Habitamos un tiempo en penumbras sobre las suaves colinas vascas. Allí, entre sabinas, hayas y un verde infinito, vive el hombre grande. Mide ocho metros de alto, tiene una fuerza sobrehumana y adora a las piedras
Manuel Otero
Las esculpen y les dan forma de dólmenes, menhir o sentimiento religioso apuntando al cielo. Son los hombres enormes. Son los hombres que cayeron ante los pequeños.
Al igual que un dragón puede lanzar llamaradas o derribar de un coletazo las almenas de un castillo, pero no puede luchar contra las hormigas que devoran sus ojos mientras duerme, los hombres grandes no supieron enfrentarse a los peligros pequeños.
Fueron llamados gentiles “Jentillak” tras la llegada del cristianismo, lo que etimológicamente significa “aquella gente”. Hoy, la toponimia del País Vasco los recuerda en dólmenes como los de Jentilletxek o Jentillariak y en picos como el de Jentilbarata. Y hay mas: a los habitantes de pueblos como Urdiain o Aya se los considera, medio en broma medio en serio, descendientes de aquella raza de gigantes que vivían cuatrocientos años y que podían según las leyendas caminar sobre las aguas y que tan pronto se enfrentaba a las tropas de Carlomagno en Roscesvalles como construían dólmenes, minas o hasta caseríos.
Cuenta la leyenda que estos gigantes prehistóricos descendían de los basajaun. Estos eran los señores del bosque, personajes entre sátiros y duendes a los que Seve Calleja, estudioso de la cuentística popular, perfila como seres corpulentos y velludos con una cabellera que les llegaba hasta las rodillas, genios protectores de los rebaños y los primeros entre los agricultores, herreros y molineros, a quienes los hombres les robaron su técnica. Los gigantes vivían sin complicaciones en tierra vasca, dedicados a adorar a las piedras, lanzarlas de monte a monte, al pastoreo, la agricultura y la caza. La soldadura del hierro o la invención del algunas técnicas agrícolas y ganaderas también se les atribuyen. Sin enemigos naturales ni ambiciones de conquista desmedida, los jentillak no tenían por que ser precavidos ante nada, y por ello no disponían de armas.
La llegada del cristianismo no supuso entre los jentillak la sombra de una amenaza, y aquí nos sumergimos de lleno en una singular leyenda que, curiosamente, cuenta con algún paralelo en el folklore europeo. En el caso que nos ocupa, la tierra que habitaban los jentillak fue disputada con argucias. En no apreciar el peligro fue tal vez su fatal error, por que motivo que aceptaran una competición propuesta por los pequeños. Quien ganase, heredaría la tierra fértil, propicia para la vida; el perdedor se exiliaría a la montaña.
Los colonos negociaron con los jefes gentiles los términos de la competición. El campeón de cada pueblo se mediría con el otro hasta que no hubiese duda de quien era el vencedor: habría derecho a impugnar el resultado siempre que el contendiente quedara vivo para reclamar. Era pues un combate hasta la rendición, una pelea a muerte. Según cuenta la leyenda este combate termino con la derrota de los gigantes, a manos de los humanos, los cuales les ganaron con tretas y trampas usando la astucia. Tras la derrota los gigantes vascos se retiraron a los bosques y las montañas dejando el mundo a los hombres. Poco a poco las gentes se olvidaron de ellos hasta que desaparecieron en el tiempo y nunca mas se supo de ellos. Hay leyendas que afirman que en el valle navarro de Arratzaren bajo el dolmen, los gigantes y otros seres de fábula del mundo antiguo pre cristiano, se enterraron descendiendo al interior de la tierra donde viven, dejando así el mundo terrenal a los humanos y a la nueva religión procedente de Oriente, el cristianismo. No pocas gentes piensan que los dólmenes son puertas que abren el mundo de los viejos mitos con el actual, de ahí que las brujas se reunieran para invocar al pasado. Los cristianos en la edad media indetificaron todas estas criaturas con seres del mal y del folklore demoníaco que habían descendido a los infiernos con la llegada de dios a la tierra, siendo por lo tanto el culto a las piedras o dólmenes signo inequívoco de adoración demoníaca.
La pervivencia de los jentillak en la mitología vcas es innegable, y no solo por las referencias que a ella encontramos en la obra de Jose Miguel Barandiaran, el gran sacerdote, arqueólogo y etnólogo guipuzcoano que, citando al cronistafungoso, nos habla de los restos de un gigante de ocho metros que aparecio en el siglo XV en la zona de narbonense francesa.
