La leyenda ha conseguido con frecuencia hacer de los monumentos megalíticos lugares de culto, santuarios y mansiones druídicas, pasando por alto que en su origen fueron tumbas. Tal vez haya podido contribuir a ello el hecho de que con cierta asiduidad, cuando los monumentos se hallan emplazados en suelos ácidos, los osarios se han consumido literalmente, no quedando sino una mancha oscura, rica en materia orgánica. Sin embargo, en terrenos calcáreos todos los dólmenes proporcionan invariablemente esqueletos humanos, lo cual prueba incontestable de su finalidad funeraria. Los megalitos fueron, pues, sepulturas de la edad de piedra; al margen de que pudieran también desempeñar el papel de centros de culto, espirituales o religiosos, al tiempo que marcas de diferenciación de territorios etc etc etc.
En segundo lugar, hay que destacar que fueron lugares de enterramiento colectivo. Se distancian, por tanto de la idea de la fosa individual, presente en muchas comunidades neolíticas contemporáneas. Seguramente trataban de subrayar los estrechos vínculos de sangre que unen a los enterrados en un mismo lugar. Esa es la razón de que los esqueletos contenidos en los monumentos, como podría ocurrir en los panteones familiares actuales, sean bastante numerosos. Espectacular era, según las noticias que nos han llegado, el osario de la Cueva de Menga, en Antequera, que podía contener restos de mas de medio millar de inhumaciones. Aun mas llamativa resulta la cifra mencionada para el hipogeo de Hal Saflieni, en Malta, próxima a 7.000, que corresponde, sin duda, a un volumen de población muy superior al existente en cualquier momento del III milenio en esta pequeña isla mediterránea. Todo ello nos proporciona una nueva enseñanza y es que los dólmenes cobijan enterramientos colectivos de carácter diacrónico, sirviendo de deposito de restos durante muchos siglos e incluso milenios.
Mas difícil resulta esclarecer las causas por las que llego a implantarse el ritual de enterramiento colectivo, aunque ello podría obedecer al surgimiento de un nuevo modelo de sociedad en el que las unidades de sangre amplias, tipo clan, avanzasen en detrimento de la familia simple. Es posible, efectivamente, que tal situación pudiera haberse dado aunque (como recuerda Piggott) tampoco puede descartarse que la tumba colectiva hubiera podido entenderse al menos en ciertos territorios, como símbolo de la expansión de nuevas formas de religiosidad. Incluso no habría que desestimar completamente la idea de que ese carácter colectivo de las sepulturas respondiera, según las diferentes zonas, a diferentes estímulos.
El sepulcro, en este sentido, es obvio que cobra distinto significado en la necrópolis de los Millares, Almería. Donde 80 tumbas se concentran al borde de un imponente poblado estable, que por ejemplo en la región de Beira, donde los monumentos reflejan una gran dispersión y aislamiento. En este ultimo caso podría ocurrir que el dolmen fuera la tumba de una pequeña población circunscrita al territorio; que fuera, pues el sepulcro de dicho territorio y hasta el emblema del grupo.
En ambos casos sin embargo, el haberse decantado los hombres prehistóricos por una opción funeraria monumental, parece subrayar el deseo de inmortalizar la memoria de sus grupos familiares. también mostraban la intención de cultivar el recuerdo de unos ancestros, que seguramente se identificaron con los promotores de la erección de sepulcros, y que fueron encumbrados a la categoría de héroes míticos.
La inhumación debió ser, pues el rito fúnebre por excelencia, aunque en algunos casos haya también constancia de incineraciones parciales. Aquellas probadas en diversos grupos megalíticos europeos, por ejemplo en irlanda. – son mas dudosas en la península ibérica, pese a la insistencia de algunos autores por verlas en el noreste. Las cremaciones parciales, en cambio, resultan mejor conocidas, por ejemplo, en determinadas cuevas sepulcrales del Pirineo occidental o en dólmenes del sureste. Por será parte, es digno de destacar que todo el osario con frecuencia se espolvoreaba con restos de ocre u otro tipo de polvo rojizo. Se seguía así una costumbre ya existente en el paleolítico y muy arraigada en las poblaciones neolíticas del este de Europa, cuyo símbolo (si nos guiamos por ciertos testimonios etnográficos) seria el de una especie de sangre eterna o aliento vital imperecedero.
Ya hemos señalado que la pieza del megalito destinada de antemano a servir como recinto sepulcral era la cámara. Sin embargo, es relativamente frecuente descubrir enterramientos en otros puntos, bien las camaretas secundarias y nichos que a veces se abren en sus paredes, bien a lo largo del corredor, bien (por mas que pueda resultar extraño) en meras fosas excavadas desordenadamente en la masa tumular. Tenemos poca información sobre las cosas de esta distribución, pero parece que los corredores se usaron como Lucus funerario cuando las cámaras, por encontrarse abarrotadas de cadáveres o destruidas, no podían ya acoger nuevos enterramientos.
