Más interesante todavía es la tradición de la preeminencia de la mujer, bien señalada por Estrabón, que se ha interpretado como un indicio de matriarcado y que parece contrastar con la fuerte organización patriarcal de los pueblos indoeuropeos. Las mujeres cultivaban la tierra y heredaban las posesiones, casaban a sus hermanos, a los que daban dote, habiendo pruebas epigráficas de familias matrilineales y de actuar como jefe de familia el tío materno.
Igualmente arcaica era su economía, basada esencialmente en el consumo de bellotas gran parte del año y en una agricultura de laya o azada, pues el arado, como el carro, sólo parece haberse introducido tardíamente desde el ámbito céltico. Estos medios de subsistencia se complementarían con la ganadería, más desarrollada en Gallaecia que entre los astures y cántabros. Estas costumbres coinciden con otras transmitidas desde la Antigüedad por contrastar con el mundo entonces civilizado, como dormir en el suelo, usar recipientes de madera en vez de cerámica, lo que puede explicar la mala calidad de muchas cerámicas hasta época tardía, el uso de piedras puestas al fuego para hacer hervir el agua o de mantequilla en lugar de aceite, el beber normalmente agua o cerveza, esto seguramente por influjo céltico, reservando excepcionalmente el vino para ocasiones como banquetes familiares, etc. Los historiadores antiguos han transmitido incluso otras costumbres consideradas aún más bárbaras, como la de lavarse con orina podrida, particularmente los dientes, o la de entonar cánticos de victoria, como hacían los guerreros cántabros cuando eran crucificados. Por el contrario, tal vez otras costumbres a que se refiere Estrabon, como la de comer en bancos comenzando por los más ancianos, puedan indicar tradiciones patriarcales de tipo indoeuropeo. Del mismo tipo podrían ser costumbres como el suicidio de los ancianos o el despeñar a los condenados y apedrear a los parricidas fuera de los confines del grupo.
El mismo fenómeno se documenta en la religión. Ésta ofrece carateres arcaicos, como la adoración a elementos naturales tales como aguas, montes, bosques, etc., sin ningún componente iconográfico, lo que explica las referencias de que carecían de dioses o la noticia de que danzaban los plenilunios adorando a una divinidad innominada. Algunas de estas tradiciones ofrecen paralelos en las zonas indoeuropeas menos celtizadas, como las divinidades de los caminos, las tutelares de castros o grupos sociales que suelen empezar por Bande-, etc., cuyo culto se extiende por Gallaecia y Lusitania, a las que se deben añadir otros numerosos teónimos de tipo antiguo conservados en la epigrafía.
También hacían sacrificios a Marte, tal vez identificable con el dios indígena Cossu de astures y galaicos, de machos cabríos, prisioneros y caballos. Vaticinaban sobre las entrañas, cortaban las manos a los prisioneros y celebraban hecatombes y luchas, carreras y combates colectivos, bebían la sangre de los caballos sacrificados, etc. Algunas de estas costumbres parecen reflejar una posible celtización religiosa, dada su estrecha relación ideológica con costumbres guerreras que se han debido de imponer plenamente poco antes de la conquista romana.
En la lingüística cabe asimismo apreciar el arcaísmo de estos pueblos. Parece existir un sustrato muy antiguo, seguramente preindoeuropeo, peor conservado en Gallaecia que en Cantabria, donde permite relacionarlo con el vasco, con topónimos como Laredo, Selaya, etc. Sobre este sustrato pueden señalarse otros topónimos indoeuropeos, como Lama, Deva, Nava, y más evidentes son los elementos célticos en topónimos, antropónimos e incluso en residuos del vocabulario actual, especialmente en la agricultura. En la onomástica, por último, es interesante señalar que junto a escasos nombres típicamente galaicos o astures, la mayoría son comunes a los lusitanos y vetones, existiendo otros de origen céltico como Ambatus, Celtius, etc., especialmente entre los astures.
