El mundo del banquete funerario es sólo una parte del conjunto total de usos sociales posibles del vino, y por tanto puede proporcionarnos una visión sesgada, pero con todo sigue siendo nuestra fuente principal. Como se ha visto (Apdos. II.C y II.D.), los datos de los depósitos de ofrendas de Los Villares, y la cerámica ática en ajuares funerarios son nuestra principal fuente arqueológica, dado que la cerámica griega aparece en mucha menor proporción en contextos de poblado.
La primera pregunta que debemos plantearnos es si los objetos depositados en el conjunto 25 y en la tumba 20 de Los Villares responden a silicernia, esto es, a los restos de un banquete funerario celebrado no tras el entierro y en casa del difunto al modo del perideipnon griego, sino al modo romano; o si responden a un ritual de libación y ofrenda en torno al difunto (del que los vivos podían o no participar bebiendo); o si los objetos fueron simplemente depositados y quemados, sin haber sido previamente utilizados para beber.
La ausencia de huesos de animales, por un lado, y la aparición de otros objetos como joyas, láminas de plomo, punzones, escarabeos y cajas de madera y marfil parece indicar que, si hubo un banquete, se depositaron sólo los vasos de beber pero no los de comer, ni los huesos, y que además se añadieron objetos no asociados al mismo. Por otro lado, no parece probable que las altas concentraciones de vasos de beber sean exclusivamente ofrendas funerarias depositadas fuera del ajuar. En consecuencia, a nuestro modo de ver, parece prudente emplear el término más aséptico de "depósito de ofrendas", y postular un rito en el que interviniera la bebida y no la comida, quizá en forma de libaciones sobre una hoguera, seguido de la destrucción de los vasos y otros objetos en ese mismo espacio.
Paradójicamente, aunque no podamos hallar nada más lejano al symposion griego, esta forma de actuar se aproxima, más que la celebración de un hipotético perideipnon en el propio cementerio, a la práctica griega del periodo arcaico de disponer las llamadas "offering places" y "offering ditches" separadas del ajuar. En dichos depósitos se disponían ofendas y ocasionalmente animales quemados -no cocinados- que se destruían y quemaban en honor del muerto, tras apagar con vino la pira -y no sólo en el ritual homérico. A veces esos depósitos aparecen en Grecia bajo los túmulos, lo que indica que tales depósitos constituían el climax del funeral y antecedían al definitivo sellado de la tumba. Las choai o libaciones constituían en época arcaica y clásica los elementos más habituales en los rituales postdeposicionales inmediatos y diferidos. Llama además la atención la presencia de ungüentarios para perfumes en los dos depósitos de ofrendas, porque en efecto el perfume era elemento insustituible y presente en Grecia, tanto en el symposion y otro tipo de banquetes, como en el ajuar funerario, como acertadamente ha sabido ver el excavador. La presencia de una escena de banquete en una de las plaquitas de marfil de las cajas puede, sin embargo, ser intencionada o simplemente una de las varias escenas de dichas cajitas probablemente etruscas, que reflejaban los gustos de aquella aristocracia, sin que su aparición en Iberia permita hablar de symposion reclinado.
Creemos, sin embargo, que tampoco debe hacerse demasiado de estos aparentes rasgos de 'helenización': no estamos ante un ritual griego, sino ante uno ibérico en el que se emplean como objetos de lujo vasos griegos; y la práctica de libaciones, sacrificios y ofrendas es casi universal en los rituales mediterráneos antiguos. Además, otros rasgos nos alejan sustancialmente del ambiente 'helenizante'. Por ejemplo, las choes de los Villares pertenecen, como bien han visto sus excavadores, a un tipo característico de tumbas infantiles. Este tipo de objeto -y más por triplicado- no tiene ningún sentido 'helénico' en el contexto del depósito de Los Villares, a no ser que el difunto enterrado bajo una escultura ecuestre en el túmulo 20 fuera un niño de corta edad, menor de tres años. En cambio, si estas jarritas no fueran comprendidas por los ibéricos que las emplearon, si éstos vieran en ellas simplemente objetos exóticos de comercio, sin las concretas connotaciones culturales que tendrían para un griego, entonces su aparición se entiende mejor. En este contexto hemos de recordar el texto del Pseudo Escílax según el cual los fenicios comerciaban en el Norte de Africa con ungüentos, vajilla ática y, específicamente, choes.
