A lo largo de muchas semanas hemos podido comprobar todo lo que el mundo de la península itálica ha aportado a la cultura que hoy podemos denominar como cántabra o montañesa. Algunas de las aportaciones son de verdadero interés, mientras que otras no son de relevancia. No podemos obviar la influencia de los conquistadores romanos en la cultura regional, influencia que se extiende en diversos campos, como es evidente para todos aquellos que todavía sean capaces de discernir la verdadera realidad histórica y cultural de nuestro país. Aunque éste no es el lugar ni el momento, no puedo evitar mencionar la progresiva demonización de idiomas como el latín y el griego, verdaderos vehículos de conocimiento y no simples idiomas muertos, sino malheridos. En cada uno de los rincones de nuestras casas, de nuestras ciudades y de todas y cada una de nuestras vidas existe una huella indeleble de aquel mundo que partió de una mísera aldea y que supo extender sus brazos a lo largo y ancho del universo conocido. Puede que prefiramos omitir esta influencia y dedicarnos en exclusiva a una modernidad que debe más de lo que pudiera parecer a la antigüedad que nos grita cada día con más fuerza, ese será nuestro problema.
La mitología y religión de nuestros antepasados, incluso de nosotros mismos, no es toda ella heredera de este mundo itálico, sin embargo persiste en esta maravillosa sociedad un sustrato que ha perdurado y que se ha transformado a lo largo del tiempo. Nuestros mitos, como estamos viendo, nos son puros, inmaculados y únicamente herederos de ellos mismos, nada más lejos de la realidad; las influencias exteriores que recibieron son numerosas y enriquecedoras. El elemento celta es patente y evidente, y será motivo de comentario en días venideros. Por supuesto que el componente indígena y autóctono, es decir propio de los habitantes de la vieja Cantabria, es muy importante y digno de mención, configurando gran parte de las singularidades de nuestros cultos y creencias. Pero con todo, el principal elemento unificador de las culturas europeas y por lo tanto de la mitología, es el indoeuropeo. Este sustrato indoeuropeo engloba todas estas influencias, y por supuesto es también el primer configurador del panteón latino. El poder que Roma ejerció sobre nuestra sociedad, especialmente a partir de la conquista, llevó a identificar numerosos de nuestros dioses autóctonos con los latinos y griegos que de una u otra manera tenían parecidas atribuciones. No es de extrañar que denominemos a muchos de nuestros dioses indígenas cántabros con el término romano, a falta del nombre montañés. La carencia de escritura propia de nuestros antepasados así como su debilitamiento progresivo tras la conquista, ha llevado al conocimiento de nuestros ancestros principalmente de la mano de los escritores latinos y griegos. La criba que ha supuesto la pluma de estos autores, ha hecho que conozcamos nuestro propio mundo desde una mirada en ocasiones ajena e interesada. De ahí que sea necesario leer entre líneas y sonsacar en la medida de lo posible la verdadera realidad que se esconde tras cada uno de los renglones que configuran nuestra mitología.
La permeabilidad de la cultura romana, unida a la fácil asimilación de los dioses de los pueblos conquistados, ha facilitado la tarea de recuperar, en parte, la verdadera religión y mitología indígena. Júpiter, Marte, los dioses manes, Neptuno, Apolo, la galorromana y céltica Epona son, entre otros, los ejemplos más plausibles de la mezcolanza de las culturas que tuvieron lugar en Europa y concretamente en La Cantabria. Sin embargo esta influencia es menos profunda de lo que parece, es decir, considero que el poder igualatorio y homogeneizador que supuso la conquista romana en el territorio de Cantabria y en su cultura fueron menos intensos de lo que algunos estudiosos han mostrado. Especialmente porque los testimonios con los que contamos son fundamentalmente de origen o influencia romana, no existiendo, por ejemplo, inscripciones indígenas en idioma autóctono.
El influjo ha progresado y se manifiesta también en las diversas celebraciones que hoy día son protagonistas de nuestras tierras y que hunden sus raíces en el mundo indoeuropeo, pero que sobre todo tienen un buen punto de referencia en las numerosas fiestas que los pragmáticos romanos celebraban sin medida.
