Laro y Corocotta, dos personajes del mundo antiguo de los cántabros, pero que por diversos motivos han transcendido a su tiempo y están presentes en el hoy de las noticias relámpagos, de los teletipos e internet. Pese a todo y a todos, ambos continúan no sólo vivos sino que despiertan el interés y la curiosidad de quienes se acercan a ellos. ¿Mito o realidad? Una interesante cuestión. Ciertamente cada uno de los acontecimientos de la historia remota está profundamente cargado de ambas cosas. Desde un principio los pueblos han tenido la imperiosa necesidad de crear verdaderos héroes, semidioses que aglutinaran los valores que la comunidad pudiera imitar y ante los cuales mostrar su orgullo. Hércules, Sansón, Héctor, Ayax, Aquiles o Ulises han sido héroes que han servido de vanagloria a cada uno de sus pueblos.
Sin regocijarnos en la comparación, también en nuestra pequeña tierra hemos contado a nuestra manera con verdaderos héroes, personajes que saltan de la historia hacia la ficción de manera harto común. Pero ¿existieron ambos personajes o son el fruto de la memoria colectiva aficionada a encumbrar modelos a imitar? De la lectura de las fuentes antiguas hemos de consignar que ciertamente existieron, cada uno con un protagonismo diferente. Dión Casio, historiador griego 155-230 d. C. en su obra de Historia romana, habla con cierta extensión de las guerras cántabras en los volúmenes LIII y LIV, y concretamente hace mención a un tal Corocotta, bandido de los cántabros a los que acaudillaba. Según Dión el Emperador, que dirigía el ataque para la conquista final de la hasta entonces invencible Cantabria, se enfadó enormemente con este poderoso caudillo, de forma que incluso ofreció una recompensa por él. Sin embargo, al parecer, los acontecimientos se tornaron de manera increíble al ser el propio Corocotta quien, con enorme osadía y valentía, se presentó ante el divino César para cobrar su propia recompensa. De tal suerte que cuando el cántabro fue hacia él, al contrario de lo que pudiera sospecharse, el general en jefe del ejército y señor del mundo además de regalarle la recompensa le dejó marchar. Desde luego en el referido relato el exceso del autor es más que evidente, no sólo es raro que el caudillo acudiera a Augusto, sino más inverosímil resulta que el Emperador le dejase ir debido al daño que parecía estar causando a sus legiones, y sobre todo conociendo el profundo pragmatismo del pueblo romano, que en ningún caso era dado a la magnanimidad con aquellos que suponían un verdadero quebradero de cabeza. La narración de Dión parece una concesión a la benevolencia del divino César que mostraba así un talante que servía para aumentar todavía más su halo de divinidad. Suponemos que Corocotta era cántabro ya que en este momento de la narración se está hablando de la guerra de Hispania, y por aquel tiempo sólo en nuestra tierra se mantenía un conflicto abierto, lo cual sitúa al personaje en las filas de nuestras huestes. Y aunque es llamado bandido, esto no supone que fuera tan sólo un pequeño forajido, ya que Roma acostumbra a tildar de simples malhechores a todos aquellos jefes que pusieron en cuestión su dominio, y si un pueblo cuestionó el poder de Roma en su territorio, ese fue el cántabro. Por tanto, Corocotta habría de ser considerado un importante jefe de nuestro pueblo, lo cual además supone una cierta unidad entre las tribus cántabras, sin embargo esta es otra historia. Este jefe, que podríamos encumbrar a la categoría de héroe, es muy similar al rastro mítico que encontramos en otros eminentes guerreros llenos de cruda realidad y leyenda infinita como el lusitano Viriato y el galo Vercingetórix.
