Como hemos podido comprobar en numerosas semanas, la mitología no es una estructura monolítica sino que al igual que la propia mente del hombre evoluciona, gira, retrocede, se estanca y cambia, adoptando un sin fin de formas; es algo vivo y sujeto a continuos cambios.
La mayor parte de lo que actualmente consideramos como religiones, llenas de dogmas, ritos, símbolos y de connotaciones mistéricas, en un principio fueron simplemente supersticiones que encontraron arraigo en los diversos pueblos del mundo antiguo. Es bastante difícil encontrar el punto de separación que existe entre la mitología y la religión; en muchas ocasiones la línea divisoria es realmente fina, casi imperceptible. Sin embargo, desde el principio de los tiempos los hombres tuvieron creencias, dudas, miedo ante el futuro y sorpresa frente a los elementos, de una u otra manera éste fue el origen de lo que conocemos como religiones y que compone gran parte de los mitos y ritos de las sociedades antiguas y modernas. Actualmente casi todos los que investigamos sobre ese mundo antiguo lo hacemos desde una perspectiva que dista mucho de ser objetiva. En gran medida estamos influenciados, sin apenas percibirlo, por todo un complejo mundo cultural que nos nubla con gran fuerza. El mundo occidental, que actualmente ejerce su poder hegemónico sobre el resto del globo, está teñido por el barniz de una visión del planeta que tiene mucho que ver con el cristianismo, en cada una de sus diversas variantes.
Las religiones o las concepciones mitológicas antiguas fueron perdiendo su vigencia a medida que su poder social, político y militar fue decayendo, todo ello provocado en cierto modo por la mano del imperio romano, que poco a poco adoptó el cristianismo como religión oficial. Aquello que no era cristiano se denominó pagano, y fue considerado signo de incivilización y barbarie. Todo lo que es desconocido o lo que no se entiende es en muchos momentos rechazado por el mundo dominante. Un buen ejemplo lo encontramos en una palabra que acabamos de mencionar: bárbaros; éste es un término que se aplicaba en un primer momento por parte de los griegos a aquellos que eran extranjeros. En principio no era despectivo sino que indicaba a aquellas gentes que hablaban otra lengua no helénica y que los griegos asociaban con el fonema -b-, una de los primeros sonidos en ser articulado por los niños. Es decir, bárbaros eran los que hablaban con -ba-, lo cual con el tiempo se transformó, adquiriendo un sentido de carencia de civilización y de salvajismo, al prevalecer la visión del mundo de la civilización grecorromana. Algo muy similar sucedió con el cristianismo, el cual triunfó en una sociedad como la romana que ejerció su dominio sobre Europa durante largo tiempo. Pero este éxito del cristianismo tiene otros muchos secretos, algunos de los más importantes son los que le enlazan con el mundo mitológico de pueblos como el cántabro. Las creencias ancestrales de un pueblo como el nuestro no podían ser aplastadas de la noche a la mañana sin que quedara ningún rastro. El cristianismo fue mucho más sutil e inteligente, no intentó en un principio aniquilar el resto de creencias, sino que utilizó el sincretismo como vehículo para ganarse la adhesión del pueblo. Así el cristianismo fue absorbiendo ritos, fiestas y tradiciones autóctonas presentándolas como propias y evitando el rechazo de los lugareños. De todos es sabido que la nueva religión tardó bastante tiempo en abrirse paso en nuestra región, al contrario que en otros lugares. Esta difícil incorporación fue causada, principalmente, por el profundo arraigo de las creencias tribales que aún tenían lugar en Cantabria en aquel tiempo medieval y que en cierto sentido no se han perdido del todo. En el ambiente rural cántabro, la superstición y el paganismo están presentes en numerosos momentos de la vida cotidiana actual.
