Hacia finales del siglo V a.C. parecen producirse ciertos cambios en la zona nuclear. En las tierras del Alto Tajo-Alto Jalón, que hasta esos momentos parecían ofrecer un relativo predominio cultural a juzgar por la riqueza de sus necrópolis, tienden a disminuir del ritual funerario las tumbas con armas, lo que puede indicar cambios ideológicos y sociales pero, además, coincide con una cierta preeminencia cultural que, a partir de esas fechas, parece desempeñar la altiplanicie soriana ocupada por los arévacos, quienes, según los textos, mantenían una vieja costumbre de no enterrar a sus muertos. Los arévacos, surgidos del mismo sustrato, pero dirigidos por nuevas minorías guerreras de tipo aristocrático y ecuestre, debieron de invertir la anterior situación y pasaron a ser la etnia predominante sobre los núcleo del Alto Jalón y de la serranía Soriana, atribuibles a lusones y pelendones respectivamente, e, incluso, sobre los mucho más iberizados belos y titos, explicándose así el máximo poder de los arévacos en la última fase de la cultura celtibérica y su importancia en las guerras contra Roma.
En la última fase, fechable a partir del siglo III a.C. y en gran parte sincrónica de la conquista romana, se caracteriza por el predominio político de los arévacos y por una paralela y profunda aculturización ibérica, especialmente de las zonas del Valle del Ebro, las más permeables y cuya cultura material apenas se distingue de sus vecinos ibéricos.
Se asimila la escritura, desde el sur en la parte occidental y desde el Ebro en la oriental, y la población se concentra en grandes oppida amurallados como Numancia, de 22 ha., que llegó a tener, según Apiano, 8.000 habitantes, lo que indica una fuerte jerarquización territorial sobre otras poblaciones menores y su predominio sobre otras etnias vecinas como pelendones, belos y titos, de las que existen referencias. Pero más significativo del desarrollo cultural es el uso de documentos escritos para recoger pactos de hospitalidad e incluso leyes, como la aparecida en Contrebia Belaisca (Botorrita, Zaragoza), que revelan la existencia de instituciones que los romanos denominaron como magistrados, prefecto, senado o consejo de ancianos y asamblea del pueblo, lo que prueba su desarrollo social y su aproximación hacia formas de vida urbana. Esto explica la existencia de edificios públicos, de los que había noticias por las fuentes escritas como se ha confirmado en Botorrita, donde ha aparecido un edificio de adobe de dos plantas y con columnas y en Tiernas, donde ha aparecido un templo urbano y un comitium.
Los pueblos celtibéricos formaban una sociedad patriarcal, cuyo elemento más característico eran las gentilidades o grupos suprafamiliares teóricamente descendientes de un patriarca común, que constituían la unidad básica de la sociedad a efectos de consanguineidad, justicia, religión, etc., y que están bien atestiguadas epigráficamente, pues formaban parte de la denominación de cada individuo.
Esta gentilidades constituían o se agrupaban en poblados, que se fueron jerarquizando a lo largo del tiempo hasta constituir la máxima agrupación sociopolítica, pues nunca las etnias llegaron a tener contenido político.
Otra institución fundamental, deducible de los ajuares funerarios y de la organización social, era la jefatura guerrera y en relación con ella la exitencia de vinculaciones personales, de carácter jurídico y sacro, como las reflejadas por la onomástica de quienes se llamaban Ambatus. Estas instituciones evidencian la fuerte jerarquía social de una sociedad pastoril y guerrera y explican la existencia de instituciones conexas como la devotio o consagración del jefe, los pacto de hospitalidad, jerarquías para comer o ritos de iniciación a la guerra, etc., a que hacen referencia historiadores antiguos.
Pero informados estamos de la religión, muy interconexada con estos usos sociales que tenían muy profundas raíces iedológicas. A un fondo muy antiguo se podría atribuir un culto naturalista, común a todo el Occidente y Norte peninsulares, concretado en peñas, aguas, bosques, etétera, y con ellos se pueden relacionar divinidades tutelares de poblaciones, gentilidades, etc., frecuentes especialmente por las zonas occidentales y que carecerían de todo tipo de antropomorfización ni representación iconográfica, lo que explica que algunos autores antiguos lo interpretaran como ausencia de divinidades.
Más concretamente célticos parecen dioses como Lug, máxima deidad de funciones muy complejas, o Epona, diosa de los caballos, animal psicopompo de la heroización ecuestre. Otras divinidades serían las Matres, deidades de la fecundidad atestiguadas en tierras de Soria y Burgos, etc. Estas divinidades ya son antropomorfas y con ellas pueden relacionarse otras representadas con formas animales, aunque la aparición de iconografía ya es de época tardía, evidentemente por influjo ibérico.
Se sabe la existencia de ritos, normalmente en peñas, bosques, etc., a veces sangrientos, incluso con sacrificios humanos, como en otros pueblos de la Antigüedad, y también rendían culto a las cabezas cortadas. Existían el vaticinio y la magia, pero no hay indicios de un sacerdocio institucionalizado de tipo druida.
Relacionados con los celtíberos deben considerarse los turmogos, que poblaban las parameras de La Lora y las tierras del centro de Burgos y Palencia. Estaban profundamente celtizados en su economía pastoril y organización social guerrera, evidenciada en las necrópolis de tipo Monte Bernorio y confirmada por la onomástica. Pero ésta ofrece también elementos más antiguos, procedentes del sustrato indoeuropeo y afines al mundo cántabro-astur, como su cultura material, de gran personalidad, con espadas de hierro de guardas curvas de origen atlántico y vasos de formas complejas, que traslucen la afinidad de estas gentes con los cántabros, con los que limitaban por el norte, mientras que los altos pies de sus cerámicas proceden del área vaccea y sus grandes broches de cinturón de la celtíbera situada más al sur.
