monarquías legítimas? Para entenderlo hay que alzar los ojos al cielo en la noche clara y contemplar que la respuesta está allí: las constelaciones llamadas Osas tienen una estrella de singular importancia en el cielo, la Polar, es decir, aquella en torno a la cual gira todo el firmamento y que indica el Norte.
La ideología medieval consideraba que el rey estaba dotado de una función polar: indicaba el camino a seguir, era inmóvil e ineccesible, frecuentemente su castillo se encontraba en una montaña elevada, o su trono se alzaba sobre el nivel del suelo en las salas palaciegas, y esto era así, por influencia divina.
Madrid es conocida como la villa del oso y del madroño, elementos que componen el escudo heráldico de la Capital. Las hojas peremnes del madroño lo relacionan con la inmortalidad, mientras que su color rojo púrpura lo entronca con la realeza imperial. No es por casualidad que exista una relación fonética -no etimológica- entre Madrid y madroño: las funciones que de una capital están contenidas simbólicamente en el madroño que junto con el oso rampante, sobre campo de plata, componen el escudo de Madrid.
La presencia del oso está justificada por la abundancia que hubo de este animal en otro tiempo; pero al mismo tiempo, el oso representa la fuerza y la potencia salvajes, violenta, primitiva e incontrolada que, al contacto con los frutos de la inmortalidad -madroño- será transformada en potencia ordenada, luminosa y rectora.
Ernesto Mila
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