Aquí comenzamos ese largo viaje por la tradición y la mitología de las gentes cántabras de todos los tiempos, y nuestra primera parada no podía ser otra que la destinada a conocer las creencias primigenias, las divinidades originarias, los primeros cultos iniciales, básicos y fundamentales entre el pueblo cántabro.
La mitología de gran parte de las culturas conocidas tiene a la naturaleza como primer elemento de veneración, y si vamos un poco más allá, encontraremos en los astros y los fenómenos climáticos los primeros elementos en ser divinizados. En este sentido, el pueblo de la antigua Cantabria no fue una excepción. Esta sociedad encontró en el rayo, el trueno, la luna, el sol y el resto de astros, lugares comunes a los que dirigir su culto. En ellos se podía contemplar a los responsables de que el mundo girara en su continuo peregrinar, eran la causa eficiente de cada uno de los acontecimientos que le ocurrían al propio hombre y que sin embargo él no acertaba a comprender. Es fácilmente entendible que las culturas antiguas contemplaran en el Sol el elemento primordial y principal representante de la divinidad; egipcios, griegos, romanos, indios, celtas, germanos, escandinavos, y por supuesto cántabros, consideraron este astro como una de las deidades básicas de su panteón mitológico.
El culto solar o heliolátrico es un lugar común de encuentro entre culturas. Es evidente que en un principio esta divinidad era venerada como tal, como el propio Sol sin más; sin embargo, con el tiempo, se fue llenando de contenido y adquiriendo un carácter antropomórfico, es decir se asoció con un personaje divino al que se le otorgó forma humana y nombre propio. Así ocurrió en muchas ocasiones, y los dioses solares se presentaron como los más importantes de cada cultura: Apolo, Osiris, Horus, Lug, Mitra, Baco y un largo etc., fueron divinidades que se asociaron al astro rey.
Entre los cántabros no conocemos el nombre que el Sol recibió, bien porque no nos ha llegado por medio de ninguna fuente o inscripción, bien porque nunca existió ese nombre. Pero sí conocemos que el nombre de algunas divinidades era tabú y no podía ser pronunciado, aunque no parece ser este el caso. Lo que sí podemos afirmar es que este culto entre los cántabros existió con gran fuerza y claridad, está magníficamente atestiguado y podemos rastrearlo en gran medida. No hemos de olvidar que lo que conocemos de los cántabros viene dado por los escritores antiguos, romanos y griegos, así como lo que nos transmite la arqueología, toponimia o lingüística. Sin embargo en muchas ocasiones esto no es suficiente, aún nos faltan datos. Así pues, considero que uno de los elementos más elocuentes para conocer más y mejor nuestros mitos y tradiciones es reconocer y estudiar aquellos pueblos cercanos y con una cultura común. Como en este caso ocurre con los pueblos del norte peninsular, así como con los celtíberos, los celtas o los germanos. Conociendo mejor estos pueblos, podemos conocernos mejor a nosotros mismos.
El Sol es el origen y el principio de la vida, así nos lo muestra incluso la lingüística: oriente y occidente son términos que nos remiten al sol; oriente procede del latín oriri, nacer, levantarse, y occidente de occidere, caer, morir, ambos referidos al sol. Otra particularidad del culto al Sol y su legado la hallamos en la terminología que acompaña a los días de la semana. En numerosas culturas es el primer día de este periodo el que se le consagra al astro, el domingo: Sunday en inglés, Sunnudagr en normánico, Sontag en alemán, Sul en Bretón, Dies Dominica en latín, Domingo en castellano, es decir, el Día del Señor. Por lo tanto, el día mas importante de la semana estaba dedicado al Sol. Y a pesar de lo que pudiera parecer, lo mismo ocurre con el término domingo, el día del señor, el día del dios cristiano. El cristianismo realizó una larga tarea de asimilación del resto de religiones o creencias. Así ocurrió también con el culto al Sol, el cual fue adaptado por el cristianismo uniéndose de esta manera dos divinidades solares, el propio astro y Jesucristo, la divinidad cristiana. En las próximas semanas ampliaremos esta adaptación del cristianismo a las diversas culturas, ya que el proceso es realmente atrayente.
En Cantabria en aquella época las temperaturas eran mucho más bajas y el clima bastante más riguroso, por lo que el Sol era un bien escaso. Siendo tal la situación, no es de extrañar que el culto Solar fuera uno de los principales. Pero muchos se preguntarán dónde podemos encontrar algún testimonio de ese culto. La respuesta es evidente: en las estelas de nuestra región. Las estelas gigantes y discoideas, es decir con forma circular y con una base para ser anclada en tierra, son los mejores testimonios de este culto. A lo largo de diversas semanas nos referiremos a la importancia de estos testimonios en piedra de nuestra cultura. Ahora, sin embargo, veremos en el culto solar uno de los fundamentos de las estelas. En ellas encontramos a través del rito funerario una clara veneración a la divinidad solar. ¿Quién no conoce estas estelas, quién no tiene una estela en un colgante, en un llavero, en una camiseta, en una pegatina, en un póster...? Son ya sin duda el símbolo regional. Su forma nos remite al culto solar, y mucho más su temática y su grabado. En él encontramos círculos, cenefas de triángulos, esvásticas y muchos más elementos que nos evocan este culto. Las esvásticas son símbolos solares que se encuentran en innumerables regiones y que, desde su origen asiático, se extendieron por todo el mundo indoeuropeo. En Cantabria estas esvásticas o cruces gamadas, al aparentar cuatro letras gammas griegas G, se denominan concretamente pentaskeles. Es decir, esvásticas de cinco rayos curvos, en ocasiones terminados en punta de lanza, lo que nos indica una nueva referencia solar. Estas representaciones simulan el giro del Sol, así como sus rayos. Las estelas gigantes necesitarían por sí solas de bastante más espacio para ser comentadas, lo que sin duda tendrán en otras semanas.
