viernes, 7 de mayo de 2010

El culto solar. Part II

Aunque la anterior edición la dedicamos al culto solar, la extensión de dicha veneración, así como sus rastros más cercanos, son tan amplios que necesitábamos dedicarle un poco más de espacio.
Como hemos podido comprobar, el Sol es una divinidad que ha ejercido su poder entre los cántabros desde una remota antigüedad, y no es menos cierto que esta divinidad fue de inmediato asociada con un elemento más cercano y necesario, tanto para la vida cotidiana como para el rito, el sacrificio y la ceremonia, es decir con el fuego. Este fue uno de los elementos que se asociaron al culto y ha servido de vínculo directo entre el hombre y el Sol. Esta identificación la encontramos a menudo a lo largo de la historia tradicional; además, este influjo, lejos de desaparecer, ha perdurado y aún está ahí, es patente, claro y evidente, así podemos encontrar en los Solsticios el mejor ejemplo. El Solsticio, que quiere decir sol inmóvil, es un momento más que especial en el año, durante siglos y siglos se ha recibido este acontecimiento solar con hogueras sagradas, y Cantabria no se ha abstraído a esta tradición. Tanto en el Solsticio hiemal o invernal, en el que el Sol alcanza su cenit en su punto más bajo, como en el estival, en el que ocurre lo contrario, se realizaban por toda Europa fuegos que animaban al Sol a continuar su esfuerzo generador de vida, siendo observado como un elemento purificador.
En el Solsticio invernal, cuando la naturaleza vuelve a la vida y el Sol empieza de nuevo a extender los días, despertando al mundo de un largo letargo, el astro recibía un gran culto, no en vano los romanos festejaban en ese momento el Sol Invictus. De aquí extraemos gran parte de lo que el cristianismo hizo para “patentar” esta celebración, ya que no fue aleatorio el colocar el nacimiento del dios cristiano en ese momento, todo lo contrario. Sir James George Fraser, uno de los más grandes estudiosos de los mitos y tradiciones, recoge la explicación de un autor cristiano sirio sobre esta cuestión:
«La razón de que los Padres transfirieran la celebración del 6 de enero al 25 de diciembre fue ésta: era costumbre de los paganos celebrar en el mismo día del 25 de diciembre el nacimiento del Sol, haciendo luminarias como símbolo de la festividad. En estas fiestas y solemnidades, tomaban parte también los cristianos. Por eso cuando los doctores de la iglesia dieron cuenta de que los cristianos tenían inclinación hacia esta fiesta, se consultaron y resolvieron que la verdadera Navidad debería solemnizarse en ese mismo día, y la fiesta de la Epifanía en el 6 de enero».
Por tanto, podemos comprobar que la tradición cristiana más extendida por el mundo entero, como es la Navidad, tiene el origen de su fecha en una celebración pagana e íntimamente relacionada con este culto solar; recordemos que hasta el siglo IV d.C. no se estableció el 25 de diciembre como el día de nacimiento de Jesús de Nazaret. Sin duda, la veneración pagana, aunque aparentemente no lo parezca, está más extendida por todo el mundo que la propia fiesta cristiana, a pesar de que dicha conmemoración se ha convertido, para muchos, en uno de los más grandes negocios de todos los tiempos.
Si nos acercamos un poco al Solsticio estival, de verano, encontraremos casi miméticamente el mismo proceso que hemos visto en líneas anteriores. En este periodo se encuentra el Sol con todo su poder junto a su hermano pequeño, el fuego. Las hogueras se reparten por toda Europa, se levantan en las montañas, en las laderas, se lanzan ruedas ardientes por las colinas... y esta tradición no es gratuita, como vimos en las estelas. La rueda es el símbolo solar por excelencia, su forma unida al fuego es más que significativa. Gran parte de los lugares en los que se hallaron las estelas gigantes de Cantabria poseen este nombre: Barrio de La Rueda, Virgen de la Rueda, Lombos de La Rueda... También en nuestra región las hogueras encendidas en estas fechas cuentan con una larga tradición y una extensa leyenda, sin embargo se ha potenciado a nivel estatal esta celebración en el levante peninsular, olvidando la cultura de otros pueblos incómodos, como podía ser el nuestro. Cada día, la tradición de Cantabria da nuevos pasos, se recuperan fiestas y ceremonias que nos enriquecen y permiten que los más jóvenes crezcan en un mundo real, definido en su verdadera dimensión. Aunque trataremos en su día la fiesta de San Juan como se merece, podéis entender que es bastante paradójico que una festividad solar y unida al fuego, se denomine día de San Juan, un santo que si puede identificarse con algún elemento es con el agua, no con el fuego. Aún hoy se celebra la divinidad pagana durante el verano en numerosos lugares, especialmente en Irlanda, Lugnasad, las bodas de Lug, dios solar celta, el cual tiene una gran fiesta en el mes de agosto, en irlandés Lugnasa. Para quien desee sentarse una tarde de verano a ver una buena película en la que se hable de esta fiesta irlandesa, recomendamos El Baile de Agosto, una historia familiar en un pequeño pueblo irlandés y ambientada en la celebración de Lugnasad.
En la Cantabria de hoy también contamos con una terminología que hace referencia al Sol y a la superstición o creencia que le rodea. En nuestra tierra se habla del Sol de los muertos, denominación que encierra en sí misma una gran riqueza. El Sol de los muertos se dice de aquél que se contempla en los días de primavera, cuando se entrevé su amarillo a través de la llovizna que cae ligera. A menudo su imagen se puede vislumbrar cuando hace su aparición el arco iris: Sol de los muertos y cojera perruna, poco dura.
Se dice en la tradición popular de Cantabria que mientras este Sol brilla y cae la lluvia, los muertos regresan a la vida. Incluso El Sol de los muertos es el título de una de las novelas de uno de nuestros grandes personajes, Manuel Llano. Aunque esta asociación del Sol y de los muertos en Cantabria pudiera parecer arbitraria y gratuita, no nos parece que sea así. El binomio Sol-Muerte no es exclusivo de nuestra región, en otras culturas del ámbito europeo aparece esta asociación. Entre numerosos pueblos de la antigüedad se consideraba que hacia el Sol iban los difuntos, el astro era la última morada del fallecido. Otra anécdota la encontramos en algunos pueblos celtas en cuya sociedad, de la cual bebe abundantemente nuestra cultura regional, era preciso que los rituales y las acciones cotidianas se realizasen a menudo en el sentido del giro solar, rotación denominada deosil. Hasta aquí, nuestro periplo alrededor del Sol y su mito; nuestra siguiente parada se situará en la Luna.
Juan Carlos Cabria

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