En cuanto a Laro, su historia en las fuentes está restringida también a un solo autor, el cual le cita no como un caudillo, sino como el prototipo de guerrero cántabro. Este nombre no lo encontramos en ningún lugar de Cantabria sino que conocemos su existencia de la mano de Silio Itálico que menciona a este formidable guerrero en su obra Púnica, trabajo en el que se relata la lucha del cartaginés Aníbal con los romanos. Laro formaba parte del contingente que Aníbal había reclutado entre los indígenas de Iberia. El texto en el que aparece nuestro paisano dice así:
«El cántabro Laro era temible por la naturaleza de sus miembros y por su corpulencia, aunque no dispusiera de dardos. Como es la fiera costumbre de esta gente, se enfrentaba a la batalla empuñando el hacha con la mano diestra. A pesar de que viera que los guerreros se dispersaban rechazados, una vez destruida la juventud de su gente, sin embargo él en solitario colmaba el campo con cadáveres. Además si el adversario se encontraba cerca, le gustaba herirle de manera frontal, si la lucha llegaba desde la izquierda, giraba el dardo. Pero cuando el fiero atacante llegada por la espalda, no se perturbaba, sino que lanzaba hacia atrás su hacha de doble filo».
Así es este héroe prototípico de nuestra gente. Pero, a pesar de que la fuerza de nuestra tradición ha sido y es grande, a pesar de la enorme importancia de nuestra historia, mítica o real, ¿hemos sabido cuidar a nuestro viejos héroes?, ¿les hemos concedido el verdadero lugar que se merecen? La respuesta no puede ser aseverativa. Son numerosos los ejemplos que hallamos entre otros pueblos que con mucho menos motivo han sabido difundir su pequeña o gran historia. Un personaje como Astérix, galo de ficción, ha servido para elevar en alto grado la consideración del pueblo francés, potenciando su conocimiento entre la juventud; sin embargo un pueblo como el nuestro con muchas más razones para ser motivo de orgullo, admiración, estudio y expansión, ha permanecido en el olvido, y aún hoy se presenta como un gran desconocido. Y aunque en nuestra tierra cada día más se abre un rayo de esperanza, no es menos cierto que en el resto de la península somos grandes desconocidos. Películas como Braveheart, y su protagonista Willian Wallace, han servido para que lleguen a los ojos de medio mundo pueblos con una interesante historia heroica, pero ante los cuales no tenemos nada que envidiar, si bien es cierto que en nada engrandece a nuestra historia legendaria y real los grandes relatos impresos en cómic o llevados a la gran pantalla, no estaría de más utilizar nuestra capacidad difusora para que nuestra rica tradición llegue a todos los rincones, en consonancia con aquel lejano tiempo en el que nuestra historia y la palabra cántabros recorría las plumas de poetas, las mentes de historiadores y las huellas de los geógrafos.
Juan Carlos Cabria
Sin regocijarnos en la comparación, también en nuestra pequeña tierra hemos contado a nuestra manera con verdaderos héroes, personajes que saltan de la historia hacia la ficción de manera harto común. Pero ¿existieron ambos personajes o son el fruto de la memoria colectiva aficionada a encumbrar modelos a imitar? De la lectura de las fuentes antiguas hemos de consignar que ciertamente existieron, cada uno con un protagonismo diferente. Dión Casio, historiador griego 155-230 d. C. en su obra de Historia romana, habla con cierta extensión de las guerras cántabras en los volúmenes LIII y LIV, y concretamente hace mención a un tal Corocotta, bandido de los cántabros a los que acaudillaba. Según Dión el Emperador, que dirigía el ataque para la conquista final de la hasta entonces invencible Cantabria, se enfadó enormemente con este poderoso caudillo, de forma que incluso ofreció una recompensa por él. Sin embargo, al parecer, los acontecimientos se tornaron de manera increíble al ser el propio Corocotta quien, con enorme osadía y valentía, se presentó ante el divino César para cobrar su propia recompensa. De tal suerte que cuando el cántabro fue hacia él, al contrario de lo que pudiera sospecharse, el general en jefe del ejército y señor del mundo además de regalarle la recompensa le dejó marchar. Desde luego en el referido relato el exceso del autor es más que evidente, no sólo es raro que el caudillo acudiera a Augusto, sino más inverosímil resulta que el Emperador le dejase ir debido al daño que parecía estar causando a sus legiones, y sobre todo conociendo el profundo pragmatismo del pueblo romano, que en ningún caso era dado a la magnanimidad con aquellos que suponían un verdadero quebradero de cabeza. La narración de Dión parece una concesión a la benevolencia del divino César que mostraba así un talante que servía para aumentar todavía más su halo de divinidad. Suponemos que Corocotta era cántabro ya que en este momento de la narración se está hablando de la guerra de Hispania, y por aquel tiempo sólo en nuestra tierra se mantenía un conflicto abierto, lo cual sitúa al personaje en las filas de nuestras huestes. Y aunque es llamado bandido, esto no supone que fuera tan sólo un pequeño forajido, ya que Roma acostumbra a tildar de simples malhechores a todos aquellos jefes que pusieron en cuestión su dominio, y si un pueblo cuestionó el poder de Roma en su territorio, ese fue el cántabro. Por tanto, Corocotta habría de ser considerado un importante jefe de nuestro pueblo, lo cual además supone una cierta unidad entre las tribus cántabras, sin embargo esta es otra historia. Este jefe, que podríamos encumbrar a la categoría de héroe, es muy similar al rastro mítico que encontramos en otros eminentes guerreros llenos de cruda realidad y leyenda infinita como el lusitano Viriato y el galo Vercingetórix.
