miércoles, 15 de septiembre de 2010

El misterio esoterico de la lanza de Olíndico

Los textos nos han legado varias referencias al poder de la magia en la Antigüedad. Tácito evoca un suceso acaecido en Britania en 61 d.C., bajo el gobierno de Paulino Suetonio, excelente estratega que para atacar la isla de Mona ordenó construir naves de fondo plano, “propias para abordar costas bajas e inseguras”. Cuando sus hombres desembarcaron, quedaron petrificados por una visión. Demos la palabra a Tácito: “Ante la orilla estaba desplegado el ejército enemigo, denso en armas y en hombres; por medio corrían mujeres que, con vestido de duelo, a la manera de las Furias y con los cabellos sueltos blandían antorchas; en torno, los druidas, pronunciando imprecaciones terribles con las manos alzadas al cielo”.
El espectáculo paralizó al ejército hasta que la arenga de su jefe los despertó de aquella suerte de perlesía; y, al fin, la fuerza de las armas se impuso sobre aquel ejército “mujeril y fanático”, azuzado por los cánticos de los druidas, la casta sacerdotal céltica. Tras la victoria, los romanos talaron aquellos bosques, “consagrados a feroces supersticiones”.
La larga crónica, a la que podríamos añadir el episodio de una rebelión gala en Canabum encabezada por el druida Julio Sacroviro en 21 a.C., merece la pena pese a la distancia –tanto geográfica como temporal– que separa la Celtiberia de 170 a.C. de estos sucesos.

UN CAUDILLO CARISMÁTICO
Es entonces cuando encontramos a Olíndico –otras veces Solonicus–, un carismático caudillo celtíbero a quien Floro, historiador del siglo II d.C., equipara con Viriato en un fragmento que sigue quitando el sueño a los historiadores: “En el ámbito de la astucia y la audacia habría sido un maestro de haber tenido éxito, Olindico; agitando una lanza de plata que decía enviada del cielo, se había ganado los espíritus de todos. Pero como, con semejante temeridad, había atacado por la noche el campamento del cónsul, fue alcanzado por una jabalina del centinela en el mismo borde de la tienda. En cuanto a los lusitanos, fueron sublevados por Viriato…”.
Si sobre este último sabemos infinidad de cosas, acerca de Olíndico nos movemos en un terreno harto resbaladizo. No obstante, las conclusiones a que han llegado profesores como Sopeña Genzor, Marco Simón, García Quintela o Pérez Vilatela arrojan algo de luz sobre este enigmático caudillo y, cómo no, sobre su lanza plateada.

LA LANZA, ATRIBUTO DE LUG
Esta lanza encuentra un notorio paralelo con la del dios celta Lug, la llamada Gae Bolga, citada en las sagas irlandesas como símbolo del rayo y uno de los cuatro talismanes que introdujeron los dioses en Irlanda, junto a la piedra de Fál, la espada de Nuadu y la caldera de Dagda, que confería la inmortalidad.
Una breve “biografía” de la lanza nos lleva hasta su legítimo dueño, el hijo de Lug, el semidiós Cuchulainn, a quien la druidesa Scatacht enseñó su manejo. Nada sabemos sobre la forma de la Gae Bolga, que volvía a las manos de quien la arrojaba, pero la comparación con la de Olíndico no es casual: dentro del panteísmo celtíbero, el dios Lug –Lugus–, a quien hay consagrado un santuario en Peñalba de Villastar (Teruel), era una de las deidades preeminentes; y de él dice Mircea Eliade que no fue sino un jefe que utilizaba la magia en el campo de batalla.

LOS NOMBRES DE OLINDICO
Floro llama summus vir a Olindico: hombre sumo, que se ha significado dentro de su sociedad. Sobre el grafito del santuario de Peñalba de Villastar, leemos la expresión Turos Caroq(um) viros veramos, equivalente a la empleada por Floro, lo que abundaría en la importancia de nuestro personaje: general a la vez que sacerdote, profeta con facultades mánticas para su pueblo –al cual augura la victoria frente a Roma– y en tratos con una divinidad que le enviaba una lanza argéntea y de poderes mágicos (arma, no por casualidad tampoco, propia de la aristocracia de los jinetes celtibéricos) para lograr sus fines.
Los celtíberos creían que determinadas personalidades, con dones proféticos, recibían objetos o animales por parte de los dioses en beneficio de la comunidad, y esta función profética no se reservaba solo a los hombres, sino que se extendía también a las mujeres.
Sobre el nombre de Olíndico, G. Sopeña ha elaborado un estudio que lo lleva a su identificación con el indoeuropeo Ollathir –Ollopater–, el padre de todo. García Quintela lo resume en estos términos: “El nombre del personaje lleva el radical al-, ol- ‘poderoso’, que en irlandés aparece en términos como ollam, nombre del druida del más alto grado, u Ollathir, ‘Padre Poderoso’, sobrenombre del Dagda, el dios druida, en tanto que rey de Irlanda”.
A la vista de estas conclusiones parece irrebatible la presencia de elementos druídicos en la región de Celtiberia, si no incluso de una concreta casta sacerdotal –relacionada con la función del hieroskópos a que hace referencia Estrabón–, aunque este último extremo no es tan inequívoco, fundamentalmente porque, como recuerda J. Mª Blázquez, los pobladores de etnia céltica eran minoría en las poblaciones hispanas y carecían de la fuerza necesaria para implantar cultos sacerdotales cohesionados.

LA MUERTE DE OLÍNDICO
De unas pocas palabras de Floro, la única fuente que menciona a Olíndico, se puede reconstruir toda una vida, la de este heroico pero a la postre fracasado sacerdote/dux que nunca mereció las consideraciones de Viriato.
Recordemos que su muerte sobrevino en el mismo borde de una tienda enemiga como consecuencia de una jabalina lanzada por un centinela, lo que se puede interpretar desde dos puntos de vista. El primero, el militar: Olíndico asumió su condición de jefe para arrojarse, probablemente en solitario, contra las tiendas romanas; el segundo, el sacerdotal: nuestro personaje se creía invisible, como ha resaltado para justificar su temeridad A. Ruiz Vega en Los hijos de Túbal.
Por el contrario, Pérez Vilatela apunta, tras una exhaustiva monografía sobre los elementos chamánicos y uránicos en el personaje, que Olíndico “solo podía actuar con la lanza de plata, metal propio de la Luna y la noche”, y se pregunta si su objetivo era realizar un sacrificio “al estilo druídico” en la persona del cónsul Metelo Pío. “Tal vez. Pero el instrumento para la ejecución sacrificial entre los hispanoceltas era el cuchillo (…). En cambio, el cielo le había entregado a Olíndico una lanza, no una pieza para el sacrificio strictu sensu”.
Llegados a este punto, nos preguntamos si todas estas disquisiciones se ajustan a la realidad. ¿Qué sabía Floro sobre Olíndico? Como reflexiona García Quintela, el historiador latino de origen africano se muestra respetuoso “si no con la realidad, al menos con un volumen documental del que nosotros carecemos” y, para Pérez Vilatela, “el movimiento de rebelión suscitado por Olindico tuvo una importancia mucho mayor que la atención historiográfica que suele recibir”.
Por lo tanto, este personaje fue seguramente algo más que una leyenda. Frente al guerrero lusitano Viriato, Olíndico se nos aparece con las trazas de un sacerdote. Sea como fuere, ambos caudillos representan la luz y la sombra en la guerra que nuestros antepasados sostuvieron contra Roma en el siglo II a.C.

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