Si los depósitos de ofrendas de Los Villares reflejan libaciones y/o potaciones en las que cada persona usaba un recipiente (escifo, cílica...), debemos concluir que el número de participantes era reducido, en torno a 25-35 personas a lo sumo, aunque quizá no todos los asistentes participaran en este rito concreto; o quizá la asistencia era mucho mayor o mucho menor, y simplemente se depositó y quemó un lote de vasos y objetos que se considerara lo suficientemente lujoso y rico, o que hubiera pertenecido al difunto. Es difícil responder a estas preguntas.
En cuanto a la cerámica ática acumulada en los ajuares -no en depósitos de ofrendas- de bastantes tumbas ibéricas, relativamente rara en el s. Va.C. pero mucho más frecuente en el s. IV a.C., se ha propuesto en varias ocasiones que la función original de los vasos griegos se perdería por completo al pasar a sus destinatarios iberos, y que quizá muchos de ellos se utilizaran exclusivamente como objetos de prestigio en ofrendas funerarias. Sin embargo, conjuntos como los ajuares tardíos de la fase III de Los Villares de Albacete, o los de la Quéjola (con copas Castulo en las habitaciones de las ánforas) parecen indicar que, al menos en determinadas ocasiones, las copas se emplearon para beber y/o libar vino -puro-, cerveza u otros líquidos, sin que ello implique la transmisión de un 'simposio'. Si esto ocurre con las copas, puede plantearse la posibilidad de que lo mismo ocurriera con algunas crateras, aunque habitualmente se documenten como urnas cinerarias. En un contexto cultural en que no se mezclaba el vino con agua, quizá el pequeño tamaño de las crateras de campana no fuera un obstáculo. Precisamente el que las escenas más frecuentemente representadas en las crateras sean las dionisiacas (39 casos en Andalucía) y las de banquete (21 casos en Andalucía), puede relacionarse en el primer caso con procesos de heroificacion funeraria como quiere Sánchez, y en el segundo - discutido por esta autora en otros lugares- con banquetesreales, funerarios o no. Puede que, como han indicado C. Sánchez y R. Olmos, incluso las escenas de banquete tuvieran en el contexto ibérico un significado funerario, mediante la heroificación a través del vino y la asimilación del banquete del Mas Allá del difunto con el personaje representado en el symposion, pero quizá no sea esta exclusivamente la única lectura si, como creemos, el banquete era en la sociedad ibérica de los vivos un elemento social con connotaciones jerárquicas y no igualitarias.
Si esto es así, las crateras -originales y de imitación- tendrían una función de prestigio personal en banquetes o fiestas de mérito en manos de aristócratas iberos, y continuarían teniendo una función de expresión de status y/o de heroificación del difunto al amortizarse en el ritual funerario, lo que no impide que algunas de ellas se hubiera adquitrido desde el principio con ese fin. Las copas de beber pudieron o no ser utilizadas para beber en el mundo de los vivos, como vasos de prestigio de ciertos individuos (en una proporción variable de la población según las zonas), y al tiempo mantener su carácter de objetos prestigiosos, por acumulación de los mismos, en los ajuares funerarios. El proceso de generalización de las copas haría especialmente valiosas como indicadores de status ciertas formas de mayor tamaño (como las crateras) o de escasa frecuencia y mayor especialización formal.
Es cierto que la escasez de cerámica importada -sobe todo de crateras- en poblados puede hacernos dudar de la función práctica propuesta, pero debemos recordar que no hemos de esperar hallar muchas piezas completas en hábitat: unas acabarían rompiéndose, y otras amortizándose en tumbas. El hecho de que en diversas necrópolis (Cabecico del Tesoro, Coimbra del Barranco Ancho, Orleyl, La Albufereta, etc. se depositaran vasos áticos en tumbas hasta un siglo después de su fabricación indican que estas copas habían sido usadas en el mundo de los vivos durante generaciones. Algo parecido ocurre en poblados donde se documentan laregas perduraciones del BN (Alhonoz, Castellones de Ceal, Puntal dels Llops). Además, las copas de tipo Castulo de la Quéjola, asociadas a un centro de almacenamiento de vino, e incluso quizá las crateras del poblado de Los Nietos, nos confirman que los vasos no sólo o no siempre se adquirieron para el mundo de los muertos.
