Entre los restos de mitos que aún persisten como sustrato en la tradición cántabra se encuentran el culto a las grandes divinidades protectoras, como es la adoración al Sol, lo cual queda atestiguado en las estelas cántabras encontradas, y en relación con el culto al fuego. Así mismo, se idolatra a una divinidad-padre suprema, denominada Candamo, que en época romana se asocia con Júpiter (Júpiter Candamo) y el culto solar y posteriormente con el Dios cristiano.
Adjunto al marcado carácter guerrero de los cántabros aparece un dios de la guerra, posteriormente identificado como el Marte romano, al que se le ofrecían sacrificios de machos cabríos, caballos y prisioneros en gran número, según señala Estrabón, Horacio y Silio Itálico. Estas hecatombes iban acompañadas de la bebida de la sangre aún caliente de los caballos, como menciona Horacio al respecto de los concanos, y sería una verdadera comunión.
Adjunto al marcado carácter guerrero de los cántabros aparece un dios de la guerra, posteriormente identificado como el Marte romano, al que se le ofrecían sacrificios de machos cabríos, caballos y prisioneros en gran número, según señala Estrabón, Horacio y Silio Itálico. Estas hecatombes iban acompañadas de la bebida de la sangre aún caliente de los caballos, como menciona Horacio al respecto de los concanos, y sería una verdadera comunión.
et laetum equino sanguine Concanum
Horacio. Carm. III 4. v29-36
Horacio. Carm. III 4. v29-36
El teónimo Epane podría tener relación con este culto. Para los antiguos cántabros estas prácticas poseían un origen místico ligado a la creencia en la sacralidad de estos animales que algunos vinculan muy estrechamente con la variante del dios Marte céltico solar y que serían su reencarnación.
Los sacrificios humanos entre los pueblos del norte son citados también por San Martín Dumiense y tendrían el mismo carácter de redención y vaticinio que el resto de los celtas de la Galia, donde eran muy frecuentes. Así Estrabón cuenta sobre estos que examinaban las vísceras de los prisioneros, cubriéndolas con sayos, les amputaban las manos derechas y las consagraban a los dioses. El modo de vaticinar el futuro dependía de la caída de la víctima.
Unido a esta divinidad guerrera aparecen las diosas-madres germinadoras vinculadas a la Luna con evocaciones casi hasta el presente en la que hasta hoy en día posee un clara influencia en el medio rural en las fases de siembra y recogida de cultivos. Joaquín González Echegaray relaciona la diosa Cantabria aparecida en la inscripción de un ara votiva hallada en Topusko (Croacia) con la Diosa Madre de los cántabros. Este epigrama habría sido realizado por alguno o algunos soldados que formaban parte de las legiones romanas.
Del mismo modo el culto a un dios del mar fue asimilado en épocas romana a través del dios Neptuno (una estatuilla de esta deidad pero con rasgos de la divinidad cántabra original fue encontrada en Castro Urdiales).
Estos antiguos cántabros creían en la inmortalidad del espíritu. Así lo demostraban en sus ritos funerarios donde predominaba la cremación, a excepción de aquellos que morían en combate, que debían de reposar en el campo de batalla hasta que los buitres abrieran sus entrañas para llevarse al más allá su alma y unirse a la gloria de sus antepasados. Esta práctica queda atestiguada en los grabados de la Estela de Zurita.
Así mismo un papel importante en la compleja sociedad cántabra era el sacrificio en sus dos aspectos: como medio de conformar la voluntad divina y como prevalencia de la abnegación a la colectividad frente al individuo. Así pues en una sociedad guerrera como la cántabra la inmolación no era considerada como símbolo de primitivismo o barbarie sino que la difícil determinación que requería a la persona que lo llevase a cabo conllevaba que tuviese un alto grado de importancia. Tal era el caso de la denominada devotio, un singular y extremo sacrificio practicado por los cántabros mediante el cual las comunidades guerreras unían su destino al de su líder.
Los sacrificios humanos entre los pueblos del norte son citados también por San Martín Dumiense y tendrían el mismo carácter de redención y vaticinio que el resto de los celtas de la Galia, donde eran muy frecuentes. Así Estrabón cuenta sobre estos que examinaban las vísceras de los prisioneros, cubriéndolas con sayos, les amputaban las manos derechas y las consagraban a los dioses. El modo de vaticinar el futuro dependía de la caída de la víctima.
Unido a esta divinidad guerrera aparecen las diosas-madres germinadoras vinculadas a la Luna con evocaciones casi hasta el presente en la que hasta hoy en día posee un clara influencia en el medio rural en las fases de siembra y recogida de cultivos. Joaquín González Echegaray relaciona la diosa Cantabria aparecida en la inscripción de un ara votiva hallada en Topusko (Croacia) con la Diosa Madre de los cántabros. Este epigrama habría sido realizado por alguno o algunos soldados que formaban parte de las legiones romanas.
Del mismo modo el culto a un dios del mar fue asimilado en épocas romana a través del dios Neptuno (una estatuilla de esta deidad pero con rasgos de la divinidad cántabra original fue encontrada en Castro Urdiales).
Estos antiguos cántabros creían en la inmortalidad del espíritu. Así lo demostraban en sus ritos funerarios donde predominaba la cremación, a excepción de aquellos que morían en combate, que debían de reposar en el campo de batalla hasta que los buitres abrieran sus entrañas para llevarse al más allá su alma y unirse a la gloria de sus antepasados. Esta práctica queda atestiguada en los grabados de la Estela de Zurita.
Así mismo un papel importante en la compleja sociedad cántabra era el sacrificio en sus dos aspectos: como medio de conformar la voluntad divina y como prevalencia de la abnegación a la colectividad frente al individuo. Así pues en una sociedad guerrera como la cántabra la inmolación no era considerada como símbolo de primitivismo o barbarie sino que la difícil determinación que requería a la persona que lo llevase a cabo conllevaba que tuviese un alto grado de importancia. Tal era el caso de la denominada devotio, un singular y extremo sacrificio practicado por los cántabros mediante el cual las comunidades guerreras unían su destino al de su líder.
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