La noche siempre ha sido el principal momento para situarnos ante el misterio y la celebración; es un espacio verdaderamente mágico. Pero si de noches singulares hablamos, pocas tan señaladas como aquella que siendo la más breve del año está llena de enormes y numerosas connotaciones que la hacen una cita obligada para cada uno de vosotros. Sin lugar a dudas diréis que "a buenas horas mangas verdes", pues tocamos el tema cuando ya ha pasado esta noche. Verdaderamente no os falta razón y entono el mea culpa, ya que las previsiones no siempre se cumplen. Como con total seguridad en San Juan habéis disfrutado como se merece la noche más luminosa del año, ahora es tiempo para descubrir algunos pequeños misterios que se encierran en este excepcional festival ígnico.
Los festivales o celebraciones que tienen como centro el fuego son muy numerosos a lo largo de todo el año, extendiéndose por cada uno de los rincones de la vieja Europa, sin embargo varias ocasiones son las que concentran un mayor número de estas fiestas rituales: los equinoccios y solsticios son estos momentos, siendo especialmente los últimos los más prolíficos. El solsticio astronómico no siempre coincide con la fecha en la que actualmente celebramos San Juan, siendo habitualmente el 21 de junio el día del solsticio astronómico, concretamente este año tuvo lugar a las 3.48 de la madrugada que discurría entre el 20 y el 21 de este mes. El fuego es el principal representante del astro solar en la tierra por lo que si el culto al sol está muy extendido, ni que decir tiene que los rituales que tienen al fuego como protagonista son innumerables. La hoguera de San Juan se enmarca dentro de las celebraciones que tienen como centro el solsticio estival y constituyen el comienzo de un tiempo fundamental para la subsistencia de las sociedades antiguas y modernas, puesto que es el momento de la recolección de las cosechas. Como en tantas otras ocasiones han alcanzado gran fama las fiestas de San Juan que se celebran lejos de nuestras fronteras montañesas, pero nos olvidamos terriblemente de la importancia que esta noche ha tenido en Cantabria. El fuego es un elemento purificador, liberador y regenerador, desde antiguo se apelaba a él para librase de numerosos males, desde la brujería pasando por los malos espíritus hasta las plagas sobre las cosechas. También posee el fuego la facultad de ahuyentar al rayo, el granizo o las tormentas, como vemos son en ocasiones los propios elementos los que se creen de utilidad para librarse de otros fenómenos. Las ramas quemadas en los festivales de fuego se solían guardar en las casas, al creerse que se preservaba así al hogar del poder destructivo de las llamas. Cuando en los diversos lugares de Europa aparecían epidemias que atacaban a los animales domésticos como la vaca, el caballo o el cerdo se encendían un tipo de fuegos que se denominan de auxilio.
Son cuantiosos los pueblos que encienden hogueras y hacen pasar por delante de ellas a toda la cabaña del pueblo, en un afán purificador. En Cantabria existe, como en otros muchos lugares, la costumbre de saltar la hoguera en esta mágica noche, práctica de la cual nos dan noticias muchos autores de la antigüedad, entre ellos Ovidio. Saltar sobre las hogueras, pisar las cenizas aún candentes, danzar a su alrededor, hacer pasar junto a ellas a la cabaña o llevar el fuego por los campos de cultivo del pueblo para purificar la cosecha, son prácticas que aún hoy se conservan en ciertas zonas europeas y, por supuesto, en Cantabria, el sol de San Juan quita el reúma y alivia el mal. En la noche de San Juan se intenta que el sol brille con fuerza durante la estación que comienza para facilitar la maduración de los frutos y la recogida fructífera de las cosechas. Es, por tanto, el astro el principal protagonista.
Pero de nuevo nos encontramos ante una gran paradoja, identificamos una fiesta profundamente pagana con un Santo del mundo cristiano, que si con algo puede relacionarse es con otro elemento básico como el agua, (sobre manera cuando según dice el adagio popular Agua de por San Juan, quita vino y no da pan). En este sentido nos enfrentamos claramente ante la cristianización de un ritual con numerosos adeptos en el mundo pagano que se encontraron aquellos primeros apóstoles, que soportaron la difícil labor de conducir a la conversión a aquellas gentes que eran vistas como bárbaras. En esta fecha se supone que se conmemoraba el nacimiento del Bautista, curioso cuando habitualmente es la muerte la que se marca en el calendario festivo cristiano. Aunque la distancia entre el fuego y el agua es clara, ambos son elementos purificadores y básicos en cualquier ritual.
