Proceso de aculturación que se opera en un ámbito determinado ante la influencia del elemento indoeuropeo; este concepto se aplica a una familia de pueblos con un parentesco lingüístico (demostrado desde la primera mitad del siglo XIX, gracias a los aportes de la gramática comparada) desde el Atlántico a la India. A tenor de los hallazgos arqueológicos, parece lógico relacionar este tipo de lenguas con las migraciones durante la Edad del Bronce de unos pueblos que aportaron a zonas diversas elementos nuevos de la cultura material, entre ellos el rito de la incineración de los cadáveres y la adopción de la metalurgia del hierro (que se expande a principios del primer milenio a.C. con la cultura del Hallstatt , conformando la I Edad del Hierro en Europa).
La Lingüística y la Arqueología han señalado cambios sustanciales en el panorama del Bronce final para la Península Ibérica, resultado del mencionado movimiento de gentes indoeuropeas. Han sido preocupaciones esenciales el establecer el origen de la llegada de éstas, así como el fijar el mecanismo de su entrada (gradual y prolongada, o a través de una serie de oleadas separadas por un tracto cronológico más o menos dilatado); en cualquier caso, los celtas y su número de invasiones han tenido un protagonismo casi exclusivo en la atención del estudioso. Hoy los problemas han sido objeto de reorientación: se cree que las soluciones simplistas no sirven para explicar un proceso que fue, sin duda de mayor complejidad, hay que delimitar las diversas áreas regionales y llevar a cabo un estudio de sus características, como paso previo para solucionar el proceso de indoeuropeización por los diversos grupos que se implantan en ellas.
El contacto cultural con los nuevos elementos indoeuropeos afectó, desde los primeros siglos del I milenio a.C., a Aragón con especial intensidad, dada su situación geográfica de umbral en la penetración. La Lingüística -y, sobre todo, los estudios toponímicos- ha demostrado la perduración de restos no asimilables al céltico y, al parecer, más antiguos que éste. Se ha hablado de un indoeuropeo occidental todavía indiferenciado para explicarlos, así como de la llegada de grupos anteriores a los celtas —a quienes se debería la introducción de la cultura de las urnas por Cataluña-, que jugaría papel destacado en la llamada cultura del Bronce atlántico. Encontramos en nuestra región algunos de estos restos célticos o paracélticos, conocidos por los lingüistas como ilirios o ligures. Al fondo de los primeros pertenecerían los nombres con sufijo -nt (Abanto, Anento, Jaganta, Saganta, etc.) que se halla en los hidrónimos de casi toda Europa, lo mismo que topónimos como Paracense o Peranza; y encontramos la sufijación ligur típica -asco en Benasque (o en antropónimos posteriores como Velasco, Belascotenes, etc.). Inequívocamente célticos son por otro lado, los nombres con terminación en -briga (Nertobriga, Ballabriga, Munébrega), -dunum (Navardún, Berdún, Gordún, Embún, etc.) o -acum (Attacum-Ateca, Claraco, Litago, Lobato). Incluso en el actual Yebra de Basa se encuentra un topónimo relacionable con el galo eburos, «tejo», y con el étnico eburones, atestiguado al otro lado de los Pirineos.
La Arqueología evidencia en los yacimientos hallstátticos aragoneses de la I Edad del Hierro los cambios sucedidos en el terreno de la cultura material e incluso en la mentalidad. Además del rito funerario ya mencionado de la incineración, la aparición de la cerámica excisa, la transformación de la casa -rectangular- o de los poblados -ahora con calle central- y el conocimiento de la siderurgia (aunque el uso del bronce sigue prevaleciendo durante mucho tiempo) son los más significativos. En el terreno económico debieron de introducir una agricultura cerealista sobre la base de nuevos cultivos y aperos -como el arado-, que se plasmaron en el trabajo de las tierras llanas. Al mismo tiempo, los poblados excavados documentan una economía mixta, con la ganadería jugando un importante papel con cerdos, ovejas, cabras y vacuno; completaban la alimentación las legumbres, bellotas y castañas, a juzgar por los hallazgos.
Es difícil precisar el papel o el alcance de cada uno de los factores que operaron en estos contactos (la indoeuropeización lingüística no necesariamente implica la cultural ni, menos aún, la implantación fuerte desde el punto de vista étnico). Con todo, la indoeuropeización fue intensa en el valle medio del Ebro, y éste es un hecho que no hay que olvidar cuando se estudie la personalidad de los iberos de estas tierras.