Megalitismo ibérico de German Delibes
En segundo lugar, hay que destacar que fueron lugares de enterramiento colectivo. Se distancian, por tanto de la idea de la fosa individual, presente en muchas comunidades neolíticas contemporáneas. Seguramente trataban de subrayar los estrechos vínculos de sangre que unen a los enterrados en un mismo lugar. Esa es la razón de que los esqueletos contenidos en los monumentos, como podría ocurrir en los panteones familiares actuales, sean bastante numerosos. Espectacular era, según las noticias que nos han llegado, el osario de la Cueva de Menga, en Antequera, que podía contener restos de mas de medio millar de inhumaciones. Aun mas llamativa resulta la cifra mencionada para el hipogeo de Hal Saflieni, en Malta, próxima a 7.000, que corresponde, sin duda, a un volumen de población muy superior al existente en cualquier momento del III milenio en esta pequeña isla mediterránea. Todo ello nos proporciona una nueva enseñanza y es que los dólmenes cobijan enterramientos colectivos de carácter diacrónico, sirviendo de deposito de restos durante muchos siglos e incluso milenios.
Mas difícil resulta esclarecer las causas por las que llego a implantarse el ritual de enterramiento colectivo, aunque ello podría obedecer al surgimiento de un nuevo modelo de sociedad en el que las unidades de sangre amplias, tipo clan, avanzasen en detrimento de la familia simple. Es posible, efectivamente, que tal situación pudiera haberse dado aunque (como recuerda Piggott) tampoco puede descartarse que la tumba colectiva hubiera podido entenderse al menos en ciertos territorios, como símbolo de la expansión de nuevas formas de religiosidad. Incluso no habría que desestimar completamente la idea de que ese carácter colectivo de las sepulturas respondiera, según las diferentes zonas, a diferentes estímulos.
El sepulcro, en este sentido, es obvio que cobra distinto significado en la necrópolis de los Millares, Almería. Donde 80 tumbas se concentran al borde de un imponente poblado estable, que por ejemplo en la región de Beira, donde los monumentos reflejan una gran dispersión y aislamiento. En este ultimo caso podría ocurrir que el dolmen fuera la tumba de una pequeña población circunscrita al territorio; que fuera, pues el sepulcro de dicho territorio y hasta el emblema del grupo.
En ambos casos sin embargo, el haberse decantado los hombres prehistóricos por una opción funeraria monumental, parece subrayar el deseo de inmortalizar la memoria de sus grupos familiares. también mostraban la intención de cultivar el recuerdo de unos ancestros, que seguramente se identificaron con los promotores de la erección de sepulcros, y que fueron encumbrados a la categoría de héroes míticos.
La inhumación debió ser, pues el rito fúnebre por excelencia, aunque en algunos casos haya también constancia de incineraciones parciales. Aquellas probadas en diversos grupos megalíticos europeos, por ejemplo en irlanda. – son mas dudosas en la península ibérica, pese a la insistencia de algunos autores por verlas en el noreste. Las cremaciones parciales, en cambio, resultan mejor conocidas, por ejemplo, en determinadas cuevas sepulcrales del Pirineo occidental o en dólmenes del sureste. Por será parte, es digno de destacar que todo el osario con frecuencia se espolvoreaba con restos de ocre u otro tipo de polvo rojizo. Se seguía así una costumbre ya existente en el paleolítico y muy arraigada en las poblaciones neolíticas del este de Europa, cuyo símbolo (si nos guiamos por ciertos testimonios etnográficos) seria el de una especie de sangre eterna o aliento vital imperecedero.
Ya hemos señalado que la pieza del megalito destinada de antemano a servir como recinto sepulcral era la cámara. Sin embargo, es relativamente frecuente descubrir enterramientos en otros puntos, bien las camaretas secundarias y nichos que a veces se abren en sus paredes, bien a lo largo del corredor, bien (por mas que pueda resultar extraño) en meras fosas excavadas desordenadamente en la masa tumular. Tenemos poca información sobre las cosas de esta distribución, pero parece que los corredores se usaron como Lucus funerario cuando las cámaras, por encontrarse abarrotadas de cadáveres o destruidas, no podían ya acoger nuevos enterramientos.
Megalitismo ibérico de German Delibes
Como hemos visto los conocidos megalitos de la edad de piedra y normalmente por error atribuidos a los celtas, no solo son anteriores a la entrada de los indoeuropeos, si no que no tienen históricamente nada que ver con los cultos druidas. Este es otro error muy común, el de vincular dólmenes y megalitos a druidas y celtas. Los megalitos, si bien es cierto que fueron principalmente usados como lugares de enterramiento para las sociedades primitivas, no menos cierto es que muchísimos autores hoy en día los pretenden vincular a conexiones espirituales relacionadas con la religión de los pueblos de la edad de piedra. De este modo tendrían una doble función, por un lado un lugar sagrado, al ser donde se entierran a la gente del clan. Y por otro ser un lugar sagrado o lugar desde donde los viejos sacerdotes del neolítico, invocaron a sus dioses o espíritus protectores. Tampoco han sido pocos los autores relacionados con el mundo esotérico, ritual y mágico, que han interpretado a dólmenes y menires como centros de canalización de las energías telúricas de la tierra.
Ni que decir tiene, que cuando nos acerquemos a visitar o bien a realizar algún tipo de ritual espiritual a un megalito, o cualquier otro lugar que tiene 6000 años de antigüedad, tenemos que hacerlo con el respeto que se merece. Por un lado con el respeto que tenemos que tener hacia un lugar que forma parte de nuestra historia y legado, y que ha sobrevivido tropecientos mil años intacto. Y por otro lado, con el respeto digno que se ha de tener hacia un lugar, que sirvió como centro de culto para gentes que tenían unas creencias politeístas, de las cuales el paganismo ibérico se influyo, hasta la llegada del monoteísmo.
A. Del Olmo
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