Muchas de las fiestas que al día de hoy tienen lugar en nuestra región y que poseen una denominación que la asocian con un santo o una virgen no son más que una máscara bajo la que se esconde un ritual pagano y realmente antiguo. Más de lo mismo ocurre con la reutilización que se hizo de elementos de otras religiones que fueron incorporados a las nuevas creencias. Como hemos comentado, no son sagrados los templos sino que lo son los lugares, por ello no es de extrañar que en aquellos enclaves en los que existió un lugar de culto cántabro o un posterior templo romano se elevara una iglesia o ermita cristiana: Julióbriga o las ermitas de Barros o Lombera dan testimonio de esta reutilización de los elementos paganos. Como también hemos comprobado las montañas recibieron culto durante mucho tiempo y posteriormente fueron el lugar en el que venerar a los dioses celestes. Y no es por tanto una casualidad las numerosas ermitas que se elevan sobre las cumbres de la región, así como las profusas cruces que coronan estas cimas. Como podemos observar las creencias de los hombres varían en cuanto a forma, pero se conservan en esencia.
Durante un largo periodo de tiempo las diferentes creencias convivieron en una unión sin demasiados sobresaltos. Así encontramos en algunas iglesias de Cantabria dos simbólicos árboles que se sitúan junto al templo, un olivo símbolo del cristianismo y un tejo, inequívoco representante de las creencias autóctonas de la montaña. Uno de los templos que mejor reflejan esta constante dicotomía es el de Santa María de Lebeña, el cual merece ser visitado. En el camino de entrada al templo podemos observar el enorme tejo que se eleva hacia las cumbres europeas; un poco más adelante y a mano derecha se emplaza el olivo que nos ubica frente a la cristiandad. Como es lógico pensar, esta cristianización no es exclusiva de nuestra región, sino que extiende sus tentáculos por todo el universo europeo, prestando especial interés a aquellos aspectos que el universo celta consideraba más importantes. Tanto es así que existen corrientes destinadas a dar una explicación lógica a acontecimientos como son las invasiones míticas de Irlanda o la mismísima creación. Toda esta elucubración tiene a un interesante personaje como iniciador, Evemero, y a esta corriente que incluso intenta poner fecha a los acontecimientos míticos como evemerismo.
La semana que viene haremos un alto especial entorno a la celebración de San Juan, fiesta que encarna especialmente esta unión entre el paganismo y la cristiandad, y que ostenta un impresionante cúmulo de símbolos que son verdaderamente curiosos e imprescindibles para un disfrute global de la llegada del Solsticio de Verano.
Juan Carlos Cabria
La mayor parte de lo que actualmente consideramos como religiones, llenas de dogmas, ritos, símbolos y de connotaciones mistéricas, en un principio fueron simplemente supersticiones que encontraron arraigo en los diversos pueblos del mundo antiguo. Es bastante difícil encontrar el punto de separación que existe entre la mitología y la religión; en muchas ocasiones la línea divisoria es realmente fina, casi imperceptible. Sin embargo, desde el principio de los tiempos los hombres tuvieron creencias, dudas, miedo ante el futuro y sorpresa frente a los elementos, de una u otra manera éste fue el origen de lo que conocemos como religiones y que compone gran parte de los mitos y ritos de las sociedades antiguas y modernas. Actualmente casi todos los que investigamos sobre ese mundo antiguo lo hacemos desde una perspectiva que dista mucho de ser objetiva. En gran medida estamos influenciados, sin apenas percibirlo, por todo un complejo mundo cultural que nos nubla con gran fuerza. El mundo occidental, que actualmente ejerce su poder hegemónico sobre el resto del globo, está teñido por el barniz de una visión del planeta que tiene mucho que ver con el cristianismo, en cada una de sus diversas variantes.