Las abundantes estelas que conservamos en la región y fuera de ella, en este caso me refiero a las no discoideas gigantes, son de grafía latina, pero de realización en muchos casos indígena, lo que propicia la adaptación en algunos aspectos de los montañeses. Sin embargo, no es descartable que estas gentes utilizaran las mejores herramientas de los conquistadores para inmortalizar sus creencias o para dar a su manera el último adiós a los difuntos. Mientras que la epigrafía es romana la iconografía, es decir los grabados y dibujos, son autóctonos en un porcentaje muy elevado, si bien con las influencias indoeuropeas antes mencionadas.
Uno de los mejores testigos de la unión y comunión de las prácticas de cántabros y romanos es el culto que ambas sociedades practicaron en torno a las aguas, por ejemplo. Los testimonios que encontramos son numerosos, quizá la pátera de Otañes sea un fiel testigo de esta práctica por parte de los romanos que vivieron en nuestra tierra. Aunque hablamos de cierta influencia de lo romano en nuestra sociedad antigua, no es menos veraz que los pueblos por los que los romanos pasaron dejaron su impronta en ellos. Los cántabros no fueron menos y sus particulares divinidades pasaron a enriquecer el panteón romano, no olvidemos el templo que Augusto dedicó a Júpiter Tonante tras estar a punto de poner fin a sus días un rayo en nuestras tierras.
Aunque no tenía previsto hacer un paréntesis en esta narración, no tengo más remedio que mostrar el entusiasmo que ha supuesto para mí la lectura de un libro que trata el mundo de nuestros antepasados desde un punto global e integral. Cada una de las páginas destila conocimiento y erudición, además de cercanía y un lenguaje de fácil comprensión. En Los Cántabros antes de Roma, editado por La Real Academia de la Historia, su autor, Eduardo Peralta, presenta un verdadero ejemplo de trabajo riguroso para todos los que con mejor o peor fortuna nos dedicamos a la investigación de este mundo antiguo. Aunque no solemos hablar con tanta extensión de libros en este espacio, quienes os acerquéis a su lectura comprobaréis que no exagero al estimar que esta obra es un punto de inflexión en el estudio general de los Cántabros. Desde la obra de Echegaray, Los Cántabros, no he conocido otra de tal interés. Este estudio será desde hoy mismo un punto de referencia imprescindible para todos los que amamos esta tierra. Parte de las ideas que el libro ofrece en asuntos religiosos y mitológicos ya las habéis podido conocer a lo largo de algunas de las páginas de la REALIDAD, puesto que por diversos caminos las conclusiones de su estudio coinciden con lo poco que hayamos podido aportar hasta ahora a este fascinante mundo mitológico. Desde aquí nuestra más sincera felicitación a Eduardo Peralta.
La mitología y religión de nuestros antepasados, incluso de nosotros mismos, no es toda ella heredera de este mundo itálico, sin embargo persiste en esta maravillosa sociedad un sustrato que ha perdurado y que se ha transformado a lo largo del tiempo. Nuestros mitos, como estamos viendo, nos son puros, inmaculados y únicamente herederos de ellos mismos, nada más lejos de la realidad; las influencias exteriores que recibieron son numerosas y enriquecedoras. El elemento celta es patente y evidente, y será motivo de comentario en días venideros. Por supuesto que el componente indígena y autóctono, es decir propio de los habitantes de la vieja Cantabria, es muy importante y digno de mención, configurando gran parte de las singularidades de nuestros cultos y creencias. Pero con todo, el principal elemento unificador de las culturas europeas y por lo tanto de la mitología, es el indoeuropeo. Este sustrato indoeuropeo engloba todas estas influencias, y por supuesto es también el primer configurador del panteón latino. El poder que Roma ejerció sobre nuestra sociedad, especialmente a partir de la conquista, llevó a identificar numerosos de nuestros dioses autóctonos con los latinos y griegos que de una u otra manera tenían parecidas atribuciones. No es de extrañar que denominemos a muchos de nuestros dioses indígenas cántabros con el término romano, a falta del nombre montañés. La carencia de escritura propia de nuestros antepasados así como su debilitamiento progresivo tras la conquista, ha llevado al conocimiento de nuestros ancestros principalmente de la mano de los escritores latinos y griegos. La criba que ha supuesto la pluma de estos autores, ha hecho que conozcamos nuestro propio mundo desde una mirada en ocasiones ajena e interesada. De ahí que sea necesario leer entre líneas y sonsacar en la medida de lo posible la verdadera realidad que se esconde tras cada uno de los renglones que configuran nuestra mitología.
