Por ello, en estos elementos es posible ver la huella de las gentes que han celtizado fuertemente todo el Suroeste peninsular, modificando sustancialmente las etnias preexistentes pero sin llegar a absorberlas, seguramente por tratarse de grupos de guerreros más interesados en imponer su autoridad --y con ello las formas de vida anejas, especialmente en las áreas pastoriles y mineras, por las que sentían especial atraciión-- que en transformar o sustituir las culturas preexistentes, como hubiera ocurrido de tratarse de grandes movimientos étnicos. Este sistema explica la mayor celtización en unos elementos culturales que en otros, siendo muy significativa en el campo onomástico y religioso, donde resulta muy dominante. Es interesante señalar la observación de Plinio III de que los celtas de estos territorios procedían de Lusitania con su religión, lengua y nombres de poblaciones (celticos a celticis ex Lusitania advenisse manifestum est sacris, lingua, oppidorum vocabulis). Aunque esta frase de Plinio se refiere a la Bética, puede ampliarse a lusitanos y vetones y explica por qué las culturas de Cogotas II y la peor conocida de los castros lusitanos, que se extiende más al oeste, aparecen profundamente celtizadas.
Este aspecto no debe encubrir la natural gradación y evolución de la cultura material. A partir del siglo V, en las cuencas del Guadiana y del Tajo se documenta la aparición de grandes castros con torres muy bien construidas de origen turdetano, que hacia el siglo IV han debido de influir en los castros caracterísiticos del sistema Central y la Meseta Norte, donde su pleno desarrollo parece más tardío, como confirma el castro de Candeleda (Ávila). Paralelamente debieron de ir penetrando las esculturas de los verracos y el torno. Éste se documenta en el siglo VI a.C. en el Guadiana, pero sólo a mediados del IV en puntos más alejados del sistema Central y aún más tarde en la Meseta Norte. Por ello cabe suponer que los grandes núcleos debieron de ser tardíos al norte del Tajo, pues el de El Raso, el mejor conocido, no parece remontarse más allá del siglo II a.C., lo que coincide con las numerosas referencias existentes sobre la escasa civilización de estas gentes y explica la pervivencia también en la agrupación en núcleos de sus necrópolis.
Al margen de la visión parcial dada por Roma, se conocen hechos muy significativos que evidencian la tradición guerrera de estos pueblos, famosos como jinetes, que fueron quienes más dificultad opusieron a la conquista romana, junto a los celtíberos, con los que compartían muchas de estas características, no sólo por un ambiente sociocultural semejante sino a consecuencia de su celtización. Entre estas costumbres está la de que los jóvenes lusitanos se reunían e iban a luchar lejos de sus tribus, hecho interpretado a menudo desde la antigüedad como simple bandidaje, pero que más parece tratarse de una tradición sociorreligiosa o rito de iniciación guerrera característico de ese tipo de sociedades. Se sabe también de expediciones mixtas de celtas y turdetanos, que acabaron instalándose entre los galaicos, y son numerosas las referencias a expediciones de saqueo de lusitanos y vetones por la Carpetania y la Bética, lo que prueba que estas gentes, al llegar la conquista romana, estaban en proceso de expansión, o más bien ofrecían la inestabilidad característica de sociedades de estructura socioeconómica guerrera en las que las racias eran una forma de vida.
Su religión aparece fuertemente celtizada en algunos aspectos. Las divinidades, entre las que destacan Endovélico y Ataecina, resultan poco antropomorfizadas. La mayoría corresponden a elementos naturales, especialmente rocas y aguas, o a divinidades protectoras muy indefinidas como Bandua, Cosu, Navia, Reue, Tongo, etc., probablemente de tradición indoeuropeo precéltica. Conservaban, asimismo, un antiguo rito indoeuropeo, documentado en la inscripción de Cabeço das Fraguas (Guarda, Portugal), consistente en el sacrificio de un cerdo, una oveja y un toro. También tenían ritos sangrientos, como sacrificios humanos y la amputación de la mano a los prisioneros. Los lugares de culto eran naturales, normalmente rocas con cazoletas, destacando la del castro de Ulaca (Ávila). Característicos de los vetones son los verracos, esculturas de toros y cerdos de función originariamente funeraria, pero probablemente asociada a un carácter apotropaico de defensa del ganado y de los lugares de pasto, totalmente lógico dado su ambiente socioeconómico.
Respecto a su lengua, la onomástica de los vetones y lusitanos parece ser bastante semejante, aunque algunos nombres como Boutius sean vetones y otros vomo Viriatus lusitanos. También aparecen nombres como Reburrus y Vironus, propios a los astures y cántabros, y otros son comunes al sur de la Gallaecia, lo que prueba complejas interrelaciones entre estas tierras. Finalmente, hay que destacar el elevado número de Ambatus y Celtius, que confirma la celtización señalada. Pero el uso de Ambatus y las gentilidades son frecuentes en Vetonia y excepcionales en Lusitania, mientras que de ésta es característico el nombre Celtius, lo que parece indicar una menor celtización, al menos de la organización social, de los lusitanos.