La mitología de gran parte de las culturas conocidas tiene a la naturaleza como primer elemento de veneración, y si vamos un poco más allá, encontraremos en los astros y los fenómenos climáticos los primeros elementos en ser divinizados. En este sentido, el pueblo de la antigua Cantabria no fue una excepción. Esta sociedad encontró en el rayo, el trueno, la luna, el sol y el resto de astros, lugares comunes a los que dirigir su culto. En ellos se podía contemplar a los responsables de que el mundo girara en su continuo peregrinar, eran la causa eficiente de cada uno de los acontecimientos que le ocurrían al propio hombre y que sin embargo él no acertaba a comprender. Es fácilmente entendible que las culturas antiguas contemplaran en el Sol el elemento primordial y principal representante de la divinidad; egipcios, griegos, romanos, indios, celtas, germanos, escandinavos, y por supuesto cántabros, consideraron este astro como una de las deidades básicas de su panteón mitológico.
El culto solar o heliolátrico es un lugar común de encuentro entre culturas. Es evidente que en un principio esta divinidad era venerada como tal, como el propio Sol sin más; sin embargo, con el tiempo, se fue llenando de contenido y adquiriendo un carácter antropomórfico, es decir se asoció con un personaje divino al que se le otorgó forma humana y nombre propio. Así ocurrió en muchas ocasiones, y los dioses solares se presentaron como los más importantes de cada cultura: Apolo, Osiris, Horus, Lug, Mitra, Baco y un largo etc., fueron divinidades que se asociaron al astro rey.
Entre los cántabros no conocemos el nombre que el Sol recibió, bien porque no nos ha llegado por medio de ninguna fuente o inscripción, bien porque nunca existió ese nombre. Pero sí conocemos que el nombre de algunas divinidades era tabú y no podía ser pronunciado, aunque no parece ser este el caso. Lo que sí podemos afirmar es que este culto entre los cántabros existió con gran fuerza y claridad, está magníficamente atestiguado y podemos rastrearlo en gran medida. No hemos de olvidar que lo que conocemos de los cántabros viene dado por los escritores antiguos, romanos y griegos, así como lo que nos transmite la arqueología, toponimia o lingüística. Sin embargo en muchas ocasiones esto no es suficiente, aún nos faltan datos. Así pues, considero que uno de los elementos más elocuentes para conocer más y mejor nuestros mitos y tradiciones es reconocer y estudiar aquellos pueblos cercanos y con una cultura común. Como en este caso ocurre con los pueblos del norte peninsular, así como con los celtíberos, los celtas o los germanos. Conociendo mejor estos pueblos, podemos conocernos mejor a nosotros mismos.
El Sol es el origen y el principio de la vida, así nos lo muestra incluso la lingüística: oriente y occidente son términos que nos remiten al sol; oriente procede del latín oriri, nacer, levantarse, y occidente de occidere, caer, morir, ambos referidos al sol. Otra particularidad del culto al Sol y su legado la hallamos en la terminología que acompaña a los días de la semana. En numerosas culturas es el primer día de este periodo el que se le consagra al astro, el domingo: Sunday en inglés, Sunnudagr en normánico, Sontag en alemán, Sul en Bretón, Dies Dominica en latín, Domingo en castellano, es decir, el Día del Señor. Por lo tanto, el día mas importante de la semana estaba dedicado al Sol. Y a pesar de lo que pudiera parecer, lo mismo ocurre con el término domingo, el día del señor, el día del dios cristiano. El cristianismo realizó una larga tarea de asimilación del resto de religiones o creencias. Así ocurrió también con el culto al Sol, el cual fue adaptado por el cristianismo uniéndose de esta manera dos divinidades solares, el propio astro y Jesucristo, la divinidad cristiana. En las próximas semanas ampliaremos esta adaptación del cristianismo a las diversas culturas, ya que el proceso es realmente atrayente.
En Cantabria en aquella época las temperaturas eran mucho más bajas y el clima bastante más riguroso, por lo que el Sol era un bien escaso. Siendo tal la situación, no es de extrañar que el culto Solar fuera uno de los principales. Pero muchos se preguntarán dónde podemos encontrar algún testimonio de ese culto. La respuesta es evidente: en las estelas de nuestra región. Las estelas gigantes y discoideas, es decir con forma circular y con una base para ser anclada en tierra, son los mejores testimonios de este culto. A lo largo de diversas semanas nos referiremos a la importancia de estos testimonios en piedra de nuestra cultura. Ahora, sin embargo, veremos en el culto solar uno de los fundamentos de las estelas. En ellas encontramos a través del rito funerario una clara veneración a la divinidad solar. ¿Quién no conoce estas estelas, quién no tiene una estela en un colgante, en un llavero, en una camiseta, en una pegatina, en un póster...? Son ya sin duda el símbolo regional. Su forma nos remite al culto solar, y mucho más su temática y su grabado. En él encontramos círculos, cenefas de triángulos, esvásticas y muchos más elementos que nos evocan este culto. Las esvásticas son símbolos solares que se encuentran en innumerables regiones y que, desde su origen asiático, se extendieron por todo el mundo indoeuropeo. En Cantabria estas esvásticas o cruces gamadas, al aparentar cuatro letras gammas griegas G, se denominan concretamente pentaskeles. Es decir, esvásticas de cinco rayos curvos, en ocasiones terminados en punta de lanza, lo que nos indica una nueva referencia solar. Estas representaciones simulan el giro del Sol, así como sus rayos. Las estelas gigantes necesitarían por sí solas de bastante más espacio para ser comentadas, lo que sin duda tendrán en otras semanas.
Juan Carlos Cabria
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