Este es el primero de una serie de artículos sobre los ejércitos, los guerreros y las armas en la Hispania pre-romana, y su continuación en la época de dominación por los romanos, en los que se expondrán de forma temática los elementos que los componían, su evolución, y otros aspectos que puedan ser de interés.
El caballo como elemento sagrado.
Entre las actividades sociales y militares de los antiguos hispanos, el caballo adquirió una gran importancia; era honrado casi como una divinidad, y se le dedicaron santuarios, como el descubierto en Mula (Murcia), además de la considerable colección de esculturas que lo representan con sus guarniciones Otra fuente arqueológica que lo prueba es la cantidad de pinturas en vasos cerámicos decorados con escenas de caza y de guerra encontrados, entre otros yacimientos, en la antigua Líria, en Valencia. Una fuente adicional la constituyen los ex-votos de bronce hallados en algunos santuarios de Andalucía, que generalmente representan guerreros montados en actitud, supuestamente, de oración.
Las unidades de caballería.
Los hispanos hacían un uso excepcional de la caballería en sus campañas, no solamente en suelo hispánico, sino también en los servicios mercenarios que a lo largo del tiempo prestaron a diversos ejércitos (griegos, cartagineses, romanos...). Un buen ejemplo de su eficacia lo constituyen las campañas de Aníbal, durante las cuales su ejército incluía numerosos contingentes de caballería hispánica.
A pesar de estas referencias, no parece que en las campañas en Hispania participasen grupos de caballería hasta el siglo V aC, entendidas como unidades de combate, sino que los caballos se limitarían a servir a los nobles que los disponían, de medio de transporte hasta el campo de batalla. De hecho, hasta el siglo III aC no se puede hablar de unidades de caballería debidamente formadas.
Cumplían no solamente el tradicional papel de distracción del enemigo con ataques periféricos de la caballería ligera, sino que también demostraron ser capaces de derrotar a la mejor caballería romana cuando eran conducidos por hábiles comandantes. Poseidonios, que escribió sobre la caballería hispánica, los consideraba superiores a los númidas [R. Treviño “Romes Enemies (4): Spanish Armies 218 BC-18 BC)].
A pesar de todo, nada hace suponer que los pueblos hispanos dispusieran de verdaderas unidades de caballería, con un sistema organizativo, táctico e incluso logístico propio y diferenciado del resto del ejército. En realidad, en la época inicial, se trataría de una "infantería montada", en la que los guerreros que podían costearse el mantenimiento de un caballo lo utilizaban exclusivamente como medio cómodo y distinguido de transporte hasta el campo de batalla. Esta forma de combatir estaba falta de la gran ventaja de la caballería: la superioridad psicológica respecto a un enemigo a pie, el estruendo de una unidad de caballería lanzada al galope, la altura del jinete, que compensa la su inferior estabilidad, y también la capacidad de retirarse a gran velocidad si las circunstancias así lo aconsejaban.
Las guarniciones de los caballos.
En el ámbito ibérico, llama la atención la escasez de hallazgos de bridas de caballos y espuelas en las tumbas. En una necrópolis tan importante como es la de Cabezo Lucero, no se ha encontrado ni una sola guarnición de caballo ni espuelas, cuando más de la mitad de las tumbas contienen armas. Esta escasez se mantiene en otros lugares como Los Villares, en Albacete, o en Galera, Granada. La misma situación se da en otros yacimientos importantes más tardíos, como la Serreta de Alcoi, donde en cerca de un centenar de tumbas no se encontrado ninguna brida y solamente alguna espuela, o Cabecico del Tesoro en Murcia, con 600 tumbas, ninguna brida seguro y, también, solamente alguna espuela.
Entre el medio millar de sepulturas de El Cigarralejo, tampoco se han hallado apenas guarniciones, que se limitan a siete bridas y alguna espuela en un 2,8% del total de las sepulturas; en el conjunto de Almedinilla, en Córdoba, donde se han perdido las asociaciones, hay un panorama parecido. En conjunto, y a título indicativo, bridas y espuelas suponen solamente un total del 4,5% de las armas, en el sentido más amplio de la Edad del Hierro en el ámbito ibérico (Datos expuestos por Fernando Quesada Sanz “¿Jinetes o caballeros? En torno al empleo del caballo en la Edad de Hierro peninsular”. Madrid, 1997).