Las religiones o las concepciones mitológicas antiguas fueron perdiendo su vigencia a medida que su poder social, político y militar fue decayendo, todo ello provocado en cierto modo por la mano del imperio romano, que poco a poco adoptó el cristianismo como religión oficial. Aquello que no era cristiano se denominó pagano, y fue considerado signo de incivilización y barbarie. Todo lo que es desconocido o lo que no se entiende es en muchos momentos rechazado por el mundo dominante. Un buen ejemplo lo encontramos en una palabra que acabamos de mencionar: bárbaros; éste es un término que se aplicaba en un primer momento por parte de los griegos a aquellos que eran extranjeros. En principio no era despectivo sino que indicaba a aquellas gentes que hablaban otra lengua no helénica y que los griegos asociaban con el fonema -b-, una de los primeros sonidos en ser articulado por los niños. Es decir, bárbaros eran los que hablaban con -ba-, lo cual con el tiempo se transformó, adquiriendo un sentido de carencia de civilización y de salvajismo, al prevalecer la visión del mundo de la civilización grecorromana. Algo muy similar sucedió con el cristianismo, el cual triunfó en una sociedad como la romana que ejerció su dominio sobre Europa durante largo tiempo. Pero este éxito del cristianismo tiene otros muchos secretos, algunos de los más importantes son los que le enlazan con el mundo mitológico de pueblos como el cántabro. Las creencias ancestrales de un pueblo como el nuestro no podían ser aplastadas de la noche a la mañana sin que quedara ningún rastro. El cristianismo fue mucho más sutil e inteligente, no intentó en un principio aniquilar el resto de creencias, sino que utilizó el sincretismo como vehículo para ganarse la adhesión del pueblo. Así el cristianismo fue absorbiendo ritos, fiestas y tradiciones autóctonas presentándolas como propias y evitando el rechazo de los lugareños. De todos es sabido que la nueva religión tardó bastante tiempo en abrirse paso en nuestra región, al contrario que en otros lugares. Esta difícil incorporación fue causada, principalmente, por el profundo arraigo de las creencias tribales que aún tenían lugar en Cantabria en aquel tiempo medieval y que en cierto sentido no se han perdido del todo. En el ambiente rural cántabro, la superstición y el paganismo están presentes en numerosos momentos de la vida cotidiana actual.
Muchas de las fiestas que al día de hoy tienen lugar en nuestra región y que poseen una denominación que la asocian con un santo o una virgen no son más que una máscara bajo la que se esconde un ritual pagano y realmente antiguo. Más de lo mismo ocurre con la reutilización que se hizo de elementos de otras religiones que fueron incorporados a las nuevas creencias. Como hemos comentado, no son sagrados los templos sino que lo son los lugares, por ello no es de extrañar que en aquellos enclaves en los que existió un lugar de culto cántabro o un posterior templo romano se elevara una iglesia o ermita cristiana: Julióbriga o las ermitas de Barros o Lombera dan testimonio de esta reutilización de los elementos paganos. Como también hemos comprobado las montañas recibieron culto durante mucho tiempo y posteriormente fueron el lugar en el que venerar a los dioses celestes. Y no es por tanto una casualidad las numerosas ermitas que se elevan sobre las cumbres de la región, así como las profusas cruces que coronan estas cimas. Como podemos observar las creencias de los hombres varían en cuanto a forma, pero se conservan en esencia.
Durante un largo periodo de tiempo las diferentes creencias convivieron en una unión sin demasiados sobresaltos. Así encontramos en algunas iglesias de Cantabria dos simbólicos árboles que se sitúan junto al templo, un olivo símbolo del cristianismo y un tejo, inequívoco representante de las creencias autóctonas de la montaña. Uno de los templos que mejor reflejan esta constante dicotomía es el de Santa María de Lebeña, el cual merece ser visitado. En el camino de entrada al templo podemos observar el enorme tejo que se eleva hacia las cumbres europeas; un poco más adelante y a mano derecha se emplaza el olivo que nos ubica frente a la cristiandad. Como es lógico pensar, esta cristianización no es exclusiva de nuestra región, sino que extiende sus tentáculos por todo el universo europeo, prestando especial interés a aquellos aspectos que el universo celta consideraba más importantes. Tanto es así que existen corrientes destinadas a dar una explicación lógica a acontecimientos como son las invasiones míticas de Irlanda o la mismísima creación. Toda esta elucubración tiene a un interesante personaje como iniciador, Evemero, y a esta corriente que incluso intenta poner fecha a los acontecimientos míticos como evemerismo.
La semana que viene haremos un alto especial entorno a la celebración de San Juan, fiesta que encarna especialmente esta unión entre el paganismo y la cristiandad, y que ostenta un impresionante cúmulo de símbolos que son verdaderamente curiosos e imprescindibles para un disfrute global de la llegada del Solsticio de Verano.
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