Fernando Quesada Sanz
La primera pregunta que debemos plantearnos es si los objetos depositados en el conjunto 25 y en la tumba 20 de Los Villares responden a silicernia, esto es, a los restos de un banquete funerario celebrado no tras el entierro y en casa del difunto al modo del perideipnon griego, sino al modo romano; o si responden a un ritual de libación y ofrenda en torno al difunto (del que los vivos podían o no participar bebiendo); o si los objetos fueron simplemente depositados y quemados, sin haber sido previamente utilizados para beber.
La ausencia de huesos de animales, por un lado, y la aparición de otros objetos como joyas, láminas de plomo, punzones, escarabeos y cajas de madera y marfil parece indicar que, si hubo un banquete, se depositaron sólo los vasos de beber pero no los de comer, ni los huesos, y que además se añadieron objetos no asociados al mismo. Por otro lado, no parece probable que las altas concentraciones de vasos de beber sean exclusivamente ofrendas funerarias depositadas fuera del ajuar. En consecuencia, a nuestro modo de ver, parece prudente emplear el término más aséptico de "depósito de ofrendas", y postular un rito en el que interviniera la bebida y no la comida, quizá en forma de libaciones sobre una hoguera, seguido de la destrucción de los vasos y otros objetos en ese mismo espacio.
Paradójicamente, aunque no podamos hallar nada más lejano al symposion griego, esta forma de actuar se aproxima, más que la celebración de un hipotético perideipnon en el propio cementerio, a la práctica griega del periodo arcaico de disponer las llamadas "offering places" y "offering ditches" separadas del ajuar. En dichos depósitos se disponían ofendas y ocasionalmente animales quemados -no cocinados- que se destruían y quemaban en honor del muerto, tras apagar con vino la pira -y no sólo en el ritual homérico. A veces esos depósitos aparecen en Grecia bajo los túmulos, lo que indica que tales depósitos constituían el climax del funeral y antecedían al definitivo sellado de la tumba. Las choai o libaciones constituían en época arcaica y clásica los elementos más habituales en los rituales postdeposicionales inmediatos y diferidos. Llama además la atención la presencia de ungüentarios para perfumes en los dos depósitos de ofrendas, porque en efecto el perfume era elemento insustituible y presente en Grecia, tanto en el symposion y otro tipo de banquetes, como en el ajuar funerario, como acertadamente ha sabido ver el excavador. La presencia de una escena de banquete en una de las plaquitas de marfil de las cajas puede, sin embargo, ser intencionada o simplemente una de las varias escenas de dichas cajitas probablemente etruscas, que reflejaban los gustos de aquella aristocracia, sin que su aparición en Iberia permita hablar de symposion reclinado.
Creemos, sin embargo, que tampoco debe hacerse demasiado de estos aparentes rasgos de 'helenización': no estamos ante un ritual griego, sino ante uno ibérico en el que se emplean como objetos de lujo vasos griegos; y la práctica de libaciones, sacrificios y ofrendas es casi universal en los rituales mediterráneos antiguos. Además, otros rasgos nos alejan sustancialmente del ambiente 'helenizante'. Por ejemplo, las choes de los Villares pertenecen, como bien han visto sus excavadores, a un tipo característico de tumbas infantiles. Este tipo de objeto -y más por triplicado- no tiene ningún sentido 'helénico' en el contexto del depósito de Los Villares, a no ser que el difunto enterrado bajo una escultura ecuestre en el túmulo 20 fuera un niño de corta edad, menor de tres años. En cambio, si estas jarritas no fueran comprendidas por los ibéricos que las emplearon, si éstos vieran en ellas simplemente objetos exóticos de comercio, sin las concretas connotaciones culturales que tendrían para un griego, entonces su aparición se entiende mejor. En este contexto hemos de recordar el texto del Pseudo Escílax según el cual los fenicios comerciaban en el Norte de Africa con ungüentos, vajilla ática y, específicamente, choes.