Es muy poco frecuente, por otra parte, encontrar guarniciones sin asociación con armas, lo que indica la íntima relación entre las dos categorías de objetos. Desde este punto de vista, es también significativo que en solamente un 6,6% del total de 700 tumbas ibéricas con armas aparezcan guarniciones de caballo, y que estas tumbas son, por término medio, las de una mayor riqueza y complejidad del ajuar funerario.
No se aprecia una variación importante a lo largo del tiempo, de forma que ni en las tumbas más tardías de Cabecico del Tesoro, que llegan hasta el siglo I aC, o en El Cigarralejo, se multiplican las guarniciones de montar según avanza el tiempo.
Los caballeros hispanos decoraban las guarniciones de sus monturas de una forma espectacular, a veces exagerada. En las pinturas sobre cerámica que se conservan se pueden observar unas ornamentaciones frontales prominentes, sujetadas a las riendas. Utilizaban diversas formas y tamaños y, posiblemente, muchos colores, generalmente basados en un pivote central de metal (hierro, bronce, y en el caso de nobles, plata) que aguantaba unos ornamentos en forma de flor, hechos de crines o fibras vegetales coloreadas.
Los iberos tenían unos conocimientos de doma muy avanzados, y entrenaban y montaban los caballos con gran maestría. Un ejercicio frecuente consistía en hacer que el caballo se arrodillara y permaneciera en silencio a una señal determinada de su dueño, con el objetivo de ser utilizado en el contexto de la guerrilla.
En la batalla, los caballeros desarrollaban el papel de “dragones”: desmontaban para luchar a pie al lado de la infantería en caso de emergencia. En otras ocasiones formaban un circulo con los caballos en el centro, probablemente para proteger los valiosos animales de cualquier ataque.
El armamento de los caballeros parece que no difería excesivamente del de los guerreros a pie, y estaba formado por lanzas y espadas. El escudo favorito de la caballería era el caetra, lo que hacía que el costado izquierdo del caballo no se pudiese utilizar.
El caballo en el arte ibérico.
No obstante, la escasez de bridas o espuelas halladas contrasta con la frecuencia con la que el caballo aparece representado en la iconografía. En los monumentos escultóricos antiguos, datables a principios del siglo V aC, como en Porcuna, Jaén, o en Los Villares, Albacete, la imagen del caballo se presenta con frecuencia y de forma destacada. En Los Villares, en forma de un caballero orgullosamente montado sobre el caballo que corona un túmulo funerario; en Porcuna la escena es bélica, pero, significativamente, un guerrero delante de su enemigo va a pie y conduce el caballo por las riendas; está combatiendo desmontado. En otras piezas, como el caballo de Casas de Juan Núñez, la excepcional calidad y cuidado en los detalles de las guarniciones, indica claramente la importancia de este animal, sin olvidar la existencia de santuarios dedicados a una divinidad de los caballos, como el de El Cigarralejo en Murcia y otros de la cuenca del Genil.
El caballo como símbolo de estatus.
En conjunto, la sensación que se tiene y que conforma la hipótesis de trabajo que suelen manejar historiadores militares y arqueólogos, es la de que entre el siglo VI aC y el III aC en el territorio ibérico el caballo era un símbolo importante de estatus, empleado con esta significación en los monumentos funerarios; un elemento tan importante, que, como hemos mencionado antes, incluso existía una divinidad de los caballos. No obstante, su uso se limitaría a los estamentos dominantes de la sociedad, quienes los exhibirían en los monumentos escultóricos colocados encima de sus tumbas. La existencia de una verdadera clase de hippeis o equites estaría, además, reflejada en la presencia de un número muy reducido de guarniciones de caballos en los ajuares funerarios de las tumbas más importantes.
No obstante, el mismo coste del animal, la misma importancia que la iconografía aristocrática le otorgaba, induce a que no habría una verdadera caballería como arma, es decir, no existiría un número suficiente de "caballeros" para forma unidades de jinetes.
