Las relaciones que el hombre mantiene con la divinidad son muy diversas. Los intentos por conectar con el mundo de los dioses van desde la propia oración hasta el desarrollo de un sin fin de ritos. Entre todo este elenco de actividades que ponen al hombre en relación con lo sacro encontramos un protagonista muy destacado: el sacrificio. Desde tiempo inmemorial el hombre consideraba que su situación ante los dioses era sin lugar a dudas lo bastante precaria como para intentar aplacar la ira de aquellos a quien consideraba como verdaderos guías de su destino. Se estimaba que el hilo de la vida estaba totalmente sometido a la voluntad divina, por lo que era necesario estar a bien con la divinidad ante la realización de cualquier tipo de actividad. Uno de los principales vínculos de unión con el mundo de la religiosidad ha sido aquél que suponía al ser humano un verdadero esfuerzo personal, lo que se interpretaba como un significativo empeño por agradar a las fuerzas celestes. La precaria situación del hombre ante la naturaleza le obligaba a no enfurecer todavía más a poderes que no podía controlar, ni en muchas ocasiones entender.
El sacrificio constituye un trabajo de inestimable valor por situar al hombre al lado de los dioses y no frente a ellos, en una confrontación en la que los mortales poco tienen que ganar y sí mucho que perder. En este sentido el sacrificio tiene muchas caras, un buen número de formas y un amplio espectro gradual. Cada divinidad exige un tipo de sacrificio, y cada actividad va ligada a un ritual. Cuanto más elevada sea la empresa que se quiere realizar o por la cual se desea agradecer el buen resultado, mayor ha de ser la ofrenda que se llevará a cabo. Un sacrificio ha de constituir para el oferente un verdadero derroche pecuniario acorde con su condición, de no ser así poco útil va a resultar éste.
Las sociedades antiguas hicieron del sacrificio un infalible ritual que unía indefectiblemente al hombre con los poderes divinos. El maravilloso y complejo mundo de los cántabros no escapa a esta práctica. Algunas de las principales noticias que a través de los autores grecolatinos conocemos nos remiten a la práctica de sacrificios. Como hemos podido ver a lo largo y ancho de muchas semanas, es nuestro pueblo heredero de una compleja sociedad en la que el rito evolucionó al mismo tiempo que se fue complicando el tipo de sociedad. Los cántabros fueron una colectividad que pusieron especial énfasis en la lucha guerrera, lo que como ya hemos comentado, no tiene que ser considerado símbolo de primitivismo o barbarie. Al tener la actividad bélica un tremendo peso y requerir un gran esfuerzo, el ritual y sacrificio que conlleva tienen que gozar de un alto grado de importancia. Es el combate un contínuo contacto con la negra parca, un deambular por los límites del abismo; vida y muerte se entrelazan de manera inexorable. La propia actividad guerrera de los cántabros nos invita a pensar en ella como un sacrificio del guerrero en beneficio de un estilo de vida que no quisieron abandonar. La propia actitud con la que los cántabros se presentaban ante el combate indica que el miedo no se encontraba en su particular diccionario, especialmente ante la idea de la llegada a un Más Allá en el que unirse a la gloria de sus aguerridos y gloriosos antepasados. La misma muerte es un sacrificio por su pueblo. La exposición de los cadáveres de los caídos en el campo de batalla para que las aves carroñeras los acompañen al otro mundo es un significativo ejemplo del sacrificio entendido a la manera de este pueblo. Era la denominada devotio, un singular sacrificio, una práctica mediante la cual las cofradías guerreras unían su destino al de su guía o jefe.
A través de los relatos de los historiadores conocemos esta práctica entre los cántabros, gentes que prefirieron inmolarse en la lucha antes que sobrevivir a su caudillo. Tampoco obviemos que las madres cántabras prefirieron sacrificar a sus hijos antes que caer en las manos de los invasores.
Una de las actividades más conocidas entre las tribus cántabras es aquella que dio fama a una tribu como la de los concanos, transmitida por medio de los imperecederos versos de un excelente poeta como Horacio:
Utcumque mecum vos eritis, libens
insanientem nauta Bosphorum
temptabo et urentis harenas
litoris Assyrii viator,
visam Britannos hospitibus feros
et laetum equino sanguine Concanum,
visam phaeretratos Gelonos
et Scythicum inviolatus amnem.
Odas III 4.v29-36.
(Siempre que vosotros estéis conmigo, con gusto afrontaré como navegante la locura del Bósforo, y como caminante las abrasadoras arenas de la Costa Asiria, veré a los Britanos, feroces con los forasteros y al Concano que le agrada la sangre del caballo, iré a ver a los Gelonos que llevan aljaba y al río Scitia, indemne.)
Los concanos bebían sangre de caballo lo que a los romanos, además de chocante, les parecía un significativo signo de barbarie, aunque quizá no eran los poderosos latinos los más ejemplares para adjudicar calificativos a otras gentes. Esta práctica de los concanos ha de ser vista como un rito sacrificial más que como una práctica alimenticia para recetas de gastronomía, que han apuntado algunos autores. Era el caballo uno de lo principales exponentes del poder cántabro, ineludible compañero de sus guerreros, lo que hace que sea un ser verdaderamente querido y apreciado. Esta importancia implica que su sacrificio sea especialmente relevante. El sacrificio de caballos o de machos cabríos estaba destinado especialmente al dios de la guerra, quien no en vano aglutinaba gran parte del ritual. Sin embargo, de los testimonios de otros pueblos como los celtas o los germanos, que en cierta medida tienen gran relación con las actividades de los cántabros, podemos considerar que el sacrificio humano no ha de ser desestimado en absoluto. Un pueblo que ponía tal énfasis en la guerra y en la conservación de un estilo tan particular de vida, no es extraño que llevara al extremo el sacrificio ritual. Entre los celtas encontramos en el arte numerosas representaciones que nos muestran la práctica de las cabezas cortadas procedentes fundamentalmente de los prisioneros hechos en las numerosas contiendas.
