La consagración a determinados jefes militares, en la que hacían voto de morir por ellos, era típica de los celtíberos (Sal. Hist. 1, 125; Val. Máx. 2,6, 16; Plut. Sert. 14, 5-6), pero no es exclusiva de las poblaciones célticas de Hispania, pues se documenta también en la Galia (Caes. BG. 3,22), en Germania (Tac. Germ. 13, 2-4) y en la Roma arcaica (Liv. 8, 9). La devotio entre los iberos era un ritual religioso de carácter guerrero. Plutarco (Sert. 14) describe bien cómo funcionaba este lazo sagrado:
«Era costumbre entre los hispanos que los que seguían más de cerca al general perecieran con él si moría. A esto aquellos bárbaros lo llaman consagración; al Iado de los restantes generales se colocaban algunos de sus asistentes y amigos, pero a Sertorio le seguían muchos millares de hombres resueltos a hacer por él esta especie de consagración. Así, se dice que al retirarse a una ciudad, teniendo ya a sus enemigos cerca, los hispanos, arriesgando sus propias vidas, salvaron a Sertorio tomándole sobre sus hombros y pasándole así de uno en uno hasta ponerlo encima de los muros, y luego que salvaron al general, se alejaron».
Un caso muy probable de devotio ibérica fue el asedio y destrucción de Calagurris (Calahorra) a la muerte de Sertorio: «La macabra obstinación de los numantinos fue superada en un caso semejante por la execrable impiedad de los habitantes de Calagurris, los cuales, para ser por más tiempo fieles a las cenizas del difunto Sertorio, frustraron el asedio de Gneo Pompeyo. En vista de que no quedaba ya ningún animal en la ciudad, convirtieron en nefanda comida a sus mujeres e hijos y para que su juventud en armas pudiese alimentarse por más tiempo de sus propias vísceras, no dudaron en poner en sal los infelices restos de los cadáveres». (Val. Máx. 7, 6).
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