La guerra por un lado, y el alcohol -en general- y el vino -en concreto- aparecen asociados constantemente en la iconografía y las fuentes literarias antiguas. Este artículo lo comenzábamos con un Platón (Ep. VII, 348a) que asociaba, casi de forma automática, la idea de que los bárbaros eran belicosos con la de que bebían el vino puro. Pero incluso entre los helenos, como antes entre los asirios, y luego entre los romanos, los etruscos o los galos, los valores aristocráticos incluían, junto a otras actividades como la caza, el gusto por el uso de las armas y el vino, incluso asociados. Esto es manifiesto en la iconografía o en las fuentes literarias griegas, como lo había sido en los relieves de Assurbanipal, cuyo relieve 'del banquete' de Nínive, ya citado, no era sino parte de un programa iconográfico completo que manifestaba el poder real mediante escenas de caza, de guerra o de descanso. El texto biblico sobre Sansón definido por Burkert como más cercano al simposio griego narra igualmente un episodio que comienza con un banquete, sigue con una competición, continúa con la amenaza de violencia y termina con una matanza. Plutarco cuenta cómo Emililo Paulo, el vencedor de Macedonia, consideraba que la organización de una batalla y la de un banquete tenían mucho en común.
Con todo, el mejor ejemplo sigue siendo el griego, hasta el punto de que uno de los más insistentes y perspicaces estudiosos del symposion ha podido dedicar un trabajo completo a las relaciones entre el uso social del alcohol y la existencia de un ethos militar.
Todo lo que sabemos sobre la organización social del mundo Ibérico nos autoriza a pensar que la misma asociación de valores intrinsecamente aristocráticos (guerra, caza, bebida...) típica de los pueblos circunmediterráneos antiguos -y casi, se podría decir, de todos los grupos aristocráticos que en el mundo han sido- era característica también de los grupos dirigentes en la Cultura Ibérica, sobre todo a partir de principios del s. V a.C. cuando los ajuares funerarios se llenan de armas, en lo que ha sido interpretado como el cambio de un tipo de élites sacras de tipo oriental a un nuevo modelo más militarizado. Puesto que tenemos numerosas fuentes explícitas sobre la importancia de las armas, la caza o la guerra para los Iberos, y también sobre la importancia social del banquete y la bebida, estamos autorizados para pensar que la bebida, el banquete y el ethos militar eran también elementos e instituciones asociadas en la belicosa aristocracia ibera de los ss. V-III a.C., según el modelo de consumo de vino delineado para esta época en el Apdo. III.A.
Además, en los ajuares funerarios ibéricos los elementos de prestigio más frecuentes y destacados son las armas y la cerámica ática, y dentro de ésta, crateras y copas destinadas en principio a beber vino. Si los ajuares funerarios reflejan en la cultura ibérica, como creemos, muchos de los valores de la sociedad de los vivos, la constante de asociación de armas y elementos de bebida ha de ser significativa.
Por otro lado, la existencia entre los iberos y celtíberos de instituciones de dependencia personal del tipo de la devotio, que tienen aparejadas importantes consecuencias personales en el campo de batalla, nos lleva a recordar que en el sistema homérico el basileus creaba, mediante recursos como los grandes banquetes que generaban una obligación, grupos de hetairoi obligados a seguirle en empresas militares, desde razzias para capturar ganado a expediciones militares formales. Desde luego las obligaciones contraídas entre el jefe y sus seguidores no se originaban exclusivamente en los grandes banquetes, pero éstos sí eran un componente importante. No pretendemos, por supuesto, establecer ningún tipo de relación genética entre ambos fenómenos, ni tampoco comparar el sacrificio personal jurado de tipo religioso de los devoti, con las obligaciones militares de los hetairoi, pero sí apuntar que en la devotio militar ibérica pudieron establecerse, como un elemento más de la cadena de relaciones, instituciones de tipo simpótico en algún modo similares, aunque no tenemos datos concretos en Iberia para apuntalar esta idea que debe permanecer especulativa. Sólo en la narración de la boda de Viriato, Diodoro nos cuenta que el lusitano repartió pan y carne entre sus acompañantes, pero esto no debe tomarse como un indicio de devotio sino de la liberalidad necesaria en el banquete de bodas de un jefe importante.
En consecuencia, quizá sea posible pensar en un uso en Iberia del banquete -no sólo del vino, y por ahora no del consumo de vino como institución ritualizada independiente- como un modo entre otros de vincular a guerreros con sus jefes a un nivel personal (por ejemplo los seguidores de Viriato en su boda) o más institucionalizado en las diferentes entidades políticas del mundo ibérico. En cambio, nada nos autoriza a pensar en instituciones cotidianas de comida militar en común (syssition), que serían propias de un régimen militar y social próximo al sistema político.