A partir de finales del siglo III aC, con la entrada de la Península Ibérica en el marco de las Guerras Púnicas, se empieza a tener más fuentes de información. Por un lado, las escenas figuradas en las cerámicas del estilo de Líria presentan algún friso de guerreros a caballo que podrían indicar la presencia de una verdadera caballería. Por otro lado, las fuentes literarias que se refieren a la participación indígena como auxiliares de cartagineses y romanos o, poco más adelante, como oponentes de los mismos romanos, ya mencionan la presencia de considerables fuerzas de jinetes, como los trescientos ilergetas que dejó Aníbal como guarnición en Hispania antes de cruzar los Pirineos, o los 2.500 jinetes que, con 20.000 infantes, consiguieron reunir Indíbil y Mandonio de entre diversos pueblos coalicionados para enfrentarse a Roma el 206 aC, cifra que fue aumentando, según las fuentes literarias, especialmente Tito Livio, a unos 30.000 infantes y 4.000 jinetes en una nueva campaña al año siguiente. En estas mismas décadas, cartagineses y romanos habían reclutado contingentes auxiliares considerables, entre los que se describen numerosas tropas de caballería.
Por tanto, en base a estas fuentes literarias, a lo largo del siglo III aC se habían dado las condiciones para la aparición de suficientes caballos y jinetes para que los diversos pueblos pudiesen tener un número considerable de caballeros, y sus confederaciones llegasen a tener miles. Tal vez este proceso tuviese algo que ver con la descomposición de las antiguas monarquías sacras y aristocracias heroicas ibéricas características de los siglos VII-IV aC con la aparición de un número creciente de cortejos guerreros, a la manera de los hetaroi y devoti, y tal vez con una hipotética extensión de la ganadería caballar.
El otro supuesto es que la explosión de una verdadera caballería de jinetes, por oposición a los antiguos caballeros individuales de plena época ibérica, se debería, más que a un desarrollo interno, al impulso de las necesidades militares de cartagineses y romanos, que ya tenían su propia y sólida infantería, y que necesitaban infantería ligera y caballería. Este sería el caso más frecuente en adelante, cuando a medianos del siglo I aC Hispania se vio inmersa en las sucesivas guerras civiles romanas. Entonces, César y Pompeyo pudieron reclutar jinetes hispanos a miles, como por ejemplo los 3.000 reclutados el 48 aC por Q.Casius Longi. De todas formas, esta caballería entraría en el marco de la historia militar romana republicana.
A partir de las guerras púnicas.
En lo que se refiere a los pueblos del interior peninsular, la situación durante los siglos anteriores a la II Guerra Púnica es parecida a la descrita para el ámbito ibérico, aunque con una diferencia: los elementos iconográficos que permiten defender la existencia de una verdadera clase de "caballeros" propietarios en el mundo celtibérico son mucho menos frecuentes. En cambio, la proporción de tumbas con guarniciones de caballo, aun cuando tan escasa respecto al total de sepulturas como en el ámbito ibérico, es más elevada en relación al total de tumbas con armas. Efectivamente, en los dos ámbitos la proporción de tumbas con guarniciones es mínima, inferior al 3%; no obstante, mientras que en las zonas ibéricas solamente un 6,6% de las tumbas con armas tienen guarniciones -sobre una muestra analizada de 700 tumbas con armes- en la Meseta la proporción es del 21,4%, sobre una muestra de 322 tumbas.
Esto podría indicar la existencia de una cantidad suficiente de caballeros como para justificar la existencia de una "caballería" propiamente dicha. Asimismo, el número absoluto de tumbas con guarniciones es muy bajo, incluso inferior al del ámbito ibérico, por lo que los estudiosos consideran el dato inseguro. Como hipótesis de trabajo, se podría argumentar que la mayoría de jinetes no llevarían guarniciones metálicas, sino solamente cuerdas sencillas para guiar los caballos, a la manera de los númidas. No obstante, esta hipótesis no encaja con la composición de los ajuares conocidos, porque un hilo sencillo es de muy fácil fabricación, y ni siquiera necesita unas calidades de resistencia o de flexibilidad similares a las de una espada o de un puñal.
Si los iberos o los celtíberos no hubiesen podido fabricar bocados, tampoco habrían fabricado puntas de hierro, contentándose con estacas puntiagudas. Por tanto, las referencias de algunas fuentes referidas a celtíberos y lusitanos documentan una forma característica de combate propia de una "infantería montada" más que de una verdadera caballería, hasta el punto que Polibio menciona que los celtíberos llevaban una estaca de hierro para clavarla en el suelo y sujetar en ella los caballos en la retaguardia mientras luchaban a pie al lado de la infantería.
