El sustrato cultural de los vacceos debe buscarse en la Cultura de Cogotas I y su ulterior evolución en el Bronce final y el inicio del Hierro, hacia el siglo VIII a.C., en la Cultura del Soto de la Medinilla. Ésta ofrece una formación paralela a la fase inicial de la celtibérica y del mundo carpetano del Bronce final, que se extiende hasta territorio astur y del norte de los vetones, lo que explica profundas afinidades entre todos estos pueblos. Pero mientras los celtíberos se fueron diferenciando por su organización sociocultural, crecientemente pastoril y guerrera, los vacceos mantuvieron siempre una economía predominantemente cerealista, en cierto modo complementaria de las de todos sus vecinos, que habitaban un medio ambiente mucho menos favorable.
El sustrato del Soto de la Medinilla se transforma a fines del siglo VI a.C. por la aparición de cerámicas de tipo Cogotas II, al sur del Duero, que pudieran reflejar un influjo vetón, aunque más al norte y al este parece perdurar aún más tiempo, hasta que, a partir del siglo IV a.C., debieron ir siendo dominados por los celtíberos y celtizarse en consecuencia hasta llegar a ser considerados celtíberos.
Sin embargo, mantuvieron costumbres ancestrales, como una organización agraria colectiva en la que se repartían anualmente los campos a suertes y se ponía la producción en común, o sus poblados de adobe con casas redondas, que sólo a partir del siglo IV a.C. se hacen rectangulares. Paralelamente, sus cerámicas pintadas son sustituidas por cerámicas decoradas a peine o con estampillas de origen vetón y se introduce desde el mundo celtibérico la generalización del hierro y la cremación en urna, con la peculiaridad de que las tumbas más ricas ofrecen ajuares en miniatura para ensalzar el estatus de su propietario, siendo excepcionales las tumbas con armas, tal vez correspondientes a jefes celtibéros.
A fines del siglo IV a.C. aparece el torno de alfarero y ahcia el III o II a.C. surgen los grandes oppida fortificados, a veces con murallas de adobe reforzado con vigas de madera. El de Pallantia (Palenzuela, Palencia), de más de 40 ha., da idea de la jerarquización territorial surgida de forma paralela a la última fase de la cultura celtibérica. La organización social, documentada por gentilidades y teseras de hospitalidad, evidencia también la profunda celtización de estas gentes al llegar la conquista romana. Esto se confirma por su onomástica y toponimia, si bien ésta especialmente conserva nombres iniciados con P, que revelan un sustrato precéltico común a carpetanos, pelendones y a los pueblos vetones y lusitanos, con los que parecen tener indudables afinidades, mientras que en la onomástica se aprecian vínculos con los pueblos septentrionales, probablemente a través de sus vecinos astures.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
El sustrato del Soto de la Medinilla se transforma a fines del siglo VI a.C. por la aparición de cerámicas de tipo Cogotas II, al sur del Duero, que pudieran reflejar un influjo vetón, aunque más al norte y al este parece perdurar aún más tiempo, hasta que, a partir del siglo IV a.C., debieron ir siendo dominados por los celtíberos y celtizarse en consecuencia hasta llegar a ser considerados celtíberos.
Sin embargo, mantuvieron costumbres ancestrales, como una organización agraria colectiva en la que se repartían anualmente los campos a suertes y se ponía la producción en común, o sus poblados de adobe con casas redondas, que sólo a partir del siglo IV a.C. se hacen rectangulares. Paralelamente, sus cerámicas pintadas son sustituidas por cerámicas decoradas a peine o con estampillas de origen vetón y se introduce desde el mundo celtibérico la generalización del hierro y la cremación en urna, con la peculiaridad de que las tumbas más ricas ofrecen ajuares en miniatura para ensalzar el estatus de su propietario, siendo excepcionales las tumbas con armas, tal vez correspondientes a jefes celtibéros.
A fines del siglo IV a.C. aparece el torno de alfarero y ahcia el III o II a.C. surgen los grandes oppida fortificados, a veces con murallas de adobe reforzado con vigas de madera. El de Pallantia (Palenzuela, Palencia), de más de 40 ha., da idea de la jerarquización territorial surgida de forma paralela a la última fase de la cultura celtibérica. La organización social, documentada por gentilidades y teseras de hospitalidad, evidencia también la profunda celtización de estas gentes al llegar la conquista romana. Esto se confirma por su onomástica y toponimia, si bien ésta especialmente conserva nombres iniciados con P, que revelan un sustrato precéltico común a carpetanos, pelendones y a los pueblos vetones y lusitanos, con los que parecen tener indudables afinidades, mientras que en la onomástica se aprecian vínculos con los pueblos septentrionales, probablemente a través de sus vecinos astures.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
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