Es muy poco lo que sabemos de los primitivos grupos de gentes indoeuropeas que poblaban nuestra región. De la lectura de la Ora Maritima de Avieno (cuya información nos lleva al siglo VI a.C.) se deduce que los Beribraces estaban asentados en el Bajo Aragón y es posible que los Sefes en el occidente de Teruel y de Zaragoza. Pero no contamos con testimonios directos de fuentes literarias o epigráficas anteriores al siglo III a.C. Para entonces, los pueblos indoeuropeos ocupaban el norte de Zaragoza (Suessetanos ) y parte del centro del valle (Galos ), con los Celtíberos en la zona occidental del antiguo reino. Estas fuentes tardías informan sobre el carácter y la organización de estas sociedades indígenas. La base de la estructura es el clan (gentilitas), unidad intermedia entre la familia y la tribu, que agrupa a todos los individuos que se reconocen descendientes (normalmente por línea masculina: agnatio) de un antepasado común cuyo nombre ha pervivido para designar al grupo. Como en la mayor parte de las sociedades primitivas, la parentela del sistema gentilicio, típicamente indoeuropeo, es algo más que un grupo de descendencia unilineal: la importancia del parentesco radica en que la condición de miembro de la gentilitas implica normalmente un derecho sobre los recursos productivos y reproductivos básicos, así como la sucesión en funciones y cargos, la participación en actividades religiosas (el culto a los antepasados) y ciertas relaciones políticas; todo ello, al menos en un principio, en un marco territorial fijo. Institución típicamente indoeuropea es la del hospitium, por la que un elemento extraño entraba a formar parte del clan. A las «gentilidades», ya conocidas en Aragón por las téseras de hospitalidad y por las inscripciones rupestres de Peñalba de Villastar (santuario de Lug, uno de los dioses más venerados entre los celtas), se han añadido los de los dos bronces aparecidos en Botorrita ; de ellos, el de Contrebia atestigua, además, la existencia de un senado (Senatus Contrebiensis) formado por los más importantes jefes de los clanes, como nos informaran para estas zonas las fuentes literarias y, seguramente, de alguna unidad mayor que la gentilitas y menor que la tribu, según parece deducirse del Bronce de Botorrita y sus nombres acabados en -as.
Beltrán Martínez, A.: «La indoeuropeización del Valle del Ebro»
La Lingüística y la Arqueología han señalado cambios sustanciales en el panorama del Bronce final para la Península Ibérica, resultado del mencionado movimiento de gentes indoeuropeas. Han sido preocupaciones esenciales el establecer el origen de la llegada de éstas, así como el fijar el mecanismo de su entrada (gradual y prolongada, o a través de una serie de oleadas separadas por un tracto cronológico más o menos dilatado); en cualquier caso, los celtas y su número de invasiones han tenido un protagonismo casi exclusivo en la atención del estudioso. Hoy los problemas han sido objeto de reorientación: se cree que las soluciones simplistas no sirven para explicar un proceso que fue, sin duda de mayor complejidad, hay que delimitar las diversas áreas regionales y llevar a cabo un estudio de sus características, como paso previo para solucionar el proceso de indoeuropeización por los diversos grupos que se implantan en ellas.
El contacto cultural con los nuevos elementos indoeuropeos afectó, desde los primeros siglos del I milenio a.C., a Aragón con especial intensidad, dada su situación geográfica de umbral en la penetración. La Lingüística -y, sobre todo, los estudios toponímicos- ha demostrado la perduración de restos no asimilables al céltico y, al parecer, más antiguos que éste. Se ha hablado de un indoeuropeo occidental todavía indiferenciado para explicarlos, así como de la llegada de grupos anteriores a los celtas —a quienes se debería la introducción de la cultura de las urnas por Cataluña-, que jugaría papel destacado en la llamada cultura del Bronce atlántico. Encontramos en nuestra región algunos de estos restos célticos o paracélticos, conocidos por los lingüistas como ilirios o ligures. Al fondo de los primeros pertenecerían los nombres con sufijo -nt (Abanto, Anento, Jaganta, Saganta, etc.) que se halla en los hidrónimos de casi toda Europa, lo mismo que topónimos como Paracense o Peranza; y encontramos la sufijación ligur típica -asco en Benasque (o en antropónimos posteriores como Velasco, Belascotenes, etc.). Inequívocamente célticos son por otro lado, los nombres con terminación en -briga (Nertobriga, Ballabriga, Munébrega), -dunum (Navardún, Berdún, Gordún, Embún, etc.) o -acum (Attacum-Ateca, Claraco, Litago, Lobato). Incluso en el actual Yebra de Basa se encuentra un topónimo relacionable con el galo eburos, «tejo», y con el étnico eburones, atestiguado al otro lado de los Pirineos.