Jinetes de Hispania en las Legiones romanas.
A partir de la total anexión romana de Hispania, desde los tiempos de Augusto, es cuando las fuentes literarias romanas empiezan a insistir en la calidad de los caballos hispanos. No obstante, las referencias a reclutamientos de alae auxiliares de caballería en Hispania son comparativamente reducidas, y en cualquier caso las alae Asturum, Vettonum o Arevacorum pronto perderían su composición étnica original, una vez destinadas a la defensa de remotas fronteras del Imperio.
Hispania era rica en caballos salvajes, según se describe en textos romanos, duros, de gran belleza, i de un tamaño mediano. Estrabón y Poseidonios mencionan que, a menudo, iban montados por dos hombres durante largas distancias. Los caballeros usaban riendas y espuelas, pero no conocían ni los estribos ni la silla como tal. Cubrían los caballos con una especie de manta; un fragmento de estuco pintado, descubierto hace unos pocos años, muestra un caballero sentado sobre una piel de felino, probablemente de lince; el leopardo era desconocido en Hispania.
Durante el siglo IV aC, los celtíberos contribuirían notablemente a la caballería con la utilización del calzado para caballos, que más tarde sería seguido por los ejércitos romanos. Los ejemplares conocidos más antiguos provienen de necrópolis del centro de Hispania. Esta invención aumentó notablemente el potencial militar de la caballería, e influenció la organización de los ejércitos: en los hispánicos, la proporción de caballeros formados era entre el 20 y el 25% del total de fuerzas, a la manera cartaginesa, mientras que en Roma los ejércitos no contaban más que con un 10 a un 14% de caballería.
La necesidad que tenían los romanos de esta arma la compensaban generalmente con el reclutamiento de tropas auxiliares. Así, se conoce que Cayo Valerio Flaco, quien en el año 93 aC, según Apiano, había aniquilado 20.000 celtíberos y pasado a cuchillo la mayor parte de los habitantes de la población de Segeda, fue el encargado, como gobernador de la Citerior, de organizar una leva de indígenas para su envío urgente a la Península Itálica como complemento de las fuerzas romanas en guerra contra los itálicos.
Los jinetes condecorados en Ascoli.
No se conoce el volumen de esta leva, entre los que se incluirían los jinetes del escuadrón que se menciona en el bronce de Ascoli, pero que fueron “importados” lo prueba la mención que se hace en el documento de jinetes hispanos, en general, de los que la turma Sallvitana, por tanto, constituiría una muestra. Esta placa de bronce, en caracteres latinos, documenta la concesión de honores militares y la ciudadanía romana a un escuadrón de caballería compuesto íntegramente por jinetes hispanos, por su valeroso comportamiento durante el sitio de Asculum (Ascoli), una plaza fuerte de los rebeldes itálicos que se enfrentaron al estado romano durante la llamada Guerra Social, en el año 89 aC.
El bronce recoge un doble decreto de Cneo Pompeyo Strabo (ver Anexo), imperator, dictado en las afueras de Asculum en presencia de su consilium, el 17 de noviembre del año 89 aC. En el primer decreto, se concede la ciudadanía romana a treinta jinetes hispanos, componentes de la turma Sallvitana, por su valerosa conducta durante el sitio de la ciudad de Ascoli, “equites Hispanos cives Romanos fecit ex lege Iulia”. El segundo decreto les otorga, además, condecoraciones, dona militaria. El decreto menciona la concesión del cornicle y la pátera, torques, brazaletes y medallones, y doble ración de trigo.
Este escuadrón de jinetes hispanos debió tomar su nombre del oppidum de Saltuie que estaba situado, según Plínio en el lugar donde más tarde fue fundada la colonia de Caesaraugusta. Los nombres de sus treinta componentes aparecen mencionados en el bronce de acuerdo con sus comunidades de origen, una decena pertenecían a las tierras interiores de Cataluña y el valle medio del Ebro; por tanto, de los pueblos de los ausetanos, lacetanos, ilergetas y bascones.
En el aspecto militar, el bronce de Ascoli también evidencia la promoción de la población indígena del país; es la primera mención segura de milites hispanos fuera de la Península, y al servicio de Roma, aparte, naturalmente, de les tradicionales tropas auxiliares mercenarias, utilizadas por los griegos de Sicília, por los cartagineses, en gran cantidad en la expedición de Aníbal a la Península Itálica, y por los mismos romanos durante la conquista de Hispania.