Un caso partícular que nos gustaría recordar es el la la conocida crátera del 'desfile militar' del Cigarralejo (FIG. 14), en la que parecen asociarse muchos de los elementos que venimos discutiendo: se trata de una imitación de cratera de campana hallada en contexto funerario pero fuera de tumba, en la que se representa una especie de danza o desfile de guerreros armados que se mueven al ritmo de una doble flauta y un instrumento de cuerda. Vino y música son elementos asociados en el symposion griego, así como, según se ha visto, la presencia de armas colgadas en las paredes. Sin embargo, aquí la escena es diferente, porque los guerreros van armados. El conjunto nos recuerda más bien a la descripción que hacen Posidonio-a través de Ateneo- y Diodoro de los banquetes celtas en los que los guerreros acudían armados y bebían hasta la extenuación, a veces llevando a cabo duelos simulados o reales. Nos preguntamos si no estaremos aquí ante uno de esos "vasos de encargo" (en definición de R. Olmos), que en este caso estaría asociado a la celebración de una ceremonia que incluyera un banquete y danzas armadas al son de la música, vaso que finalmente acabaría siendo utilizado en un contexto funerario, quizá a la muerte del comanditario. Es posible también que algunos de los grandes dinoi (FIG. 15) de Liria,hallados en un contexto ritual y decorados con escenas de duelos y danzas guerreras, reflejen un ambiente similar en que ritual, musica y bebida se engarcen, y que por tanto su forma de recipiente -lebes- refleje un uso real en ceremonias.
En otro orden de cosas, hay una serie de fuentes que nos autorizan a pensar que el uso -y quizá abuso- del alcohol antes del combate era común en Iberia. Las terribles cargas de galos e iberos, que tanto impresionaron a los romanos, pudieron haber estado inspiradas por un frenesí tanto emocional como etílico; ambas cosas podían, de hecho, ir juntas. Esta asociación de alcohol y violencia sería si se quiere más 'democrática' o mas ampliamente comunitaria que la asociación de vino y aristocracia, porque afectaría a todo el cuerpo social de guerreros. No disponemos de fuentes literarias que aludan directamente a la práctica entre los iberos de beber antes de luchar, pero sí contamos con ellas para tropas mercenarias contratadas en el s. IV a.C.por los griegos de Sicilia entre las que sabemos positivamente que había iberos. Mucho más adelante en el tiempo, sabemos que al menos los numantinos se emborracharon -en este caso con cerveza- antes de uno de sus últimos y desesperados ataques contra el dogal de fortificaciones tendido por Escipión en 133 a.C.
Cabría pensar que en ambos casos nos encontremos ante una situación excepcional, dado el tono 'sacrificial' con que Floro nos describe el segundo de los episodios citados, y la desesperación de Dionisio II en su ataque a Siracusa; pero sin embargo contamos con suficientes datos comparativos como para pensar que un cierto grado de intoxicación de algún tipo -cerveza, vino u otras sustancias- previa al combate era común. Hay otros datos, además de los que acabamos de citar, sobre sobre la afición de los mercenarios al vino entre los antiguos pueblos de Iberia, sobre todo entre aquellos no acostumbrados al vino en su tierra de origen, como en el conocido texto de Diodoro alusivo a la forma en que los mercenarios baleares gastaban sus pagas. También Polibio alude al abuso del vino entre los mercenarios sublevados contra Cartago durante la 'Guerra inexpiable', aunque de nuevo aquí podría argumentarse que nos encontramos en un caso excepcional de ruptura completa de disciplina.
Sin embargo, se conservan suficientes datos como para saber que la bebida ha sido a lo largo de la Historia una práctica frecuente antes del combate. Así por ejemplo, el magnífico estudio de Hanson sobre la guerra en la antigua Grecia puede dedicar todo un capítulo a este tema, y concluir: "Did ancient Greek soldiers march into battle drunk? The most likely answer is 'almost'". Cuando los Atenienses acorralaron en Esfacteria, durante la guerra del Peloponeso, a un pequeño contingente espartano, se acordó una tregua temporal mientras se discutía una rendición; para evitar la muerte por inanición de los espartanos los atenienses decidieron entretranto permitir que se enviara a los cercados una serie de raciones, que incluían más de medio litro de vino por cabeza y día. Como no cabe pensar que los atenienses se mostraran especialmente generosos, parece que la cantidad era un mínimo para el consumo normal. Que caer en cierta ebriedad era posible incluso en los espartanos se desprende de un texto de Jenofonte que narra como a los jóvenes que comian en común en Esparta se les prohibía regresar a sus casas o hacer sus guardias a la luz de antorchas, lo que les obligaba a "preocuparse de no caer bajo los efectos del vino".El uso de bebidas alcohólicas como medio de enardecer a las tropas, de mitigar la tensión, e incluso de ayudar a dormir, ha sido uno de los elementos constantes en la historia de la guerra. No hay que olvidar, sin embargo, y para la dieta anterior al s. XX, que el vino ha sido una importante fuente de calorías, aunque su contenido en proteinas sea escaso. Dado que por numerosas fuentes sabemos del valor nutricional y simbólico del vino para los griegos, resulta extraño el poco espacio que le concede Engels en comparación con el agua. En el ejército romano incluso la ración de campaña incluía vino, con la única limitación de que no se bebía vino de cosecha (vinum) sino un vino de baja calidad (acetum) que se mezclaba con agua para fabricar posca. Vegecio considera que debía cuidarse el aprovisionamiento, y entre las necesidades básicas incluía el vino, que de todos modos a menudo era de buena calidad, al menos en campamentos. Papiros egipcios tardíos nos informan de que un soldado romano recibía diariamente en torno a 600 gr. de carne, un kilo de pan, un litro de vino y algo de aceite al día, lo que es, en verdad, una dieta pantagruelica. El vino suponía de media una cuarta parte de la ración diaria de calorías en la marina española en el s. XVII, de modo que su valor nutricional no debe minimizarse. Según G. Parker, durante los ss. XVI-XVII la ración diaria de las tropas dé los ejércitos europeos estaba establecida en torno a medio kilo de carne, queso o pescado, 750 gr. de pan y 6 cuartillos de cerveza (3 litros aproximadamente) o 3 de vino (en torno a 1,5 litros), mientras que en la marina española de ese periodo se disponía de aproximadamente un litro de vino diario, aunque si por alguna razón se embarcaba en un barco sidra o cerveza en lugar de vino, la ración diaria era de un azumbre, algo más de dos litros. Hoy se considera que la necesidad media calórica para un soldado en activo es de unas 3.600 calorías por día, lo que se compara bien con las aproximadamente 3.900 asignadas a un marino del s. XVII según los cálculos de Phillips.
