Los pueblos del Noroeste, entre los que cabe incluir a los galaicos, astures y cántabros, corresponden básicamente a la cutura castreña, una de las más peculiares y atrayentes de la Península. Pero sus orígenes y divisiones históricas son casi desconocidas y más fruto de las referencias históricas antiguas que de un análisis actualizado de sus elementos arqueológicos y lingüísticos, insuficientes en muchos casos. A esta dificultad se añade el hecho de que estas tierras constituyen el finis terrae donde, junto a la pervivencia de elementos muy antiguos, se sobreponen y mezclan otros diversos llegados posteriormente, dando lugar a un complejo mosaico cultural, étnico y lingüístico cuya interpretación ya resultaba problemática en la Antigüedad y sigue siéndolo hoy en día.
Los galaicos habitaban las tierras del noroeste a partir del Duero, enlazando con los lusitanos por una clara zona de transición, bien documentada en la cultura material y lingüística, así como por formar parte de la Gallaecia Bracarense, que incluía la cuenca del Miño, al norte de la cual se extendía la Gallaecia Lucense. Por el sureste limitarían con los vetones y al este con los astures, que se extendían por las actuales tierras de León y Asturias a partir de El Bierzo y más allá del valle del Navia.
Bajo el nombre de Galaicos se engloba gran número de pueblos diversos cuya denominación da sólo una idea aproximada de su origen, pues si bien célticos y túrdulos se pueden considerar claramente llegados en épocas recientes, no ocurre lo mismo con los artabros y tantos otros, mientras que el nombre general, galaicos, hace referencia sólo a un componente minoritario y tardío de evidente origen céltico pero no acorde con la mayor parte de sus elementos culturales y étnicos, como evidencia el hecho de que fueran incluidos en la Lusitania en las primeras divisiones administrativas después de su conquista.
Los astures se extendían desde las tierras de los galaicos por el oeste hasta el valle del Sella por el este, donde comenzaba el dominio de los cántabros, pero por el sur ocupaban la parte noroeste de la Meseta hasta el río Esla, que constituiría el límite oriental con los vacceos, llegando incluso a estar en contacto con el extremo septentrional de los vetones. Así se comprende que los astures que habitaban al sur de la cordillera Cantábrica fueran en parte afines a los vacceos, con una clara zona de transición entre el Cea y el Esla, mientras que los astures pésicos, que vivían en la costa, lo eran de los cántabros.
Éstos se extendían a continuación entre el Cantábrico y las llanuras de la Meseta pero centrados en los Picos de Europa. Sus límites occidentales eran los astures y en los orientales los austrigones, que se extendían desde Castro-Urdiales hasta La Bureba, mientras que por el sur limitarían con los turmogos, al sur de La Lora, y con los vacceos por los altos valles de los ríos Esla y Pisuerga y sus afluentes, presentando con ambos pueblos elementos comunes, especialmente en la cultura material.
Desde el punto de vista cultural, el sustrato de estas regiones corresponde a uno de los principales núcleos del Bronce atlántico que, además, perduró cuando ya por doquier se habían extendido las culturas del Hierro. Este sustrato explica su profunda relación desde el Bronce final con el del área lusitana, que prosigue hacia el sur, y con los astures, hacia el este, pudiéndose considerar a unos y otros com subáreas de un mismo conjunto cultural.
Todos los pueblos del Noroeste ofrecen una cultura de notable personalidad, que hunde sus raíces en las distintas subáreas del bronce atlántico y que puede, en general, englobarse con la cultura castreña. Ésta parece remontarse al bronce final, si bien es mal conocida fuera de sus instrumentos metálicos; pero hacia el siglo VI a.C. puede considerarse formada en sus elementos esenciales, que proceden tanto del sustrato local como de un doble influjo claramente perceptible en sus diversos componentes. Unos son de origen meridional, transmitidos a través de la cultura castreña lusitana y de los vetones, como el granulado y otros elementos de origen orientalizante de su rica orfebrería o la escultura en piedra, que aparece en un momento tardío; otros, por el contrario, como sus características casas redondas, suelen considerarse derivados de los vacceos, a través de los cuales han debido llegar también fíbulas, cerámicas estampadas y el hierro, éste desde un posible origen en el mundo celtibérico.