El caballo como elemento sagrado.
Entre las actividades sociales y militares de los antiguos hispanos, el caballo adquirió una gran importancia; era honrado casi como una divinidad, y se le dedicaron santuarios, como el descubierto en Mula (Murcia), además de la considerable colección de esculturas que lo representan con sus guarniciones Otra fuente arqueológica que lo prueba es la cantidad de pinturas en vasos cerámicos decorados con escenas de caza y de guerra encontrados, entre otros yacimientos, en la antigua Líria, en Valencia. Una fuente adicional la constituyen los ex-votos de bronce hallados en algunos santuarios de Andalucía, que generalmente representan guerreros montados en actitud, supuestamente, de oración.
Las unidades de caballería.
Los hispanos hacían un uso excepcional de la caballería en sus campañas, no solamente en suelo hispánico, sino también en los servicios mercenarios que a lo largo del tiempo prestaron a diversos ejércitos (griegos, cartagineses, romanos...). Un buen ejemplo de su eficacia lo constituyen las campañas de Aníbal, durante las cuales su ejército incluía numerosos contingentes de caballería hispánica.
A pesar de estas referencias, no parece que en las campañas en Hispania participasen grupos de caballería hasta el siglo V aC, entendidas como unidades de combate, sino que los caballos se limitarían a servir a los nobles que los disponían, de medio de transporte hasta el campo de batalla. De hecho, hasta el siglo III aC no se puede hablar de unidades de caballería debidamente formadas.
Cumplían no solamente el tradicional papel de distracción del enemigo con ataques periféricos de la caballería ligera, sino que también demostraron ser capaces de derrotar a la mejor caballería romana cuando eran conducidos por hábiles comandantes. Poseidonios, que escribió sobre la caballería hispánica, los consideraba superiores a los númidas [R. Treviño “Romes Enemies (4): Spanish Armies 218 BC-18 BC)].
A pesar de todo, nada hace suponer que los pueblos hispanos dispusieran de verdaderas unidades de caballería, con un sistema organizativo, táctico e incluso logístico propio y diferenciado del resto del ejército. En realidad, en la época inicial, se trataría de una "infantería montada", en la que los guerreros que podían costearse el mantenimiento de un caballo lo utilizaban exclusivamente como medio cómodo y distinguido de transporte hasta el campo de batalla. Esta forma de combatir estaba falta de la gran ventaja de la caballería: la superioridad psicológica respecto a un enemigo a pie, el estruendo de una unidad de caballería lanzada al galope, la altura del jinete, que compensa la su inferior estabilidad, y también la capacidad de retirarse a gran velocidad si las circunstancias así lo aconsejaban.
Las guarniciones de los caballos.
En el ámbito ibérico, llama la atención la escasez de hallazgos de bridas de caballos y espuelas en las tumbas. En una necrópolis tan importante como es la de Cabezo Lucero, no se ha encontrado ni una sola guarnición de caballo ni espuelas, cuando más de la mitad de las tumbas contienen armas. Esta escasez se mantiene en otros lugares como Los Villares, en Albacete, o en Galera, Granada. La misma situación se da en otros yacimientos importantes más tardíos, como la Serreta de Alcoi, donde en cerca de un centenar de tumbas no se encontrado ninguna brida y solamente alguna espuela, o Cabecico del Tesoro en Murcia, con 600 tumbas, ninguna brida seguro y, también, solamente alguna espuela.
Entre el medio millar de sepulturas de El Cigarralejo, tampoco se han hallado apenas guarniciones, que se limitan a siete bridas y alguna espuela en un 2,8% del total de las sepulturas; en el conjunto de Almedinilla, en Córdoba, donde se han perdido las asociaciones, hay un panorama parecido. En conjunto, y a título indicativo, bridas y espuelas suponen solamente un total del 4,5% de las armas, en el sentido más amplio de la Edad del Hierro en el ámbito ibérico (Datos expuestos por Fernando Quesada Sanz “¿Jinetes o caballeros? En torno al empleo del caballo en la Edad de Hierro peninsular”. Madrid, 1997).