En cuanto a Laro, su historia en las fuentes está restringida también a un solo autor, el cual le cita no como un caudillo, sino como el prototipo de guerrero cántabro. Este nombre no lo encontramos en ningún lugar de Cantabria sino que conocemos su existencia de la mano de Silio Itálico que menciona a este formidable guerrero en su obra Púnica, trabajo en el que se relata la lucha del cartaginés Aníbal con los romanos. Laro formaba parte del contingente que Aníbal había reclutado entre los indígenas de Iberia. El texto en el que aparece nuestro paisano dice así:
«El cántabro Laro era temible por la naturaleza de sus miembros y por su corpulencia, aunque no dispusiera de dardos. Como es la fiera costumbre de esta gente, se enfrentaba a la batalla empuñando el hacha con la mano diestra. A pesar de que viera que los guerreros se dispersaban rechazados, una vez destruida la juventud de su gente, sin embargo él en solitario colmaba el campo con cadáveres. Además si el adversario se encontraba cerca, le gustaba herirle de manera frontal, si la lucha llegaba desde la izquierda, giraba el dardo. Pero cuando el fiero atacante llegada por la espalda, no se perturbaba, sino que lanzaba hacia atrás su hacha de doble filo».
Así es este héroe prototípico de nuestra gente. Pero, a pesar de que la fuerza de nuestra tradición ha sido y es grande, a pesar de la enorme importancia de nuestra historia, mítica o real, ¿hemos sabido cuidar a nuestro viejos héroes?, ¿les hemos concedido el verdadero lugar que se merecen? La respuesta no puede ser aseverativa. Son numerosos los ejemplos que hallamos entre otros pueblos que con mucho menos motivo han sabido difundir su pequeña o gran historia. Un personaje como Astérix, galo de ficción, ha servido para elevar en alto grado la consideración del pueblo francés, potenciando su conocimiento entre la juventud; sin embargo un pueblo como el nuestro con muchas más razones para ser motivo de orgullo, admiración, estudio y expansión, ha permanecido en el olvido, y aún hoy se presenta como un gran desconocido. Y aunque en nuestra tierra cada día más se abre un rayo de esperanza, no es menos cierto que en el resto de la península somos grandes desconocidos. Películas como Braveheart, y su protagonista Willian Wallace, han servido para que lleguen a los ojos de medio mundo pueblos con una interesante historia heroica, pero ante los cuales no tenemos nada que envidiar, si bien es cierto que en nada engrandece a nuestra historia legendaria y real los grandes relatos impresos en cómic o llevados a la gran pantalla, no estaría de más utilizar nuestra capacidad difusora para que nuestra rica tradición llegue a todos los rincones, en consonancia con aquel lejano tiempo en el que nuestra historia y la palabra cántabros recorría las plumas de poetas, las mentes de historiadores y las huellas de los geógrafos.
Juan Carlos Cabria
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