Durante el desarrollo de esta fiesta se aprovechaba para cortejar a las mozas de cada uno de los pueblos, pues existía la costumbre de enramar, colocar ramas de chopo o aliso de bella estampa en la ventana de aquella moza que se quería honrar, siendo interesantes las disputas entre las jóvenes por quién de ellas tenía el ramo más hermoso; además no termina ahí el ritual floral, sino que en el centro del pueblo se suele colocar un gran ramo o incluso un árbol, al estilo de la celebración de la Maya. Pero en esta noche se ha de tener verdadero cuidado y no despertar las iras de los elementos, pues los conocidos Caballucos del Diablo no descansan nunca y están al acecho. Las leyendas de nuestra tierra otorgan a estos personajes la facultad de aguar la fiesta a los danzantes y a quienes se reúnen alrededor del fuego. Son tres caballos alados que de manera rauda, veloz e imprevisible se deslizan por los cielos bramando terriblemente y aterrorizando a todo el que se encuentran. Sin embargo Manuel Llano renueva con su particular estilo la leyenda hablando de siete caballucos del diablo, cada uno de un color y todos dirigidos por el rojo. Dice que echaban babas de oro y que quien las encontraba se hacía rico, pero cuando la fatal hora le llegara pasaría directamente al infierno. Sus "crines de azabache", que dice A. G. Lomas, se dibujan en el aire y se esfuman entre la niebla nocturna. Por su boca lanzan llamaradas provocando la destrucción y el caos. La Anjana, el hada buena de la Montaña que nos protege de todo mal, no puede hacer nada frente a ellos. Sólo existe una solución para evitar que caigan sobre alguien y le otorguen mal para todo el año: un trébol de cuatro hojas. Esta planta ha de buscarse afanosamente, pues hay pocas, ya que la noche anterior los caballucos han pacido todas las que han encontrado, aunque nunca pueden terminar con ellas. Si consigues el preciado amuleto podrás salir a disfrutar de la fiesta sin ningún temor, por ello los mozos buscan con esmero la verbena o yerbuca de San Juan. No son pocas las gentes que aún hoy día buscan el rocío de esta madrugada para pasear descalzos sobre él y lograr salud. "Si cortas la yerbuca de San Juan te librarás de culiebra y de todo mal"
Juan Carlos Cabria
Los festivales o celebraciones que tienen como centro el fuego son muy numerosos a lo largo de todo el año, extendiéndose por cada uno de los rincones de la vieja Europa, sin embargo varias ocasiones son las que concentran un mayor número de estas fiestas rituales: los equinoccios y solsticios son estos momentos, siendo especialmente los últimos los más prolíficos. El solsticio astronómico no siempre coincide con la fecha en la que actualmente celebramos San Juan, siendo habitualmente el 21 de junio el día del solsticio astronómico, concretamente este año tuvo lugar a las 3.48 de la madrugada que discurría entre el 20 y el 21 de este mes. El fuego es el principal representante del astro solar en la tierra por lo que si el culto al sol está muy extendido, ni que decir tiene que los rituales que tienen al fuego como protagonista son innumerables. La hoguera de San Juan se enmarca dentro de las celebraciones que tienen como centro el solsticio estival y constituyen el comienzo de un tiempo fundamental para la subsistencia de las sociedades antiguas y modernas, puesto que es el momento de la recolección de las cosechas. Como en tantas otras ocasiones han alcanzado gran fama las fiestas de San Juan que se celebran lejos de nuestras fronteras montañesas, pero nos olvidamos terriblemente de la importancia que esta noche ha tenido en Cantabria. El fuego es un elemento purificador, liberador y regenerador, desde antiguo se apelaba a él para librase de numerosos males, desde la brujería pasando por los malos espíritus hasta las plagas sobre las cosechas. También posee el fuego la facultad de ahuyentar al rayo, el granizo o las tormentas, como vemos son en ocasiones los propios elementos los que se creen de utilidad para librarse de otros fenómenos. Las ramas quemadas en los festivales de fuego se solían guardar en las casas, al creerse que se preservaba así al hogar del poder destructivo de las llamas. Cuando en los diversos lugares de Europa aparecían epidemias que atacaban a los animales domésticos como la vaca, el caballo o el cerdo se encendían un tipo de fuegos que se denominan de auxilio.