Es muy poco frecuente, por otra parte, encontrar guarniciones sin asociación con armas, lo que indica la íntima relación entre las dos categorías de objetos. Desde este punto de vista, es también significativo que en solamente un 6,6% del total de 700 tumbas ibéricas con armas aparezcan guarniciones de caballo, y que estas tumbas son, por término medio, las de una mayor riqueza y complejidad del ajuar funerario.
No se aprecia una variación importante a lo largo del tiempo, de forma que ni en las tumbas más tardías de Cabecico del Tesoro, que llegan hasta el siglo I aC, o en El Cigarralejo, se multiplican las guarniciones de montar según avanza el tiempo.
Los caballeros hispanos decoraban las guarniciones de sus monturas de una forma espectacular, a veces exagerada. En las pinturas sobre cerámica que se conservan se pueden observar unas ornamentaciones frontales prominentes, sujetadas a las riendas. Utilizaban diversas formas y tamaños y, posiblemente, muchos colores, generalmente basados en un pivote central de metal (hierro, bronce, y en el caso de nobles, plata) que aguantaba unos ornamentos en forma de flor, hechos de crines o fibras vegetales coloreadas.
Los iberos tenían unos conocimientos de doma muy avanzados, y entrenaban y montaban los caballos con gran maestría. Un ejercicio frecuente consistía en hacer que el caballo se arrodillara y permaneciera en silencio a una señal determinada de su dueño, con el objetivo de ser utilizado en el contexto de la guerrilla.
En la batalla, los caballeros desarrollaban el papel de “dragones”: desmontaban para luchar a pie al lado de la infantería en caso de emergencia. En otras ocasiones formaban un circulo con los caballos en el centro, probablemente para proteger los valiosos animales de cualquier ataque.
El armamento de los caballeros parece que no difería excesivamente del de los guerreros a pie, y estaba formado por lanzas y espadas. El escudo favorito de la caballería era el caetra, lo que hacía que el costado izquierdo del caballo no se pudiese utilizar.
El caballo en el arte ibérico.
No obstante, la escasez de bridas o espuelas halladas contrasta con la frecuencia con la que el caballo aparece representado en la iconografía. En los monumentos escultóricos antiguos, datables a principios del siglo V aC, como en Porcuna, Jaén, o en Los Villares, Albacete, la imagen del caballo se presenta con frecuencia y de forma destacada. En Los Villares, en forma de un caballero orgullosamente montado sobre el caballo que corona un túmulo funerario; en Porcuna la escena es bélica, pero, significativamente, un guerrero delante de su enemigo va a pie y conduce el caballo por las riendas; está combatiendo desmontado. En otras piezas, como el caballo de Casas de Juan Núñez, la excepcional calidad y cuidado en los detalles de las guarniciones, indica claramente la importancia de este animal, sin olvidar la existencia de santuarios dedicados a una divinidad de los caballos, como el de El Cigarralejo en Murcia y otros de la cuenca del Genil.
El caballo como símbolo de estatus.
En conjunto, la sensación que se tiene y que conforma la hipótesis de trabajo que suelen manejar historiadores militares y arqueólogos, es la de que entre el siglo VI aC y el III aC en el territorio ibérico el caballo era un símbolo importante de estatus, empleado con esta significación en los monumentos funerarios; un elemento tan importante, que, como hemos mencionado antes, incluso existía una divinidad de los caballos. No obstante, su uso se limitaría a los estamentos dominantes de la sociedad, quienes los exhibirían en los monumentos escultóricos colocados encima de sus tumbas. La existencia de una verdadera clase de hippeis o equites estaría, además, reflejada en la presencia de un número muy reducido de guarniciones de caballos en los ajuares funerarios de las tumbas más importantes.
No obstante, el mismo coste del animal, la misma importancia que la iconografía aristocrática le otorgaba, induce a que no habría una verdadera caballería como arma, es decir, no existiría un número suficiente de "caballeros" para forma unidades de jinetes.