En todo caso, la lista de referencias alcohólicas militares es interminable: se bebió en las horas previas a la batalla de Hastings en 1066, y en Azincourt en 1415. Antes de atacar en Austerlitz, las divisiones francesas recibieron una ración triple de alcohol, aproximadamente un cuarto de litro de fuerte licor. Se bebía ron en el Somme en 1916, y vodka en Rusia en 1944.
Y un rasgo común en estos casos es el sentido de comunidad, de unión del grupo, que causa la bebida en común ante la tensión del peligro inminente; la pequeña unidad de todas las épocas, el syssition, el contubernium, o el pelotón que come y bebe junto, combatirá mejor como grupo, según reconocen los psicólogos modernos. Si, como ocurría entre los espartanos o con los anglo-sajones del s. X d.C., el grupo ya banqueteaba y bebía junto en tiempo de paz, el grado de cohesión alcanzado sería mucho mayor. Todavía en Vietnam se asistía a una suerte de symposium militar iniciático entre los soldados americanos. Durante la Segunda Guerra Mundial, incluso en unidades donde los morigerados oficiales superiores eran abstemios y desaprobaban el alcohol, la bebida e incluso la fermentación y destilado ilícitos eran frecuentes.
En épocas más recientes, tonificantes como el tradicional ron británico han llegado a ser sustituidos por compuestos químicos destinados a esconder la fatiga, como las anfetaminas suministradas en cantidades ingentes a las tropas aliadas en 1944-45. Sin embargo, el uso de alucinógenos y drogas se remonta mucho en el tiempo, a menudo asociados a la guerra, pero también, y sobre todo, a cermonias ritualizadas de diferente tipo. Sin embargo, y como ha señalado Murray, el vino, a diferencia de las drogas que tienden a aislar al individuo, crea compañerismo; sean cuales sean los efectos del exceso, siempre y hasta hoy se ha considerado que el acto de beber en compañía es agradable y social. Por ello cabe decir con cierta confianza que la bebida en solitario es algo casi desconocido en la mayoría de las sociedades, de modo que podemos pensar con confianza que el Iberia también el vino era -fuera su consumo privado o público- un acto colectivo (vid supra Apdo.III.A).
En realidad, no hay por qué disociar las dos facetas de la relación que hemos descrito entre vino y guerreros (la aristocrática-restringida y la comunal-guerrera en el campo de batalla). Por un lado, todo indica que entre los iberos sólo los hombres libres tendrían derecho a empuñar las armas, y quienes pudieran participar en banquetes funerarios o en 'feasts of merit' de otro tipo no serían exclusivamente los aristócratas dominantes -aunque ellos serían los primeros y durante algún tiempo los únicos en disfrutar de novedades como vino en vez de cerveza o vajilla ática. De hecho, tenemos datos arqueológicos y documentales para creer que, como en Numancia o quizá en el Castro de Capote, todos los hombres en peligro ser reunirían en común para comer y luego luchar, aunque los jefes dispusieran de lugares 'de honor'. Por tanto, aquellos que emplearan el vino o la cerveza en banquetes de cualquier tipo y en ofrendas funerarias más o menos espectaculares o masivas serían quienes tuvieran derecho y deber de empleo de las armas. Quienes utilizaran el vino colectivamente en ceremonias privadas (fueran banquetes de bodas o funerales) o en ceremonias públicas (que no estatales), como determinadas ocasiones en las que todo el conjunto social participara, serían quienes, en los endémicos conflictos entre diferentes unidades políticas, se entonarían con vino antes de cantar su peán.
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