Los gentiles, en la mitología vasca, son unos extraños seres procedentes de no-se-sabe-dónde, poseedores de una fuerza extraordinaria que les hizo capaces de mover las enormes piedras que forman los megalitos: dólmenes, menhires y crómlechs. Cronológicamente, los gentiles -jentillak en euskera- fueron la última raza de una serie de ellas que les precedieron: la de los baxajaunek -seres también gigantescos de los bosques y las quebradas- y la de los mairuk -los "moros"- que eran salvajes y primitivos. Entre los mairuk y los baxajaunek aparecieron personajes míticos individualizados: Sansón y Errolán -Roldán-, que ayudaron a los seres humanos desde su condición de semidioses.
Los gentiles habitaron simas y cuevas por todo el País Vasco. Nunca hicieron daño a la gente, pero procuraron mantenerse separados de los otros seres humanos y se dejaron ver lo menos posible. Se dice que vivían más de cuatrocientos años, que poseían poderes y conocimientos que los hombres les arrebataron alguna vez por medio de algún santo y que desaparecieron con la llegada de Jesucristo. Aún así, se dice que aún quedan descendientes suyos, confundidos con la población; y muchos nombres de lugares especialmente mágicos los recuerdan: Jentillzulo, en Leiza, por el caserío de San Martín
Por cierto que allí mismo -no lejos de los lugares por donde va a discurrir nuestra ruta- se dice que pueden verse aún las rodadas que dejaron los carros de los gentiles, en un lugar casi cortado a pico. En otros lugares se enseñan sus pisadas sobre la roca y hasta se cuentan sus hazañas, consistentes muy a menudo en piedras enormes que fueron arrojadas para alcanzar un determinado lugar y se quedaron en medio camino, después de haber recorrido unas decenas de kilómetros por el aire.
Juan G. Atienza
Los gentiles habitaron simas y cuevas por todo el País Vasco. Nunca hicieron daño a la gente, pero procuraron mantenerse separados de los otros seres humanos y se dejaron ver lo menos posible. Se dice que vivían más de cuatrocientos años, que poseían poderes y conocimientos que los hombres les arrebataron alguna vez por medio de algún santo y que desaparecieron con la llegada de Jesucristo. Aún así, se dice que aún quedan descendientes suyos, confundidos con la población; y muchos nombres de lugares especialmente mágicos los recuerdan: Jentillzulo, en Leiza, por el caserío de San Martín
Por cierto que allí mismo -no lejos de los lugares por donde va a discurrir nuestra ruta- se dice que pueden verse aún las rodadas que dejaron los carros de los gentiles, en un lugar casi cortado a pico. En otros lugares se enseñan sus pisadas sobre la roca y hasta se cuentan sus hazañas, consistentes muy a menudo en piedras enormes que fueron arrojadas para alcanzar un determinado lugar y se quedaron en medio camino, después de haber recorrido unas decenas de kilómetros por el aire.
Juan G. Atienza
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