A partir de finales del siglo III aC, con la entrada de la Península Ibérica en el marco de las Guerras Púnicas, se empieza a tener más fuentes de información. Por un lado, las escenas figuradas en las cerámicas del estilo de Líria presentan algún friso de guerreros a caballo que podrían indicar la presencia de una verdadera caballería. Por otro lado, las fuentes literarias que se refieren a la participación indígena como auxiliares de cartagineses y romanos o, poco más adelante, como oponentes de los mismos romanos, ya mencionan la presencia de considerables fuerzas de jinetes, como los trescientos ilergetas que dejó Aníbal como guarnición en Hispania antes de cruzar los Pirineos, o los 2.500 jinetes que, con 20.000 infantes, consiguieron reunir Indíbil y Mandonio de entre diversos pueblos coalicionados para enfrentarse a Roma el 206 aC, cifra que fue aumentando, según las fuentes literarias, especialmente Tito Livio, a unos 30.000 infantes y 4.000 jinetes en una nueva campaña al año siguiente. En estas mismas décadas, cartagineses y romanos habían reclutado contingentes auxiliares considerables, entre los que se describen numerosas tropas de caballería.
Por tanto, en base a estas fuentes literarias, a lo largo del siglo III aC se habían dado las condiciones para la aparición de suficientes caballos y jinetes para que los diversos pueblos pudiesen tener un número considerable de caballeros, y sus confederaciones llegasen a tener miles. Tal vez este proceso tuviese algo que ver con la descomposición de las antiguas monarquías sacras y aristocracias heroicas ibéricas características de los siglos VII-IV aC con la aparición de un número creciente de cortejos guerreros, a la manera de los hetaroi y devoti, y tal vez con una hipotética extensión de la ganadería caballar.
El otro supuesto es que la explosión de una verdadera caballería de jinetes, por oposición a los antiguos caballeros individuales de plena época ibérica, se debería, más que a un desarrollo interno, al impulso de las necesidades militares de cartagineses y romanos, que ya tenían su propia y sólida infantería, y que necesitaban infantería ligera y caballería. Este sería el caso más frecuente en adelante, cuando a medianos del siglo I aC Hispania se vio inmersa en las sucesivas guerras civiles romanas. Entonces, César y Pompeyo pudieron reclutar jinetes hispanos a miles, como por ejemplo los 3.000 reclutados el 48 aC por Q.Casius Longi. De todas formas, esta caballería entraría en el marco de la historia militar romana republicana.
A partir de las guerras púnicas.
En lo que se refiere a los pueblos del interior peninsular, la situación durante los siglos anteriores a la II Guerra Púnica es parecida a la descrita para el ámbito ibérico, aunque con una diferencia: los elementos iconográficos que permiten defender la existencia de una verdadera clase de "caballeros" propietarios en el mundo celtibérico son mucho menos frecuentes. En cambio, la proporción de tumbas con guarniciones de caballo, aun cuando tan escasa respecto al total de sepulturas como en el ámbito ibérico, es más elevada en relación al total de tumbas con armas. Efectivamente, en los dos ámbitos la proporción de tumbas con guarniciones es mínima, inferior al 3%; no obstante, mientras que en las zonas ibéricas solamente un 6,6% de las tumbas con armas tienen guarniciones -sobre una muestra analizada de 700 tumbas con armes- en la Meseta la proporción es del 21,4%, sobre una muestra de 322 tumbas.
Esto podría indicar la existencia de una cantidad suficiente de caballeros como para justificar la existencia de una "caballería" propiamente dicha. Asimismo, el número absoluto de tumbas con guarniciones es muy bajo, incluso inferior al del ámbito ibérico, por lo que los estudiosos consideran el dato inseguro. Como hipótesis de trabajo, se podría argumentar que la mayoría de jinetes no llevarían guarniciones metálicas, sino solamente cuerdas sencillas para guiar los caballos, a la manera de los númidas. No obstante, esta hipótesis no encaja con la composición de los ajuares conocidos, porque un hilo sencillo es de muy fácil fabricación, y ni siquiera necesita unas calidades de resistencia o de flexibilidad similares a las de una espada o de un puñal.
Si los iberos o los celtíberos no hubiesen podido fabricar bocados, tampoco habrían fabricado puntas de hierro, contentándose con estacas puntiagudas. Por tanto, las referencias de algunas fuentes referidas a celtíberos y lusitanos documentan una forma característica de combate propia de una "infantería montada" más que de una verdadera caballería, hasta el punto que Polibio menciona que los celtíberos llevaban una estaca de hierro para clavarla en el suelo y sujetar en ella los caballos en la retaguardia mientras luchaban a pie al lado de la infantería.
Jinetes de Hispania en las Legiones romanas.