Si los depósitos de ofrendas de Los Villares reflejan libaciones y/o potaciones en las que cada persona usaba un recipiente (escifo, cílica...), debemos concluir que el número de participantes era reducido, en torno a 25-35 personas a lo sumo, aunque quizá no todos los asistentes participaran en este rito concreto; o quizá la asistencia era mucho mayor o mucho menor, y simplemente se depositó y quemó un lote de vasos y objetos que se considerara lo suficientemente lujoso y rico, o que hubiera pertenecido al difunto. Es difícil responder a estas preguntas.
En cuanto a la cerámica ática acumulada en los ajuares -no en depósitos de ofrendas- de bastantes tumbas ibéricas, relativamente rara en el s. Va.C. pero mucho más frecuente en el s. IV a.C., se ha propuesto en varias ocasiones que la función original de los vasos griegos se perdería por completo al pasar a sus destinatarios iberos, y que quizá muchos de ellos se utilizaran exclusivamente como objetos de prestigio en ofrendas funerarias. Sin embargo, conjuntos como los ajuares tardíos de la fase III de Los Villares de Albacete, o los de la Quéjola (con copas Castulo en las habitaciones de las ánforas) parecen indicar que, al menos en determinadas ocasiones, las copas se emplearon para beber y/o libar vino -puro-, cerveza u otros líquidos, sin que ello implique la transmisión de un 'simposio'. Si esto ocurre con las copas, puede plantearse la posibilidad de que lo mismo ocurriera con algunas crateras, aunque habitualmente se documenten como urnas cinerarias. En un contexto cultural en que no se mezclaba el vino con agua, quizá el pequeño tamaño de las crateras de campana no fuera un obstáculo. Precisamente el que las escenas más frecuentemente representadas en las crateras sean las dionisiacas (39 casos en Andalucía) y las de banquete (21 casos en Andalucía), puede relacionarse en el primer caso con procesos de heroificacion funeraria como quiere Sánchez, y en el segundo - discutido por esta autora en otros lugares- con banquetesreales, funerarios o no. Puede que, como han indicado C. Sánchez y R. Olmos, incluso las escenas de banquete tuvieran en el contexto ibérico un significado funerario, mediante la heroificación a través del vino y la asimilación del banquete del Mas Allá del difunto con el personaje representado en el symposion, pero quizá no sea esta exclusivamente la única lectura si, como creemos, el banquete era en la sociedad ibérica de los vivos un elemento social con connotaciones jerárquicas y no igualitarias.
Si esto es así, las crateras -originales y de imitación- tendrían una función de prestigio personal en banquetes o fiestas de mérito en manos de aristócratas iberos, y continuarían teniendo una función de expresión de status y/o de heroificación del difunto al amortizarse en el ritual funerario, lo que no impide que algunas de ellas se hubiera adquitrido desde el principio con ese fin. Las copas de beber pudieron o no ser utilizadas para beber en el mundo de los vivos, como vasos de prestigio de ciertos individuos (en una proporción variable de la población según las zonas), y al tiempo mantener su carácter de objetos prestigiosos, por acumulación de los mismos, en los ajuares funerarios. El proceso de generalización de las copas haría especialmente valiosas como indicadores de status ciertas formas de mayor tamaño (como las crateras) o de escasa frecuencia y mayor especialización formal.
Es cierto que la escasez de cerámica importada -sobe todo de crateras- en poblados puede hacernos dudar de la función práctica propuesta, pero debemos recordar que no hemos de esperar hallar muchas piezas completas en hábitat: unas acabarían rompiéndose, y otras amortizándose en tumbas. El hecho de que en diversas necrópolis (Cabecico del Tesoro, Coimbra del Barranco Ancho, Orleyl, La Albufereta, etc. se depositaran vasos áticos en tumbas hasta un siglo después de su fabricación indican que estas copas habían sido usadas en el mundo de los vivos durante generaciones. Algo parecido ocurre en poblados donde se documentan laregas perduraciones del BN (Alhonoz, Castellones de Ceal, Puntal dels Llops). Además, las copas de tipo Castulo de la Quéjola, asociadas a un centro de almacenamiento de vino, e incluso quizá las crateras del poblado de Los Nietos, nos confirman que los vasos no sólo o no siempre se adquirieron para el mundo de los muertos.
Fernando Quesada Sanz
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