La permeabilidad de la cultura romana, unida a la fácil asimilación de los dioses de los pueblos conquistados, ha facilitado la tarea de recuperar, en parte, la verdadera religión y mitología indígena. Júpiter, Marte, los dioses manes, Neptuno, Apolo, la galorromana y céltica Epona son, entre otros, los ejemplos más plausibles de la mezcolanza de las culturas que tuvieron lugar en Europa y concretamente en La Cantabria. Sin embargo esta influencia es menos profunda de lo que parece, es decir, considero que el poder igualatorio y homogeneizador que supuso la conquista romana en el territorio de Cantabria y en su cultura fueron menos intensos de lo que algunos estudiosos han mostrado. Especialmente porque los testimonios con los que contamos son fundamentalmente de origen o influencia romana, no existiendo, por ejemplo, inscripciones indígenas en idioma autóctono.
El influjo ha progresado y se manifiesta también en las diversas celebraciones que hoy día son protagonistas de nuestras tierras y que hunden sus raíces en el mundo indoeuropeo, pero que sobre todo tienen un buen punto de referencia en las numerosas fiestas que los pragmáticos romanos celebraban sin medida.
Las abundantes estelas que conservamos en la región y fuera de ella, en este caso me refiero a las no discoideas gigantes, son de grafía latina, pero de realización en muchos casos indígena, lo que propicia la adaptación en algunos aspectos de los montañeses. Sin embargo, no es descartable que estas gentes utilizaran las mejores herramientas de los conquistadores para inmortalizar sus creencias o para dar a su manera el último adiós a los difuntos. Mientras que la epigrafía es romana la iconografía, es decir los grabados y dibujos, son autóctonos en un porcentaje muy elevado, si bien con las influencias indoeuropeas antes mencionadas.
Uno de los mejores testigos de la unión y comunión de las prácticas de cántabros y romanos es el culto que ambas sociedades practicaron en torno a las aguas, por ejemplo. Los testimonios que encontramos son numerosos, quizá la pátera de Otañes sea un fiel testigo de esta práctica por parte de los romanos que vivieron en nuestra tierra. Aunque hablamos de cierta influencia de lo romano en nuestra sociedad antigua, no es menos veraz que los pueblos por los que los romanos pasaron dejaron su impronta en ellos. Los cántabros no fueron menos y sus particulares divinidades pasaron a enriquecer el panteón romano, no olvidemos el templo que Augusto dedicó a Júpiter Tonante tras estar a punto de poner fin a sus días un rayo en nuestras tierras.
Aunque no tenía previsto hacer un paréntesis en esta narración, no tengo más remedio que mostrar el entusiasmo que ha supuesto para mí la lectura de un libro que trata el mundo de nuestros antepasados desde un punto global e integral. Cada una de las páginas destila conocimiento y erudición, además de cercanía y un lenguaje de fácil comprensión. En Los Cántabros antes de Roma, editado por La Real Academia de la Historia, su autor, Eduardo Peralta, presenta un verdadero ejemplo de trabajo riguroso para todos los que con mejor o peor fortuna nos dedicamos a la investigación de este mundo antiguo. Aunque no solemos hablar con tanta extensión de libros en este espacio, quienes os acerquéis a su lectura comprobaréis que no exagero al estimar que esta obra es un punto de inflexión en el estudio general de los Cántabros. Desde la obra de Echegaray, Los Cántabros, no he conocido otra de tal interés. Este estudio será desde hoy mismo un punto de referencia imprescindible para todos los que amamos esta tierra. Parte de las ideas que el libro ofrece en asuntos religiosos y mitológicos ya las habéis podido conocer a lo largo de algunas de las páginas de la REALIDAD, puesto que por diversos caminos las conclusiones de su estudio coinciden con lo poco que hayamos podido aportar hasta ahora a este fascinante mundo mitológico. Desde aquí nuestra más sincera felicitación a Eduardo Peralta.
Juan Carlos Cabria
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