lunes, 13 de septiembre de 2010

La religión céltica en la Península Ibérica. Part IV

Sobre Arentius y Arentia, a pesar de las escasas inscripciones conocidas, saltan a la vista dos hechos relevantes: la frecuencia de la asociación de las dos divinidades en la misma ofrenda votiva y, en segundo lugar, su predilección entre la población femenina. Ninguno de los dos fenómenos es frecuente en la teonimia peninsular. Estos datos permiten compararlos con divinidades de la Galia como Bormanus y Bormana, de carácter salutífero y vinculados a Apolo y Diana así como con Visucius, relacionado con Mercurio, que aparece junto a Visucia. A su vez, Mercurio y Apolo con apelativos indígenas, son las divinidades galo-romanas más populares entre las mujeres. Ello permite otorgar a Arentius y Arentia, a pesar del contenido hidronímico de los teónimos, un carácter familiar, quizá vinculado a la salud. Alguno de sus apelativos, como Tanginiciaeco, que les vincula al grupo familiar de los Tangini reforzarían esta idea. Por otra parte, si el significado religioso de Reue y Bandua es el que hemos formulado, permitiría establecer una complementariedad de funciones con los dioses Arentius y Arentia, ya que todos ellos eran adorados en la misma región.
La última divinidad masculina de esta área es Quangeius, cuyo significado es, probablemente, «perro». A partir de esta etimología, podemos hacer constar que también Apolo (Apolo Lykaios) y Lugus se vinculan al lobo. Hay, por otra parte, otras deidades masculinas y femeninas que se vinculan al perro o al lobo en todo el mundo celta, como Sirona, relacionada con Diana, Nehalennia o Nodens, dios conocido en Britania y vinculado a Marte. Pero la divinidad más representada junto a este animal es Sucellus, difundido por toda el área oriental de la Galia con algunas representaciones en el este europeo. En algunas inscripciones se le llama Júpiter. Hemos de tener en cuenta, no obstante, que el esquema panteístico de la Galia contiene dos divinidades soberanas vinculadas a Júpiter, Taranis, el dios estelar, y Sucellus por lo que, en el caso de que en Lusitania consideráramos a Reue como divinidad semejante a Júpiter, ello no sería contradictorio con un carácter soberano de Quangeius. Con todo, las inscripciones de este dios son las que menos información nos ofrecen, por lo que cualquier interpretación sobre su significado es, por el momento, conjetural.
Sobre las divinidades femeninas testimoniadas entre los Lusitanos, también es muy poca la información disponible. De Nabia, cuyo nombre remite a hidrónimos testimoniados en el occidente hispano, sabemos que coincide con otras deidades al sur del río Duero, mientras que al norte del mismo, es la única diosa de carácter supra-local conocida. Aparece en Bracara Augusta venerada en una fuente junto a un dios llamado Tongoe Nabiagoi en un probable caso de paredría. Aparece también con algún apelativo relativo a núcleos de población y, finalmente, asociado a Júpiter en un altar votivo que muestra un sacrificio de animales a estos dioses. Todo ello parece apuntar un carácter plurifuncional, como otras divinidades indoeuropeas cuyos nombres tienen, también, un significado hidronímico.
Trebaruna, cuyo nombre también se relaciona con el agua, es venerada junto a Reue en la montaña del Cabeço das Fraguas así como en algunas de las principales ciudades de Lusitania, como Caurium (Coria), Capera (Ventas de Caparra) o Augustobriga (Talavera la Vieja). Aparece siempre sin apelativos y conocemos una dedicación a Trebaruna efectuada por un militar que realiza otra ofrenda a la diosa romana Victoria. Ataecina Turobrigensis y Lacipaea podrían ser deidades locales cuyo culto se difundió a partir de desplazamientos de población derivados de la fundación de la colonia Augusta Emerita, en cuyo territorio se encontraban los dos enclaves de Turobriga y Lacipaea. Finalmente, Munidis se vinculaba también a poblaciones, puesto que dos de sus apelativos se refieren a la ciuitas Igaeditanorum y a Eberobriga.