Al occidente de los celtíberos estaban los vacceos, que ocupaban las llanuras sedimentarias de la cuenca del Duero, quienes además limitarían por el nordeste con los turmogos, por el oeste con los astures a partir del Esla, con los galaicos en la divisoria fronteriza del Duero y con los vetones a partir de la cuenca del Tormes y de la sierra de Ávila. Finalmente, al sur del Guadarrama, seguramente celtizado en época temprana, pudieron haber estado en contacto con los carpetanos.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
En la última fase, fechable a partir del siglo III a.C. y en gran parte sincrónica de la conquista romana, se caracteriza por el predominio político de los arévacos y por una paralela y profunda aculturización ibérica, especialmente de las zonas del Valle del Ebro, las más permeables y cuya cultura material apenas se distingue de sus vecinos ibéricos.
Se asimila la escritura, desde el sur en la parte occidental y desde el Ebro en la oriental, y la población se concentra en grandes oppida amurallados como Numancia, de 22 ha., que llegó a tener, según Apiano, 8.000 habitantes, lo que indica una fuerte jerarquización territorial sobre otras poblaciones menores y su predominio sobre otras etnias vecinas como pelendones, belos y titos, de las que existen referencias. Pero más significativo del desarrollo cultural es el uso de documentos escritos para recoger pactos de hospitalidad e incluso leyes, como la aparecida en Contrebia Belaisca (Botorrita, Zaragoza), que revelan la existencia de instituciones que los romanos denominaron como magistrados, prefecto, senado o consejo de ancianos y asamblea del pueblo, lo que prueba su desarrollo social y su aproximación hacia formas de vida urbana. Esto explica la existencia de edificios públicos, de los que había noticias por las fuentes escritas como se ha confirmado en Botorrita, donde ha aparecido un edificio de adobe de dos plantas y con columnas y en Tiernas, donde ha aparecido un templo urbano y un comitium.
Los pueblos celtibéricos formaban una sociedad patriarcal, cuyo elemento más característico eran las gentilidades o grupos suprafamiliares teóricamente descendientes de un patriarca común, que constituían la unidad básica de la sociedad a efectos de consanguineidad, justicia, religión, etc., y que están bien atestiguadas epigráficamente, pues formaban parte de la denominación de cada individuo.
Esta gentilidades constituían o se agrupaban en poblados, que se fueron jerarquizando a lo largo del tiempo hasta constituir la máxima agrupación sociopolítica, pues nunca las etnias llegaron a tener contenido político.
Otra institución fundamental, deducible de los ajuares funerarios y de la organización social, era la jefatura guerrera y en relación con ella la exitencia de vinculaciones personales, de carácter jurídico y sacro, como las reflejadas por la onomástica de quienes se llamaban Ambatus. Estas instituciones evidencian la fuerte jerarquía social de una sociedad pastoril y guerrera y explican la existencia de instituciones conexas como la devotio o consagración del jefe, los pacto de hospitalidad, jerarquías para comer o ritos de iniciación a la guerra, etc., a que hacen referencia historiadores antiguos.
Pero informados estamos de la religión, muy interconexada con estos usos sociales que tenían muy profundas raíces iedológicas. A un fondo muy antiguo se podría atribuir un culto naturalista, común a todo el Occidente y Norte peninsulares, concretado en peñas, aguas, bosques, etétera, y con ellos se pueden relacionar divinidades tutelares de poblaciones, gentilidades, etc., frecuentes especialmente por las zonas occidentales y que carecerían de todo tipo de antropomorfización ni representación iconográfica, lo que explica que algunos autores antiguos lo interpretaran como ausencia de divinidades.
Más concretamente célticos parecen dioses como Lug, máxima deidad de funciones muy complejas, o Epona, diosa de los caballos, animal psicopompo de la heroización ecuestre. Otras divinidades serían las Matres, deidades de la fecundidad atestiguadas en tierras de Soria y Burgos, etc. Estas divinidades ya son antropomorfas y con ellas pueden relacionarse otras representadas con formas animales, aunque la aparición de iconografía ya es de época tardía, evidentemente por influjo ibérico.
Se sabe la existencia de ritos, normalmente en peñas, bosques, etc., a veces sangrientos, incluso con sacrificios humanos, como en otros pueblos de la Antigüedad, y también rendían culto a las cabezas cortadas. Existían el vaticinio y la magia, pero no hay indicios de un sacerdocio institucionalizado de tipo druida.
Relacionados con los celtíberos deben considerarse los turmogos, que poblaban las parameras de La Lora y las tierras del centro de Burgos y Palencia. Estaban profundamente celtizados en su economía pastoril y organización social guerrera, evidenciada en las necrópolis de tipo Monte Bernorio y confirmada por la onomástica. Pero ésta ofrece también elementos más antiguos, procedentes del sustrato indoeuropeo y afines al mundo cántabro-astur, como su cultura material, de gran personalidad, con espadas de hierro de guardas curvas de origen atlántico y vasos de formas complejas, que traslucen la afinidad de estas gentes con los cántabros, con los que limitaban por el norte, mientras que los altos pies de sus cerámicas proceden del área vaccea y sus grandes broches de cinturón de la celtíbera situada más al sur.
Al occidente de los celtíberos estaban los vacceos, que ocupaban las llanuras sedimentarias de la cuenca del Duero, quienes además limitarían por el nordeste con los turmogos, por el oeste con los astures a partir del Esla, con los galaicos en la divisoria fronteriza del Duero y con los vetones a partir de la cuenca del Tormes y de la sierra de Ávila. Finalmente, al sur del Guadarrama, seguramente celtizado en época temprana, pudieron haber estado en contacto con los carpetanos.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
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