Juan Carlos Cabria
El sacrificio constituye un trabajo de inestimable valor por situar al hombre al lado de los dioses y no frente a ellos, en una confrontación en la que los mortales poco tienen que ganar y sí mucho que perder. En este sentido el sacrificio tiene muchas caras, un buen número de formas y un amplio espectro gradual. Cada divinidad exige un tipo de sacrificio, y cada actividad va ligada a un ritual. Cuanto más elevada sea la empresa que se quiere realizar o por la cual se desea agradecer el buen resultado, mayor ha de ser la ofrenda que se llevará a cabo. Un sacrificio ha de constituir para el oferente un verdadero derroche pecuniario acorde con su condición, de no ser así poco útil va a resultar éste.
Las sociedades antiguas hicieron del sacrificio un infalible ritual que unía indefectiblemente al hombre con los poderes divinos. El maravilloso y complejo mundo de los cántabros no escapa a esta práctica. Algunas de las principales noticias que a través de los autores grecolatinos conocemos nos remiten a la práctica de sacrificios. Como hemos podido ver a lo largo y ancho de muchas semanas, es nuestro pueblo heredero de una compleja sociedad en la que el rito evolucionó al mismo tiempo que se fue complicando el tipo de sociedad. Los cántabros fueron una colectividad que pusieron especial énfasis en la lucha guerrera, lo que como ya hemos comentado, no tiene que ser considerado símbolo de primitivismo o barbarie. Al tener la actividad bélica un tremendo peso y requerir un gran esfuerzo, el ritual y sacrificio que conlleva tienen que gozar de un alto grado de importancia. Es el combate un contínuo contacto con la negra parca, un deambular por los límites del abismo; vida y muerte se entrelazan de manera inexorable. La propia actividad guerrera de los cántabros nos invita a pensar en ella como un sacrificio del guerrero en beneficio de un estilo de vida que no quisieron abandonar. La propia actitud con la que los cántabros se presentaban ante el combate indica que el miedo no se encontraba en su particular diccionario, especialmente ante la idea de la llegada a un Más Allá en el que unirse a la gloria de sus aguerridos y gloriosos antepasados. La misma muerte es un sacrificio por su pueblo. La exposición de los cadáveres de los caídos en el campo de batalla para que las aves carroñeras los acompañen al otro mundo es un significativo ejemplo del sacrificio entendido a la manera de este pueblo. Era la denominada devotio, un singular sacrificio, una práctica mediante la cual las cofradías guerreras unían su destino al de su guía o jefe.
A través de los relatos de los historiadores conocemos esta práctica entre los cántabros, gentes que prefirieron inmolarse en la lucha antes que sobrevivir a su caudillo. Tampoco obviemos que las madres cántabras prefirieron sacrificar a sus hijos antes que caer en las manos de los invasores.
Una de las actividades más conocidas entre las tribus cántabras es aquella que dio fama a una tribu como la de los concanos, transmitida por medio de los imperecederos versos de un excelente poeta como Horacio:
Utcumque mecum vos eritis, libens
insanientem nauta Bosphorum
temptabo et urentis harenas
litoris Assyrii viator,
visam Britannos hospitibus feros
et laetum equino sanguine Concanum,
visam phaeretratos Gelonos
et Scythicum inviolatus amnem.
Odas III 4.v29-36.
(Siempre que vosotros estéis conmigo, con gusto afrontaré como navegante la locura del Bósforo, y como caminante las abrasadoras arenas de la Costa Asiria, veré a los Britanos, feroces con los forasteros y al Concano que le agrada la sangre del caballo, iré a ver a los Gelonos que llevan aljaba y al río Scitia, indemne.)
Los concanos bebían sangre de caballo lo que a los romanos, además de chocante, les parecía un significativo signo de barbarie, aunque quizá no eran los poderosos latinos los más ejemplares para adjudicar calificativos a otras gentes. Esta práctica de los concanos ha de ser vista como un rito sacrificial más que como una práctica alimenticia para recetas de gastronomía, que han apuntado algunos autores. Era el caballo uno de lo principales exponentes del poder cántabro, ineludible compañero de sus guerreros, lo que hace que sea un ser verdaderamente querido y apreciado. Esta importancia implica que su sacrificio sea especialmente relevante. El sacrificio de caballos o de machos cabríos estaba destinado especialmente al dios de la guerra, quien no en vano aglutinaba gran parte del ritual. Sin embargo, de los testimonios de otros pueblos como los celtas o los germanos, que en cierta medida tienen gran relación con las actividades de los cántabros, podemos considerar que el sacrificio humano no ha de ser desestimado en absoluto. Un pueblo que ponía tal énfasis en la guerra y en la conservación de un estilo tan particular de vida, no es extraño que llevara al extremo el sacrificio ritual. Entre los celtas encontramos en el arte numerosas representaciones que nos muestran la práctica de las cabezas cortadas procedentes fundamentalmente de los prisioneros hechos en las numerosas contiendas.
Juan Carlos Cabria
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