En realidad esa pervivencia se ha mantenido hasta nuestros días. Al evocar a los gigantes vascos, hay que referirse al mas conocido de todos ellos: el Olentzenro, todo un símbolo de la navidad que en nochebuena se introduce por las chimeneas de los hogares para los mas pequeños. También trátalo, un cíclope gigante y antropófago, heredero directo del homérico Polifemo, pertenece a la rica mitología de seres descomunales originarios de esa tierra.
Ecos de los gigantes y de su lucha contra los hombres pequeños encontramos, como no, en los bíblicos David y Goliat. Entre otros mitos sobre gigantes míticos pertenecientes al mundo antiguo en la península ibérica, podemos encontrar a los lestrigones, Argos, el aragonés Arrancapinos, Briareo, Caco, los hecatonquiros, Gerin, Gargantua, el Golem, Milon, Palante, Polifemo o los monstruos que habitan las paginas de las novelas como “amadis de Gaula” o el “Palmerin de Oliva”.
En fin... si los jentillak existieron de verdad o fueron una mera invención popular carece en realidad de interés. Lo importante es que han perdurado bellas historias sobre ellos, como las que aquí hemos traído. Y que nos recuerdan que el olvido nunca es del todo la muerte. Precisamente hay una metáfora importante en todo esto, la cual nos enseña como los propios seres del pasado, se retiran voluntariamente del mundo al tener los humanos una nueva religión en la que creer, el cristianismo. Ellos los viejos dioses, las hadas, los duentes, los espíritus antaño adorados y recordados en gestas, historias tradiciones. Ellos los seres a los que cada vez que nuestros antepasados entraban en un bosque dejaban una ofrenda para PAN, o los que eran recordados con la llegada de los solsticios, o de los que los ancianos prevenían a los niños contando historias de criaturas que vivían en los bosques. Todos ellos, no han muerto, simplemente duermen en el pasado, esperando que los últimos paganos de Europa recuperen sus nombres, sus leyendas, sus tradiciones.. para de esa forma regresar al mundo, despertar de sus sueños, salir de sus refugios bajo los dólmenes... y caminar como antaño en la tierra, dando un aire de cuento, fantasía y espiritualidad a este cada vez mundo mas material.
Manuel Otero
Las esculpen y les dan forma de dólmenes, menhir o sentimiento religioso apuntando al cielo. Son los hombres enormes. Son los hombres que cayeron ante los pequeños.
Al igual que un dragón puede lanzar llamaradas o derribar de un coletazo las almenas de un castillo, pero no puede luchar contra las hormigas que devoran sus ojos mientras duerme, los hombres grandes no supieron enfrentarse a los peligros pequeños.
Fueron llamados gentiles “Jentillak” tras la llegada del cristianismo, lo que etimológicamente significa “aquella gente”. Hoy, la toponimia del País Vasco los recuerda en dólmenes como los de Jentilletxek o Jentillariak y en picos como el de Jentilbarata. Y hay mas: a los habitantes de pueblos como Urdiain o Aya se los considera, medio en broma medio en serio, descendientes de aquella raza de gigantes que vivían cuatrocientos años y que podían según las leyendas caminar sobre las aguas y que tan pronto se enfrentaba a las tropas de Carlomagno en Roscesvalles como construían dólmenes, minas o hasta caseríos.
Cuenta la leyenda que estos gigantes prehistóricos descendían de los basajaun. Estos eran los señores del bosque, personajes entre sátiros y duendes a los que Seve Calleja, estudioso de la cuentística popular, perfila como seres corpulentos y velludos con una cabellera que les llegaba hasta las rodillas, genios protectores de los rebaños y los primeros entre los agricultores, herreros y molineros, a quienes los hombres les robaron su técnica. Los gigantes vivían sin complicaciones en tierra vasca, dedicados a adorar a las piedras, lanzarlas de monte a monte, al pastoreo, la agricultura y la caza. La soldadura del hierro o la invención del algunas técnicas agrícolas y ganaderas también se les atribuyen. Sin enemigos naturales ni ambiciones de conquista desmedida, los jentillak no tenían por que ser precavidos ante nada, y por ello no disponían de armas.