Son cuantiosos los pueblos que encienden hogueras y hacen pasar por delante de ellas a toda la cabaña del pueblo, en un afán purificador. En Cantabria existe, como en otros muchos lugares, la costumbre de saltar la hoguera en esta mágica noche, práctica de la cual nos dan noticias muchos autores de la antigüedad, entre ellos Ovidio. Saltar sobre las hogueras, pisar las cenizas aún candentes, danzar a su alrededor, hacer pasar junto a ellas a la cabaña o llevar el fuego por los campos de cultivo del pueblo para purificar la cosecha, son prácticas que aún hoy se conservan en ciertas zonas europeas y, por supuesto, en Cantabria, el sol de San Juan quita el reúma y alivia el mal. En la noche de San Juan se intenta que el sol brille con fuerza durante la estación que comienza para facilitar la maduración de los frutos y la recogida fructífera de las cosechas. Es, por tanto, el astro el principal protagonista.
Pero de nuevo nos encontramos ante una gran paradoja, identificamos una fiesta profundamente pagana con un Santo del mundo cristiano, que si con algo puede relacionarse es con otro elemento básico como el agua, (sobre manera cuando según dice el adagio popular Agua de por San Juan, quita vino y no da pan). En este sentido nos enfrentamos claramente ante la cristianización de un ritual con numerosos adeptos en el mundo pagano que se encontraron aquellos primeros apóstoles, que soportaron la difícil labor de conducir a la conversión a aquellas gentes que eran vistas como bárbaras. En esta fecha se supone que se conmemoraba el nacimiento del Bautista, curioso cuando habitualmente es la muerte la que se marca en el calendario festivo cristiano. Aunque la distancia entre el fuego y el agua es clara, ambos son elementos purificadores y básicos en cualquier ritual.
Durante el desarrollo de esta fiesta se aprovechaba para cortejar a las mozas de cada uno de los pueblos, pues existía la costumbre de enramar, colocar ramas de chopo o aliso de bella estampa en la ventana de aquella moza que se quería honrar, siendo interesantes las disputas entre las jóvenes por quién de ellas tenía el ramo más hermoso; además no termina ahí el ritual floral, sino que en el centro del pueblo se suele colocar un gran ramo o incluso un árbol, al estilo de la celebración de la Maya. Pero en esta noche se ha de tener verdadero cuidado y no despertar las iras de los elementos, pues los conocidos Caballucos del Diablo no descansan nunca y están al acecho. Las leyendas de nuestra tierra otorgan a estos personajes la facultad de aguar la fiesta a los danzantes y a quienes se reúnen alrededor del fuego. Son tres caballos alados que de manera rauda, veloz e imprevisible se deslizan por los cielos bramando terriblemente y aterrorizando a todo el que se encuentran. Sin embargo Manuel Llano renueva con su particular estilo la leyenda hablando de siete caballucos del diablo, cada uno de un color y todos dirigidos por el rojo. Dice que echaban babas de oro y que quien las encontraba se hacía rico, pero cuando la fatal hora le llegara pasaría directamente al infierno. Sus "crines de azabache", que dice A. G. Lomas, se dibujan en el aire y se esfuman entre la niebla nocturna. Por su boca lanzan llamaradas provocando la destrucción y el caos. La Anjana, el hada buena de la Montaña que nos protege de todo mal, no puede hacer nada frente a ellos. Sólo existe una solución para evitar que caigan sobre alguien y le otorguen mal para todo el año: un trébol de cuatro hojas. Esta planta ha de buscarse afanosamente, pues hay pocas, ya que la noche anterior los caballucos han pacido todas las que han encontrado, aunque nunca pueden terminar con ellas. Si consigues el preciado amuleto podrás salir a disfrutar de la fiesta sin ningún temor, por ello los mozos buscan con esmero la verbena o yerbuca de San Juan. No son pocas las gentes que aún hoy día buscan el rocío de esta madrugada para pasear descalzos sobre él y lograr salud. "Si cortas la yerbuca de San Juan te librarás de culiebra y de todo mal"
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