Muy característicos son los castros o poblados fortificados, por lo general con muralla de piedra a veces reforzada con fosos y más raramente con piedras hincadas. En su interior se agrupan casas redondas en conjuntos familiares sin orden alguno, lo que evidencia un escaso desarrollo urbano. En cambio, es importante señalar que son muy numeroros, lo que evidencia una población abundante. Sus topónimos se utilizan junto al nombre para indicar la procedencia de los individuos, lo que supone una peculiar organización social, tal vez común a los lusitanos, en la que el castro aparece como suprema unidad por encima de la familia, organización muy distinta de las gentilidades que empleaban los celtíberos, vetones e, incluso, los astures, que en este aspecto aparecen más civilizados.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
Los galaicos habitaban las tierras del noroeste a partir del Duero, enlazando con los lusitanos por una clara zona de transición, bien documentada en la cultura material y lingüística, así como por formar parte de la Gallaecia Bracarense, que incluía la cuenca del Miño, al norte de la cual se extendía la Gallaecia Lucense. Por el sureste limitarían con los vetones y al este con los astures, que se extendían por las actuales tierras de León y Asturias a partir de El Bierzo y más allá del valle del Navia.
Bajo el nombre de Galaicos se engloba gran número de pueblos diversos cuya denominación da sólo una idea aproximada de su origen, pues si bien célticos y túrdulos se pueden considerar claramente llegados en épocas recientes, no ocurre lo mismo con los artabros y tantos otros, mientras que el nombre general, galaicos, hace referencia sólo a un componente minoritario y tardío de evidente origen céltico pero no acorde con la mayor parte de sus elementos culturales y étnicos, como evidencia el hecho de que fueran incluidos en la Lusitania en las primeras divisiones administrativas después de su conquista.
Los astures se extendían desde las tierras de los galaicos por el oeste hasta el valle del Sella por el este, donde comenzaba el dominio de los cántabros, pero por el sur ocupaban la parte noroeste de la Meseta hasta el río Esla, que constituiría el límite oriental con los vacceos, llegando incluso a estar en contacto con el extremo septentrional de los vetones. Así se comprende que los astures que habitaban al sur de la cordillera Cantábrica fueran en parte afines a los vacceos, con una clara zona de transición entre el Cea y el Esla, mientras que los astures pésicos, que vivían en la costa, lo eran de los cántabros.
Éstos se extendían a continuación entre el Cantábrico y las llanuras de la Meseta pero centrados en los Picos de Europa. Sus límites occidentales eran los astures y en los orientales los austrigones, que se extendían desde Castro-Urdiales hasta La Bureba, mientras que por el sur limitarían con los turmogos, al sur de La Lora, y con los vacceos por los altos valles de los ríos Esla y Pisuerga y sus afluentes, presentando con ambos pueblos elementos comunes, especialmente en la cultura material.
Desde el punto de vista cultural, el sustrato de estas regiones corresponde a uno de los principales núcleos del Bronce atlántico que, además, perduró cuando ya por doquier se habían extendido las culturas del Hierro. Este sustrato explica su profunda relación desde el Bronce final con el del área lusitana, que prosigue hacia el sur, y con los astures, hacia el este, pudiéndose considerar a unos y otros com subáreas de un mismo conjunto cultural.
Todos los pueblos del Noroeste ofrecen una cultura de notable personalidad, que hunde sus raíces en las distintas subáreas del bronce atlántico y que puede, en general, englobarse con la cultura castreña. Ésta parece remontarse al bronce final, si bien es mal conocida fuera de sus instrumentos metálicos; pero hacia el siglo VI a.C. puede considerarse formada en sus elementos esenciales, que proceden tanto del sustrato local como de un doble influjo claramente perceptible en sus diversos componentes. Unos son de origen meridional, transmitidos a través de la cultura castreña lusitana y de los vetones, como el granulado y otros elementos de origen orientalizante de su rica orfebrería o la escultura en piedra, que aparece en un momento tardío; otros, por el contrario, como sus características casas redondas, suelen considerarse derivados de los vacceos, a través de los cuales han debido llegar también fíbulas, cerámicas estampadas y el hierro, éste desde un posible origen en el mundo celtibérico.
Muy característicos son los castros o poblados fortificados, por lo general con muralla de piedra a veces reforzada con fosos y más raramente con piedras hincadas. En su interior se agrupan casas redondas en conjuntos familiares sin orden alguno, lo que evidencia un escaso desarrollo urbano. En cambio, es importante señalar que son muy numeroros, lo que evidencia una población abundante. Sus topónimos se utilizan junto al nombre para indicar la procedencia de los individuos, lo que supone una peculiar organización social, tal vez común a los lusitanos, en la que el castro aparece como suprema unidad por encima de la familia, organización muy distinta de las gentilidades que empleaban los celtíberos, vetones e, incluso, los astures, que en este aspecto aparecen más civilizados.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
Castro celtico astur de Coaña (Asturias)
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