La Arqueología evidencia en los yacimientos hallstátticos aragoneses de la I Edad del Hierro los cambios sucedidos en el terreno de la cultura material e incluso en la mentalidad. Además del rito funerario ya mencionado de la incineración, la aparición de la cerámica excisa, la transformación de la casa -rectangular- o de los poblados -ahora con calle central- y el conocimiento de la siderurgia (aunque el uso del bronce sigue prevaleciendo durante mucho tiempo) son los más significativos. En el terreno económico debieron de introducir una agricultura cerealista sobre la base de nuevos cultivos y aperos -como el arado-, que se plasmaron en el trabajo de las tierras llanas. Al mismo tiempo, los poblados excavados documentan una economía mixta, con la ganadería jugando un importante papel con cerdos, ovejas, cabras y vacuno; completaban la alimentación las legumbres, bellotas y castañas, a juzgar por los hallazgos.
Es difícil precisar el papel o el alcance de cada uno de los factores que operaron en estos contactos (la indoeuropeización lingüística no necesariamente implica la cultural ni, menos aún, la implantación fuerte desde el punto de vista étnico). Con todo, la indoeuropeización fue intensa en el valle medio del Ebro, y éste es un hecho que no hay que olvidar cuando se estudie la personalidad de los iberos de estas tierras.
Es muy poco lo que sabemos de los primitivos grupos de gentes indoeuropeas que poblaban nuestra región. De la lectura de la Ora Maritima de Avieno (cuya información nos lleva al siglo VI a.C.) se deduce que los Beribraces estaban asentados en el Bajo Aragón y es posible que los Sefes en el occidente de Teruel y de Zaragoza. Pero no contamos con testimonios directos de fuentes literarias o epigráficas anteriores al siglo III a.C. Para entonces, los pueblos indoeuropeos ocupaban el norte de Zaragoza (Suessetanos ) y parte del centro del valle (Galos ), con los Celtíberos en la zona occidental del antiguo reino. Estas fuentes tardías informan sobre el carácter y la organización de estas sociedades indígenas. La base de la estructura es el clan (gentilitas), unidad intermedia entre la familia y la tribu, que agrupa a todos los individuos que se reconocen descendientes (normalmente por línea masculina: agnatio) de un antepasado común cuyo nombre ha pervivido para designar al grupo. Como en la mayor parte de las sociedades primitivas, la parentela del sistema gentilicio, típicamente indoeuropeo, es algo más que un grupo de descendencia unilineal: la importancia del parentesco radica en que la condición de miembro de la gentilitas implica normalmente un derecho sobre los recursos productivos y reproductivos básicos, así como la sucesión en funciones y cargos, la participación en actividades religiosas (el culto a los antepasados) y ciertas relaciones políticas; todo ello, al menos en un principio, en un marco territorial fijo. Institución típicamente indoeuropea es la del hospitium, por la que un elemento extraño entraba a formar parte del clan. A las «gentilidades», ya conocidas en Aragón por las téseras de hospitalidad y por las inscripciones rupestres de Peñalba de Villastar (santuario de Lug, uno de los dioses más venerados entre los celtas), se han añadido los de los dos bronces aparecidos en Botorrita ; de ellos, el de Contrebia atestigua, además, la existencia de un senado (Senatus Contrebiensis) formado por los más importantes jefes de los clanes, como nos informaran para estas zonas las fuentes literarias y, seguramente, de alguna unidad mayor que la gentilitas y menor que la tribu, según parece deducirse del Bronce de Botorrita y sus nombres acabados en -as.
Beltrán Martínez, A.: «La indoeuropeización del Valle del Ebro»
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