A partir de la total anexión romana de Hispania, desde los tiempos de Augusto, es cuando las fuentes literarias romanas empiezan a insistir en la calidad de los caballos hispanos. No obstante, las referencias a reclutamientos de alae auxiliares de caballería en Hispania son comparativamente reducidas, y en cualquier caso las alae Asturum, Vettonum o Arevacorum pronto perderían su composición étnica original, una vez destinadas a la defensa de remotas fronteras del Imperio.
Hispania era rica en caballos salvajes, según se describe en textos romanos, duros, de gran belleza, i de un tamaño mediano. Estrabón y Poseidonios mencionan que, a menudo, iban montados por dos hombres durante largas distancias. Los caballeros usaban riendas y espuelas, pero no conocían ni los estribos ni la silla como tal. Cubrían los caballos con una especie de manta; un fragmento de estuco pintado, descubierto hace unos pocos años, muestra un caballero sentado sobre una piel de felino, probablemente de lince; el leopardo era desconocido en Hispania.
Durante el siglo IV aC, los celtíberos contribuirían notablemente a la caballería con la utilización del calzado para caballos, que más tarde sería seguido por los ejércitos romanos. Los ejemplares conocidos más antiguos provienen de necrópolis del centro de Hispania. Esta invención aumentó notablemente el potencial militar de la caballería, e influenció la organización de los ejércitos: en los hispánicos, la proporción de caballeros formados era entre el 20 y el 25% del total de fuerzas, a la manera cartaginesa, mientras que en Roma los ejércitos no contaban más que con un 10 a un 14% de caballería.
La necesidad que tenían los romanos de esta arma la compensaban generalmente con el reclutamiento de tropas auxiliares. Así, se conoce que Cayo Valerio Flaco, quien en el año 93 aC, según Apiano, había aniquilado 20.000 celtíberos y pasado a cuchillo la mayor parte de los habitantes de la población de Segeda, fue el encargado, como gobernador de la Citerior, de organizar una leva de indígenas para su envío urgente a la Península Itálica como complemento de las fuerzas romanas en guerra contra los itálicos.
Los jinetes condecorados en Ascoli.
No se conoce el volumen de esta leva, entre los que se incluirían los jinetes del escuadrón que se menciona en el bronce de Ascoli, pero que fueron “importados” lo prueba la mención que se hace en el documento de jinetes hispanos, en general, de los que la turma Sallvitana, por tanto, constituiría una muestra. Esta placa de bronce, en caracteres latinos, documenta la concesión de honores militares y la ciudadanía romana a un escuadrón de caballería compuesto íntegramente por jinetes hispanos, por su valeroso comportamiento durante el sitio de Asculum (Ascoli), una plaza fuerte de los rebeldes itálicos que se enfrentaron al estado romano durante la llamada Guerra Social, en el año 89 aC.
El bronce recoge un doble decreto de Cneo Pompeyo Strabo (ver Anexo), imperator, dictado en las afueras de Asculum en presencia de su consilium, el 17 de noviembre del año 89 aC. En el primer decreto, se concede la ciudadanía romana a treinta jinetes hispanos, componentes de la turma Sallvitana, por su valerosa conducta durante el sitio de la ciudad de Ascoli, “equites Hispanos cives Romanos fecit ex lege Iulia”. El segundo decreto les otorga, además, condecoraciones, dona militaria. El decreto menciona la concesión del cornicle y la pátera, torques, brazaletes y medallones, y doble ración de trigo.
Este escuadrón de jinetes hispanos debió tomar su nombre del oppidum de Saltuie que estaba situado, según Plínio en el lugar donde más tarde fue fundada la colonia de Caesaraugusta. Los nombres de sus treinta componentes aparecen mencionados en el bronce de acuerdo con sus comunidades de origen, una decena pertenecían a las tierras interiores de Cataluña y el valle medio del Ebro; por tanto, de los pueblos de los ausetanos, lacetanos, ilergetas y bascones.
En el aspecto militar, el bronce de Ascoli también evidencia la promoción de la población indígena del país; es la primera mención segura de milites hispanos fuera de la Península, y al servicio de Roma, aparte, naturalmente, de les tradicionales tropas auxiliares mercenarias, utilizadas por los griegos de Sicília, por los cartagineses, en gran cantidad en la expedición de Aníbal a la Península Itálica, y por los mismos romanos durante la conquista de Hispania.
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