Sobre el antiguo sustrato, a partir de una fecha bastante avanzada, se aprecian indudables indicios de un proceso inicial de celtización, que se vería interrumpido por la conquista romana y la consiguiente pero tardía romanización. Este proceso no parece muy anterior al siglo III o incluso II a.C., siendo lógica su posterioridad al de las zonas vaccea, vetona y lusitana, lo que parece confirmar la graduación temporal de la celtización de las tierras peninsulares, también observada en el Suroeste. Además, tampoco parece uniforme, pues resulta más fuerte y evidente, al menos en ciertos aspectos, entre los astures que entre galaicos y cántabros, tal vez por su vinculación con los vetones, de los que habrían ya aceptado la organización gentilicia y gran parte de su onomástica. Pero esta celtización tampoco sería general, pues apenas parece haber afectado la economía o la organización social galaica, aunque en la misma zona se había introducido el uso de torques o collar de los guerreros, indicio evidente de minorías celtizadas, y aparecen frecuentes topónimos e incluso etnónimos de tipo celta, siendo el conjunto de estos elementos el que da la clave para comprender correctamente las características étnicas de estos pueblos y de su compleja e incompleta celtización.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
Igualmente arcaica era su economía, basada esencialmente en el consumo de bellotas gran parte del año y en una agricultura de laya o azada, pues el arado, como el carro, sólo parece haberse introducido tardíamente desde el ámbito céltico. Estos medios de subsistencia se complementarían con la ganadería, más desarrollada en Gallaecia que entre los astures y cántabros. Estas costumbres coinciden con otras transmitidas desde la Antigüedad por contrastar con el mundo entonces civilizado, como dormir en el suelo, usar recipientes de madera en vez de cerámica, lo que puede explicar la mala calidad de muchas cerámicas hasta época tardía, el uso de piedras puestas al fuego para hacer hervir el agua o de mantequilla en lugar de aceite, el beber normalmente agua o cerveza, esto seguramente por influjo céltico, reservando excepcionalmente el vino para ocasiones como banquetes familiares, etc. Los historiadores antiguos han transmitido incluso otras costumbres consideradas aún más bárbaras, como la de lavarse con orina podrida, particularmente los dientes, o la de entonar cánticos de victoria, como hacían los guerreros cántabros cuando eran crucificados. Por el contrario, tal vez otras costumbres a que se refiere Estrabon, como la de comer en bancos comenzando por los más ancianos, puedan indicar tradiciones patriarcales de tipo indoeuropeo. Del mismo tipo podrían ser costumbres como el suicidio de los ancianos o el despeñar a los condenados y apedrear a los parricidas fuera de los confines del grupo.
El mismo fenómeno se documenta en la religión. Ésta ofrece carateres arcaicos, como la adoración a elementos naturales tales como aguas, montes, bosques, etc., sin ningún componente iconográfico, lo que explica las referencias de que carecían de dioses o la noticia de que danzaban los plenilunios adorando a una divinidad innominada. Algunas de estas tradiciones ofrecen paralelos en las zonas indoeuropeas menos celtizadas, como las divinidades de los caminos, las tutelares de castros o grupos sociales que suelen empezar por Bande-, etc., cuyo culto se extiende por Gallaecia y Lusitania, a las que se deben añadir otros numerosos teónimos de tipo antiguo conservados en la epigrafía.
También hacían sacrificios a Marte, tal vez identificable con el dios indígena Cossu de astures y galaicos, de machos cabríos, prisioneros y caballos. Vaticinaban sobre las entrañas, cortaban las manos a los prisioneros y celebraban hecatombes y luchas, carreras y combates colectivos, bebían la sangre de los caballos sacrificados, etc. Algunas de estas costumbres parecen reflejar una posible celtización religiosa, dada su estrecha relación ideológica con costumbres guerreras que se han debido de imponer plenamente poco antes de la conquista romana.
En la lingüística cabe asimismo apreciar el arcaísmo de estos pueblos. Parece existir un sustrato muy antiguo, seguramente preindoeuropeo, peor conservado en Gallaecia que en Cantabria, donde permite relacionarlo con el vasco, con topónimos como Laredo, Selaya, etc. Sobre este sustrato pueden señalarse otros topónimos indoeuropeos, como Lama, Deva, Nava, y más evidentes son los elementos célticos en topónimos, antropónimos e incluso en residuos del vocabulario actual, especialmente en la agricultura. En la onomástica, por último, es interesante señalar que junto a escasos nombres típicamente galaicos o astures, la mayoría son comunes a los lusitanos y vetones, existiendo otros de origen céltico como Ambatus, Celtius, etc., especialmente entre los astures.
Sobre el antiguo sustrato, a partir de una fecha bastante avanzada, se aprecian indudables indicios de un proceso inicial de celtización, que se vería interrumpido por la conquista romana y la consiguiente pero tardía romanización. Este proceso no parece muy anterior al siglo III o incluso II a.C., siendo lógica su posterioridad al de las zonas vaccea, vetona y lusitana, lo que parece confirmar la graduación temporal de la celtización de las tierras peninsulares, también observada en el Suroeste. Además, tampoco parece uniforme, pues resulta más fuerte y evidente, al menos en ciertos aspectos, entre los astures que entre galaicos y cántabros, tal vez por su vinculación con los vetones, de los que habrían ya aceptado la organización gentilicia y gran parte de su onomástica. Pero esta celtización tampoco sería general, pues apenas parece haber afectado la economía o la organización social galaica, aunque en la misma zona se había introducido el uso de torques o collar de los guerreros, indicio evidente de minorías celtizadas, y aparecen frecuentes topónimos e incluso etnónimos de tipo celta, siendo el conjunto de estos elementos el que da la clave para comprender correctamente las características étnicas de estos pueblos y de su compleja e incompleta celtización.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
Castro celta de Argueso (Cantabria)
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