En la región que nos ocupa, por tanto, no parece vislumbrarse un panteón desorganizado y caótico, sino un esquema de divinidades relativamente coherente, con un pequeño número de divinidades masculinas y femeninas con distintas funciones y significados complementarios, semejantes a los que se observan en otros territorios de la Céltica europea y de otras regiones del mundo indoeuropeo.
En el resto de regiones que hemos citado, los datos no permiten extraer un panteón tan coherente, ya que los datos son más escasos o confusos. Sin embargo, a pesar de este problema, en el área celtibérica podemos conocer algunas características de sus divinidades. Ello se debe a que aquí están testimoniados Lugus, las Matres y Epona, de los que tenemos gran cantidad de información procedente de otras regiones europeas, tanto en los ciclos mitológicos insulares como en la epigrafía y las fuentes literarias greco-latinas.
Lugus aparece como una divinidad con diversas funciones que guarda semejanzas con divinidades romanas como Mercurio y Apolo, tiene cualidades relacionadas con la soberanía, con la guerra y con aspectos como la salud, la economía y la fertilidad. Por ello, se asocia también a algunas divinidades femeninas. Ha dado nombre a diversas poblaciones galas e hispanas así como a algunas etnias. No aparece, sin embargo, reflejado en la estatuaria, aunque podría estar detrás de algunas representaciones del Mercurio céltico en su aspecto tricéfalo o de Cernunnos, el dios galo que aparece frecuentemente representado en pose búdica y con cuernos de ciervo. Su animal característico es el cuervo y su símbolo es la lanza, por lo que algunas representaciones de divinidades indígenas con lanza interpretadas como Marte, podrían representar a Lugus.
Epona se considera en diversos textos de autores greco-latinos simplemente como una divinidad relacionada con los caballos. Se representa en la estatuaria vinculada a estos animales y, en consecuencia, era muy popular en las cercanías de los campamentos militares de las fronteras del imperio. Sin embargo, la diosa se representa también con otros elementos relacionados con la fertilidad y su culto tenía una gran intensidad en las áreas rurales, en ambientes domésticos. Por otra parte, también aparecen rastros de Epona en los mitos insulares que la vinculan con la realeza en Irlanda. Este carácter soberano podría confirmarse en los casos en que la diosa es llamada Regina y se relaciona con Júpiter en las inscripciones votivas. Otros autores la han relacionado también con el mundo de ultratumba. Todo parece indicar que, como ocurre con diversas diosas célticas, Epona tenía un carácter plurifuncional.
Las Matres aparecen también en numerosas representaciones escultóricas como tres diosas, sedentes en la mayoría de los casos, con productos de la tierra en sus manos. Se relacionan de modo transparente con diversas divinidades femeninas triádicas, vinculadas a la fecundidad, que se citan en los ciclos mitológicos. Como otras deidades de este tipo, las Matres tenían también una vinculación con el inframundo.
Hemos citado hasta aquí algunas de las deidades paleo-hispánicas más conocidas, pero hemos de recordar que existen centenares de inscripciones en las que aparecen nombres que sólo son conocidos por un testimonio. A primera vista, ello indicaría que, además de existir grupos de dioses de carácter regional y otros que eran adorados, a su vez, en toda la Céltica europea, las comunidades hispánicas tendrían divinidades de rango local. Pero no sabemos, sin embargo, si tras estas denominaciones únicas se esconden deidades de amplia difusión a las que se conocía con un nombre distinto en una determinada población. Por otra parte, en muchas inscripciones se aludía a los dioses por un apelativo, por lo que algunas de ellas podrían citar epítetos de divinidades ya conocidas. Se ha comenzado en los últimos años, por tanto, a dar un cierto orden al inmenso rompecabezas que forman los altares votivos dedicados a dioses indígenas hispanos. Pero el camino está abierto para que nuevas investigaciones contribuyan, desde múltiples enfoques, a incrementar la comprensión de la religión de la Céltica hispana.
Juan Carlos Olivares Pedreño

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