La llegada del cristianismo no supuso entre los jentillak la sombra de una amenaza, y aquí nos sumergimos de lleno en una singular leyenda que, curiosamente, cuenta con algún paralelo en el folklore europeo. En el caso que nos ocupa, la tierra que habitaban los jentillak fue disputada con argucias. En no apreciar el peligro fue tal vez su fatal error, por que motivo que aceptaran una competición propuesta por los pequeños. Quien ganase, heredaría la tierra fértil, propicia para la vida; el perdedor se exiliaría a la montaña.
Los colonos negociaron con los jefes gentiles los términos de la competición. El campeón de cada pueblo se mediría con el otro hasta que no hubiese duda de quien era el vencedor: habría derecho a impugnar el resultado siempre que el contendiente quedara vivo para reclamar. Era pues un combate hasta la rendición, una pelea a muerte. Según cuenta la leyenda este combate termino con la derrota de los gigantes, a manos de los humanos, los cuales les ganaron con tretas y trampas usando la astucia. Tras la derrota los gigantes vascos se retiraron a los bosques y las montañas dejando el mundo a los hombres. Poco a poco las gentes se olvidaron de ellos hasta que desaparecieron en el tiempo y nunca mas se supo de ellos. Hay leyendas que afirman que en el valle navarro de Arratzaren bajo el dolmen, los gigantes y otros seres de fábula del mundo antiguo pre cristiano, se enterraron descendiendo al interior de la tierra donde viven, dejando así el mundo terrenal a los humanos y a la nueva religión procedente de Oriente, el cristianismo. No pocas gentes piensan que los dólmenes son puertas que abren el mundo de los viejos mitos con el actual, de ahí que las brujas se reunieran para invocar al pasado. Los cristianos en la edad media indetificaron todas estas criaturas con seres del mal y del folklore demoníaco que habían descendido a los infiernos con la llegada de dios a la tierra, siendo por lo tanto el culto a las piedras o dólmenes signo inequívoco de adoración demoníaca.
La pervivencia de los jentillak en la mitología vcas es innegable, y no solo por las referencias que a ella encontramos en la obra de Jose Miguel Barandiaran, el gran sacerdote, arqueólogo y etnólogo guipuzcoano que, citando al cronistafungoso, nos habla de los restos de un gigante de ocho metros que aparecio en el siglo XV en la zona de narbonense francesa.
En realidad esa pervivencia se ha mantenido hasta nuestros días. Al evocar a los gigantes vascos, hay que referirse al mas conocido de todos ellos: el Olentzenro, todo un símbolo de la navidad que en nochebuena se introduce por las chimeneas de los hogares para los mas pequeños. También trátalo, un cíclope gigante y antropófago, heredero directo del homérico Polifemo, pertenece a la rica mitología de seres descomunales originarios de esa tierra.
Ecos de los gigantes y de su lucha contra los hombres pequeños encontramos, como no, en los bíblicos David y Goliat. Entre otros mitos sobre gigantes míticos pertenecientes al mundo antiguo en la península ibérica, podemos encontrar a los lestrigones, Argos, el aragonés Arrancapinos, Briareo, Caco, los hecatonquiros, Gerin, Gargantua, el Golem, Milon, Palante, Polifemo o los monstruos que habitan las paginas de las novelas como “amadis de Gaula” o el “Palmerin de Oliva”.
En fin... si los jentillak existieron de verdad o fueron una mera invención popular carece en realidad de interés. Lo importante es que han perdurado bellas historias sobre ellos, como las que aquí hemos traído. Y que nos recuerdan que el olvido nunca es del todo la muerte. Precisamente hay una metáfora importante en todo esto, la cual nos enseña como los propios seres del pasado, se retiran voluntariamente del mundo al tener los humanos una nueva religión en la que creer, el cristianismo. Ellos los viejos dioses, las hadas, los duentes, los espíritus antaño adorados y recordados en gestas, historias tradiciones. Ellos los seres a los que cada vez que nuestros antepasados entraban en un bosque dejaban una ofrenda para PAN, o los que eran recordados con la llegada de los solsticios, o de los que los ancianos prevenían a los niños contando historias de criaturas que vivían en los bosques. Todos ellos, no han muerto, simplemente duermen en el pasado, esperando que los últimos paganos de Europa recuperen sus nombres, sus leyendas, sus tradiciones.. para de esa forma regresar al mundo, despertar de sus sueños, salir de sus refugios bajo los dólmenes... y caminar como antaño en la tierra, dando un aire de cuento, fantasía y espiritualidad a este cada vez mundo mas material.
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