En Lusitania se conservan varias inscripciones en escritura latina con una lengua indoeuropeo precéltica que conserva la P inicial y otros elementos perdidos en céltico. Esta lengua podría rastrearse por el sur de Galicia y, junto a la onomástica, confirmaría un claro sustrato precéltico conservado en estas poblaciones occidentales que parece advertirse también en su cultura material y en su religión. Ello ayudaría a comprender algunos significativos elementos comunes existentes entre los pueblos del Oeste y el Norte peninsular, así como también con el sustrato indoeuropeo precéltico de la Meseta, que debió conservarse mejor en esas apartadas tierras, dada su más tardía e incompleta celtización.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
Este aspecto no debe encubrir la natural gradación y evolución de la cultura material. A partir del siglo V, en las cuencas del Guadiana y del Tajo se documenta la aparición de grandes castros con torres muy bien construidas de origen turdetano, que hacia el siglo IV han debido de influir en los castros caracterísiticos del sistema Central y la Meseta Norte, donde su pleno desarrollo parece más tardío, como confirma el castro de Candeleda (Ávila). Paralelamente debieron de ir penetrando las esculturas de los verracos y el torno. Éste se documenta en el siglo VI a.C. en el Guadiana, pero sólo a mediados del IV en puntos más alejados del sistema Central y aún más tarde en la Meseta Norte. Por ello cabe suponer que los grandes núcleos debieron de ser tardíos al norte del Tajo, pues el de El Raso, el mejor conocido, no parece remontarse más allá del siglo II a.C., lo que coincide con las numerosas referencias existentes sobre la escasa civilización de estas gentes y explica la pervivencia también en la agrupación en núcleos de sus necrópolis.
Al margen de la visión parcial dada por Roma, se conocen hechos muy significativos que evidencian la tradición guerrera de estos pueblos, famosos como jinetes, que fueron quienes más dificultad opusieron a la conquista romana, junto a los celtíberos, con los que compartían muchas de estas características, no sólo por un ambiente sociocultural semejante sino a consecuencia de su celtización. Entre estas costumbres está la de que los jóvenes lusitanos se reunían e iban a luchar lejos de sus tribus, hecho interpretado a menudo desde la antigüedad como simple bandidaje, pero que más parece tratarse de una tradición sociorreligiosa o rito de iniciación guerrera característico de ese tipo de sociedades. Se sabe también de expediciones mixtas de celtas y turdetanos, que acabaron instalándose entre los galaicos, y son numerosas las referencias a expediciones de saqueo de lusitanos y vetones por la Carpetania y la Bética, lo que prueba que estas gentes, al llegar la conquista romana, estaban en proceso de expansión, o más bien ofrecían la inestabilidad característica de sociedades de estructura socioeconómica guerrera en las que las racias eran una forma de vida.
Su religión aparece fuertemente celtizada en algunos aspectos. Las divinidades, entre las que destacan Endovélico y Ataecina, resultan poco antropomorfizadas. La mayoría corresponden a elementos naturales, especialmente rocas y aguas, o a divinidades protectoras muy indefinidas como Bandua, Cosu, Navia, Reue, Tongo, etc., probablemente de tradición indoeuropeo precéltica. Conservaban, asimismo, un antiguo rito indoeuropeo, documentado en la inscripción de Cabeço das Fraguas (Guarda, Portugal), consistente en el sacrificio de un cerdo, una oveja y un toro. También tenían ritos sangrientos, como sacrificios humanos y la amputación de la mano a los prisioneros. Los lugares de culto eran naturales, normalmente rocas con cazoletas, destacando la del castro de Ulaca (Ávila). Característicos de los vetones son los verracos, esculturas de toros y cerdos de función originariamente funeraria, pero probablemente asociada a un carácter apotropaico de defensa del ganado y de los lugares de pasto, totalmente lógico dado su ambiente socioeconómico.
Respecto a su lengua, la onomástica de los vetones y lusitanos parece ser bastante semejante, aunque algunos nombres como Boutius sean vetones y otros vomo Viriatus lusitanos. También aparecen nombres como Reburrus y Vironus, propios a los astures y cántabros, y otros son comunes al sur de la Gallaecia, lo que prueba complejas interrelaciones entre estas tierras. Finalmente, hay que destacar el elevado número de Ambatus y Celtius, que confirma la celtización señalada. Pero el uso de Ambatus y las gentilidades son frecuentes en Vetonia y excepcionales en Lusitania, mientras que de ésta es característico el nombre Celtius, lo que parece indicar una menor celtización, al menos de la organización social, de los lusitanos.
En Lusitania se conservan varias inscripciones en escritura latina con una lengua indoeuropeo precéltica que conserva la P inicial y otros elementos perdidos en céltico. Esta lengua podría rastrearse por el sur de Galicia y, junto a la onomástica, confirmaría un claro sustrato precéltico conservado en estas poblaciones occidentales que parece advertirse también en su cultura material y en su religión. Ello ayudaría a comprender algunos significativos elementos comunes existentes entre los pueblos del Oeste y el Norte peninsular, así como también con el sustrato indoeuropeo precéltico de la Meseta, que debió conservarse mejor en esas apartadas tierras, dada su más tardía e incompleta celtización.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
No hay comentarios:
Publicar un comentario